La reciente crisis popular en Cuba ha tenido un efecto lateral que debiera ser asumido como central: la pérdida para los países de Iberoamérica del referente ideológico del socialismo cubano frente al acoso agobiante del imperialismo expoliador de Estados Unidos y su modelo de países bananeros.
La toma de posesión del radical tradicionalista Pedro Castillo como presidente de Perú fue un elemento más para el análisis del rompecabezas político que representa la región de países iberoamericanos. La reciente crisis en Cuba pareció liquidar el referente de la revolución cubana como estrella atractiva para sociedades empobrecidas por modelos capitalistas de explotación local e internacional.
La región de Iberoamérica entró en crisis en 1991 con la disolución de la Unión Soviética porque terminó con un referente cuando menos simbólico de contrapesos políticos que en la región representaba mal que bien la Cuba de los hermanos Castro, inclusive aún con sus fracasos, sus represiones y sus empobrecimientos sociales. La segunda crisis iberoamericana ocurrió en 1999 con el ascenso al poder no sólo del venezolano Hugo Chávez, sino de su propuesta de una gelatinosa –por inconsistente– revolución ideológica bolivariana, una especie de capitalismo tribal con conducción de caudillismo populista.
El agotamiento físico y de imagen de Fidel Castro hacia el año 2000 y su decisión de adoptar a Hugo Chávez como su sucesor ideológico y carismático liquidó lo que quedaba de la expectativa socialista en los países con actividad social intensa de Iberoamérica. Fidel fue el titiritero de la figura carismática de Chávez, aunque su éxito se debió no tanto a su demagogia caribeña, sino a la utilización de recursos petroleros como subsidio a las agobiantes economías iberoamericanas en nivel de quiebra técnica presupuestal, comenzando por los barriles de petróleo regalados a Cuba para ser comercializados en el mercado spot y tener acceso a divisas indispensables.
Los gobiernos estadounidenses de Clinton a Trump se olvidaron de la región Iberoamericana. Y el incipiente interés que habían despertado las cumbres iberoamericanas impulsadas por España se fue por el hoyo del desinterés de los gobiernos españoles de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. La presencia solitaria del Rey Felipe VI en la toma de posesión del nuevo presidente peruano ofreció la imagen de la falta de un enfoque geoestratégico e ideológico de España hacia los antiguos territorios independizados.
Antes de la pandemia hubo un intento desorganizado y sin enfoque integral del partido Unidas Podemos en la región iberoamericana, aunque usando la puerta equivocada de la Venezuela bolivariana chavista-madurista. El dirigente español Pablo Iglesias pareció sacarse de la manga el discurso de construcción de algo que podría interpretarse como una Internacional Populista por la alianza firmada entre partidos progresistas y populistas en el poder en algunos países de la región. Sin embargo, fgue una iniciativa aislada de Iglesias y no del gobierno de Sánchez.
En el continente americano se percibe también la falta de interés de la Casa Blanca en encontrarle una salida de la crisis económica iberoamericana y la agenda de la administración Biden-Harris se ha fragmentado en temas concretos como frenar la migración centroamericana-mexicana hacia Estados Unidos, controlar el tráfico de drogas atacando a los cárteles del crimen organizado en sus países de origen y centrar la prioridad estadounidense en los beneficios locales del Tratado de Comercio Libre con Canadá y México.
Este enfoque aislacionista de Washington, que inició el presidente Clinton en 1993 y se mantuvo hasta el primer período de gobierno de Trump, ha sido retomado por la administración Biden-Harris para definir su estrategia de seguridad nacional priorizando los intereses geopolíticos de Estados Unidos y poniendo en el centro de la política exterior el viejo objetivo del american way of life o modo de vida estadounidense, tal como se ha incluido en todas las estrategias oficiales de seguridad nacional de los gobiernos de EU. Las primeras decisiones de la Casa Blanca en estos seis meses del nuevo gobierno se han movido en la lógica unilateral de intereses de corto plazo.
La región Iberoamericana aparece como un rompecabezas de diversidad ideológica. La revolución cubana fue un factor de definición de una línea de desarrollo estratégico nacionalista y antimperialista, pero careció de una viabilidad de políticas económicas nacionales y de la ausencia de una estrategia integradora.
La reciente propuesta del presidente mexicano López Obrador de liquidar lo que queda de la organización de Estados Americanos como estructura político-militar-ideológica estadunidense que da prioridad a los intereses de la Casa Blanca y construir un modelo similar al de la Unión Europea fue, en el mejor de los casos, el planteamiento de una incipiente y débil nueva utopía regional, porque comunidades como la europea no se crearon por voluntarismo de dirigentes sino que fue producto de una construcción histórica a lo largo de más de medio siglo.
En todo caso, el presidente mexicano exhibió la necesidad de que la región Iberoamericana encuentre algún camino de integración económica, política y social y pueda definir un modelo de desarrollo multinacional que logre eludir los criterios estadounidenses que ven a los países iberoamericanos como repúblicas bananeras.
Los escenarios de corto y mediano plazo de los países iberoamericanos son inciertos, marcados por colapsos sociales derivados de desigualdades agudizadas por la pandemia y sin una reflexión sobre las posibilidades de construcción de una salida a la comunidad de países iberoamericanos y del Caribe y su población cercana a 650 millones de personas.
La solitaria presencia del Rey Felipe VI en Perú confirmó el desdén del gobierno de Pedro Sánchez hacia la región Iberoamericana.
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