Roberto Alifano
“En todos lados se cuecen habas”… El origen de la expresión está incluida en El Quijote; concretamente en el capítulo II, y aparece en boca de Sancho Panza, cuando dice: “No hay camino tan llano que no tenga algún tropezón o barranco; en otras casas cuecen habas, y en la mía, a calderadas”. Así, con su buen sentido común, el famoso escudero parece expresar la idea de que los problemas, los disgustos o los defectos se sufren y se dan en todas partes y circunstancias. Pero entre nos… ni qué hablar.
Un ex presidente peronista, exclamó en los albores del inicio del siglo XXI, quizá con menos optimismo que enjundia que “la Argentina es un país condenado al éxito”. A juzgar por los hechos hasta ahora se viene equivocando de medio a medio. No solo que la predicción no se ha cumplido, sino que desde entonces -y desde bastante más atrás-; vale decir, desde allá lejos y hace tiempo, somos un melancólico país hundido en la depresión social y económica con una dirigencia política que lo viene destrozando sistemáticamente.
El pasado año, en plena restricción impuesta por el Gobierno, bajo una severa cuarentena, se realizó el escandaloso cumpleaños de la primera dama presidencial. En ese momento, el entonces récord de contagios superaba las 4.000 personas y más de 200 muertos diarios. Lo que vino después fue peor (Aquí, ya estamos acostumbrados, a que todo lo que viene es siempre peor). Se llegó a días en que los contagios superaron los 500 muertos y a la fecha ya suman más de 110.000. Pero el día del otrora promocionado cumpleaños el país estaba viviendo la peor situación hasta ese momento. Fueron las dramáticas jornadas en que el Gobierno optó por la vacuna rusa Sputnik V, opción que terminaría en un naufragio. El laboratorio ruso no pudo enviarles a los argentinos en tiempo y forma la segunda dosis esencial (quien escribe esta nota aún no tiene completada su vacunación), sino que los errores no fueron solo los del cumpleaños y se ampliaron en los elegidos VIP, aunque el recientemente destapado sea el que más exhibe hipocresía e insensibilidad, irritando e indignando a casi todos por igual.
No solo el Presidente hizo caso omiso a una norma restrictiva de la circulación que él mismo impuso en la población con cierta suficiencia, sino que mintió en la cara de sus compatriotas. “Lo que más me interesa es cuidarlos a todos; esa es mi misión. La economía puede esperar, las personas que se infectan, no. Ante la muerte y la economía, yo elijo la vida”. Anteayer, sin embargo, el desplumado presidente expresó un tibio arrepentimiento por lo sucedido en su casa y afirmó: “Somos transparentes. Nos manejamos con la verdad y nunca ocultamos nada…” (¿?). ¿Mala memoria o broma macabra?. Olvidó que pocas horas antes de que se difundiera la foto del escándalo, en una entrevista periodística había asegurado que “jamás hubo tales reuniones; son puros embustes de la oposición”. Pocos días después enfatizó con total desparpajo su intención de “terminar por las buenas o por las malas con la Argentina de los pícaros”. Pero -¡oh, espanto!-, ha quedado ahora al descubierto que esa Argentina de los vivos tiene su sede en la residencia presidencial!
Sus acólitos, en tanto, piden que se investigue al anterior presidente Mauricio Macri, que, al parecer habría dado un domicilio apócrifo al regresar de un viaje; nada raro en él, otro especialista en mentir a mansalva. Hay que tener en cuenta, eso sí, que el ingeniero es el último recurso de los kirchneristas cuando ya no tienen nada a mano para justificarse. Lo cierto es que una simple foto los ha dejado en este momento sin recursos, sin relato, sin paliativos y, lo que es peor aún, expuestos ante un pueblo cada vez más subestimado y con bronca por todos los costados.
En un contexto más amplio, de cara las elecciones de medio término, oficialistas y opositores, esgrimiendo mentiras y bravuconadas se muestran desnudos en la intemperie. Poco o nada tienen para ofrecer, ¿Qué pasará ahora en una Argentina con un presidente que ya venía maltrecho y que ahora, con una burda mentira impiadosa, ha caído en la peor desgracia? Mejor dicho, los vapuleados argentinos hemos caído en la peor desgracia. Y pensar que nos nuestros políticos todavía nos quiere engatusar con aquello de que estamos condenados al éxito. Cuando ni un equipo de los dioses más eficaces del Olimpo nos salva.
Escritor y periodista
Publicado originalmente en elimparcial.es