Hanif Kureishi y el integrismo islámico

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El 14 de febrero de 1989, después de violentas manifestaciones en Pakistán contra la publicación de Los versos satánicos de Salman Rushdie, el ayatollah Jomeini promulgó una fatua, en la que instaba a todos los musulmanes a ejecutar al escritor. Aunque la noticia movilizó en su momento a la opinión pública y la solidaridad internacional, apenas se supo del integrismo islámico por años, hasta el 19 de septiembre de 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York.

Entre esos dos momentos, el integrismo islámico surgió fundamentalmente en comunidades musulmanas en occidente, ante la dificultad de integrarse a los países en los que migraron y la idealización de un mundo al cual no pertenecían ya. Recordemos que muchos militantes de grupos como Al-Qaeda o ISIS provenían de Europa y América, no eran nativos de Afganistán, Iraq o Siria, por ejemplo.

Una forma de contemplar ese choque entre culturas y la forma que algunas personas lo enfrentaron, con distintos resultados, puede ser a través de la novela. Cierto: la literatura no equivale a un manual de política, pero la condición humana es compartida por todos los individuos. Así, la creación literaria abre posibilidades para entendernos a través de miradas ajenas.

He tenido un acercamiento a ese conflicto gracias a uno de mis novelistas favoritos: Hanif Kureishi. Nacido de padre pakistaní y madre inglesa, algunos de los temas que trata su obra son la identidad, el contraste de estilos de vida en sociedades multiculturales, y el valor liberador del arte, sea literatura, música o cine. Hay dos piezas donde se muestra el integrismo islámico en sus inicios, con finales contrastantes entre sí: The Black Album (1995) y My Son the Fanatic (1998), que llegó a ser adaptada en cine.

The Black Album, trata sobre el estudiante Shalid, de raíces paquistaníes, quien vive entre dos polos. Por una parte, el liberalismo de occidente con sus excesos, su música y la atracción sexual que siente por una de sus maestras. Por el otro, su comunidad, donde comienza a infiltrarse el puritanismo, representado por Riaz, quien, con su vestimenta impecable y conducta aparentemente intachable, comienza a difundir sus visiones fundamentalistas.

Sin tomar partido, el autor satiriza a ambos extremos, donde no se trata solamente de ganar el alma de Shalid, sino la interacción de dos mundos que chocan. Hay pasajes donde podríamos sentirnos identificados, como cuando un paquistaní abre una berenjena, cree leer el nombre de Allah al interior, y la comunidad pone la verdura en un altar hasta que se pudre y es destruida en un tumulto.

Como se lee en un segmento: en esos días todos insistían en su identidad, presentándose como hombre, mujer, gay, negro, judío – marcando cualquier característica que pudiesen reclamar, como si no pudiesen ser humanos sin etiquetas.

En abierto contraste en cuanto a tono y dinámicas, My Son the Fanatic habla sobre el rompimiento entre Pervez, un taxista de origen paquistaní que trata de integrarse a Inglaterra y su estilo de vida, y su hijo, Ali, quien atraviesa un proceso de conversión religiosa hacia el integrismo. Las relaciones se van deteriorando, hasta el punto de rompimiento, donde no se sabe quién tiene la razón y quién no – o si al final de cuentas son iguales.

Hay otras obras que pueden reflejar miedos ante el inevitable cambio de las sociedades, sean reales o supuestos. Pienso en Sumisión, de Michel Houellebecq, por ejemplo. Pero de eso trata la buena literatura: de cambiar nuestras percepciones y descubrir nuevos ángulos para percibir la realidad – algo que cualquier fanático, sea laico o religioso, desea que evitemos a toda costa.

@FernandoDworak