Aunque el título lo sugiera, esta columna no aborda el divertido affaire Lozoya – Hunan.
En una ocasión me presentaron a Emilio en el canal 11 antes de una entrevista. Al despedirse, cortés y cálido, expresó su deseo de vernos pronto, pues tenía noticias de mis habilidades en la comunicación social, expertise, dijo, que pronto necesitaría.
La verdad eso me animó, pues la proximidad del desempleo me hace vulnerable. Pero el amigo que me acompañaba me dijo burlón que no me hiciera ilusiones. Tenía a Emilio como un niño rico y malcriado, sin sentido de autocrítica, irresponsable e incapaz de dar un paso sin huarache.
Un juicio tan poco generoso me desconcertó. ¿Estaba mi amigo celoso de ese mozo que exudaba éxito, buena cuna, refinado gusto en el vestir y excelente educación? Confieso que dudé.
Pero como Lozoya ni me buscó ni respondió a mi mensaje cuando fue elevado al trono de Pemex, aquel encuentro no pasó de anécdota y lo olvidé… hasta que el numerito del Hunan me recordó lo de niño irresponsable: “¡no pasa nada!”, dicen los chamacos que prenden cerillos en la gasolinera.
El admirado Raymundo Riva Palacio me ayudó a entender aquel momento en el canal 11. Dijo en su columna de El Financiero: “Si algo hay que resaltar de Emilio Lozoya, es que es un extraordinario encantador de serpientes. Envuelve con su plática, dice lo que los otros quieren escuchar, les hace promesas que los emocionan y los lleva a soñar”.
Aunque no me considero serpiente, la metáfora me llegó. Y luego en el mismo diario, un texto del ex primer cuñado de la nación me dio otros elementos de juicio. Emilio es “Un hombre sin pudor para el desfalco, la robadera y para empinar a sus cercanos es capaz de casi todo, pero sobre todo de la ostentación y la prepotencia que, en muchos casos, van de la mano con la impunidad.”
¡Hélas! No sólo presidentes, ministros, potentados internacionales, familiares y ligues fueron engatusados por aquel elegante y educado joven.
También alguien con quien se tropezó de manera fortuita, como yo… además del mesero, del garrotero y del gerente del Hunan.
Quizá el único a quien el follón animó haya sido José Cuaik Mena, el dueño del Hunan. En tiempos de pandemia y merma del consumo, su negocio recibió una millonada en publicidad gratuita.
Me dicen mis amigos de las clases dominantes que desde el domingo 10 hay lista de espera para el pato Pekín y que reservar la mesa del affaire añade un porcentaje adicional a la cuenta. Mi cuate L.L. dice que por derechos de autor se prohíben las selfies en ese rinconcito del amor, pero no le creo.
Otra vez desvarío. Los temas políticos me provocan erisipela y los evito como al pecado. Lo que deseaba compartir hoy es una historia que si bien mueve a risa, también me hizo pensar sobre la elasticidad de algunos valores que por lo menos mi generación daba por sentados.
Jens Haaning es un pintor danés a quien imagino pariente del que perforó una pared del Guggenheim en Bilbao, le tituló algo así como “Rotura del Universo” y luego se sentó a ver a los turistas devanarse los sesos para entender el profundo significado de su creación.
Resulta que la dirección del Museo Kunsten de Arte Moderno de Aalborg, Dinamarca, comisionó dos obras de este pintor, conocido por aplicar su arte a la crítica del monetarismo y de los poderosos y en defensa de los grupos vulnerables, para una exhibición titulada con el juego de palabras “Work it out”, que en cristiano vendría a ser algo así como “Resuélvelo en la chamba”.
El tema de la muestra sería la naturaleza del trabajo y su potencial para transformar la vida laboral de los individuos y la sociedad. Entre las obras comisionadas hubo una sala de juntas virtual, un panel de fotografías sobre las condiciones laborales de las enfermeras y la escultura de un paquete de la empresa de mensajería FedEx enmarcado en brazos cercenados de repartidores.
Haaning recibió en préstamo medio millón de coronas, poco más de 1.7 millones de pesos, para usar los billetes en la confección de sus cuadros. Esa cantidad debía ser devuelta al museo en enero próximo.
Suena medio extraño esto, pero la razón es que el museo le pidió recrear obras de 2007 y 2010 en donde expresó visualmente la disparidad del ingreso anual promedio de austriacos y daneses mediante figuras armadas con billetes sobre los lienzos.
Por pago de derechos, el pintor recibiría el equivalente a 31 mil pesos más 140 mil de reembolso por gastos. Pero debería poner de su bolsillo casi 80 mil pesos para terminar la obra.
Evidentemente en Dinamarca no tienen idea de la mexicanísima sentencia,
“Músico pagado toca mal son”, ni de la latina “En arca abierta hasta el justo peca”.
En el día acordado, un servicio de mudanzas entregó en la bodega del museo dos grandes cajas con sendos cuadros.
Cuando Lasse Andersson, el director de la institución y su equipo, acudieron a conocer la obra, encontraron dos lienzos bellamente enmarcados pero en blanco. ¿El nombre de la obra? “Toma el dinero y huye”.
Esto que narro es absolutamente cierto. El numerito, como era de esperarse, levantó una polémica en el mundo artístico danés.
Por una parte, el pintor arguye que su trabajo consistió precisamente en apropiarse del dinero del museo. “¿Por qué no confeccionar una obra que represente mi propia situación laboral?”, dijo en una entrevista.
Aseguró que sus obras de arte son una adecuada representación para la exhibición “Work it Out”, ya que la misma pretende estimular una revisión de las condiciones de trabajo de los daneses.
“Aliento a quienes tienen condiciones de trabajo tan miserables como las mías a hacer lo mismo. Si tienen un empleo que no les paga o que les exige poner dinero de su bolsa… deben tomar lo que puedan y darse a la fuga”, dijo al diario Arnet News.
Lasse Andersson admitió en una entrevista que no pudo contener la risa cuando las cajas de los cuadros fueron abiertas, pero que Haaning incumplió su contrato.
El museo decidió exhibir los cuadros con el título con el que el artista los bautizó, “Toma el dinero y huye”, junto con un texto que explica el asunto, pues Andersson reconoce que si bien el trabajo de Haaning en efecto es adecuado al tema de la exhibición, el quedarse con el dinero viola el acuerdo firmado.
“Es una reflexión sobre las condiciones en las que todos trabajamos y probablemente también sobre el valor de su creación… así que encontramos que hay un tema de interés”, expresó.
Al terminar de escribir la columna descubro el por qué de la asociación entre el numerito del pintor danés y el cenador de pato pekinés.
Ambos recibieron cantidades considerables para aplicarlas a un trabajo determinado. Y ambos, al tener entre las manos la marmaja, decidieron que era su muy legítimo derecho quedársela… y darse a la fuga.
Todo esto en un ambiente que haría a Bretón enriquecer la impresión que le quedó de su visita a nuestro país y postular que tanto en Dinamarca como en México, el surrealismo es costumbrismo.
Ofrezco disculpas a mis lectores por la banalidad de esta entrega de JdO… creo que el calor y la maldita pandemia me están apergaminando las neuronas.
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