Nadie niega que la escuela es un espacio de convivencia o que es el sitio ideal para que el estudiante (niño, adolescente, joven y cualquiera) se desenvuelva y, desde luego, nadie rechaza que la escuela de todos los niveles recupere su función y retome su importancia. Hubo una pandemia. Es una realidad. Ahora, donde una parte de la sociedad y el gobierno mexicano sí chocan en estos momentos, es en saber si estamos en el momento adecuado para el retorno a clases presenciales. Todo indica que no lo estamos. Muy aparte de si deseamos que tal retorno sí suceda en algún momento.
Sí, el virus no se irá, pero puede haber mejores momentos para que el retorno a clases presenciales apueste, y puede hacerlo, a condiciones más favorables que las actuales, que son en resumen, las de una pandemia otra vez ascendente y con semáforos entre naranja y rojo, preponderantemente. Y con la variante Delta, acechando. No es imaginación ni exageración. También es una realidad.
Antes, pensemos: retornando a presenciales ¿los padres de familia tendrán la ética de avisar de un hijo enfermo por COVID-19? ¿y si el profesor enferma? No todas las instituciones los tienen contratados con seguro médico. Y mucho menos son permisivas ni solidarias. Ni son tan complacientes por faltas médicas que sí pueden ser un motivo de alarma y de manera generalizada, al exponer a una ingente población que ronda los 35 millones de menores y otros tantos trabajadores. No es poca cosa ese retorno. Importa la salud de todos los involucrados, no es solo la de los estudiantes que no solo son niños. Los niños sí son propensos al contagio y mientras más grandes, más contagiables.
Así, partamos de unas cuantas verdades más, firmes e incuestionables. El contacto entre personas acrecienta el contagio del mortal COVID-19, un virus asesino en toda regla. Aun con los altos índices de contagios –por una sociedad que en 16 meses no termina de seguir las medidas de cautela indicadas, a rajatabla, pese a saberlas– se ha evitado que la propagación del virus asesino sea peor, gracias a confinar al estudiantado de todos los niveles. La vacunación va imparable gracias a una gestión de vacunas razonablemente adecuada para las dimensiones de país y población que tenemos, que no son cosa menor. En ese proceso falta la población menor a 18 años. Y un porcentaje elevado de entre los 18 y 30 años y, desde luego, por diversas causas no atribuibles al gobierno mexicano, como la no vacunación mundial de menores de edad o la no producción propia de antígenos que hay que adquirir y esperar a su fabricación. Eso implica que no la recibirán esos 35 millones de personas menores de edad, aproximadamente.
Ahora, la materia prima de la educación académica no son ni los libros ni la Internet ni las listas de asistencia. Lo son los educandos, los estudiantes. Y de la mano de las personas que en el rango arriba referido atienden al sector educativo. En ese sector va toda persona: profesores, administrativos, conserjería, etc. ¿Y los traslados que no son en vehículos privados? Además, a esos estudiantes que no están vacunados en gran medida, igual que no lo están aún muchos de sus padres –que apenas están en el proceso o no llegan a él por su juventud y su situación geográfica– y es comprensible, son un motivo para la reflexión al clamar por el no retorno aún. Sería prudente regresar cuando siquiera ya ese amplio sector a partir de los 18 años estuviera plenamente vacunado.
Se sostiene que la inmunidad de rebaño requiere un 75 % de la población con un esquema completo (dos dosis) y que es justo lo que tendríamos restando a los menores de 18 que no son vacunables por el momento. Podríamos añadir que en el caso mexicano la medida del retorno a clases tiene en el horizonte descrito, muchos más bemoles que beneficios al 30 de agosto. Retardar un semestre el retorno es pedir un gran esfuerzo, pero no sería malo. Nada se gana retornando y debiendo regresar a casa al primer brote de contagios. Es preferible que tal brote encuentre menos condiciones para producirse o para ya no ser grave como los habíamos conocido.
Sí, en efecto, UNICEF y quien usted guste, hace meses que sugiere y apremia el retorno a las aulas. Nadie en su sano juicio se opone per se. Solo que hay una pandemia y el virus es asesino. Solo eso. Lo que es distinto a cerrar lo ojos y o no partir de las realidades enlistadas, implicando admitir que no es conveniente regresar. Es malo no hacerlo, pero es peor en estas condiciones. Y podríamos añadir otras que son ineludibles, incluido que sería el tiempo para suministrar las segunda dosis de Cansino al profesorado, de requerirse como se rumora:
- Estamos en semáforo rojo en buena parte del país; en naranja si bien nos va. Y no cambiará demasiado en las siguientes semanas en torno al 30 de agosto.
- Sí en efecto, pueda ser que los niños no enfermen de COVID-19, aunque eso es cuestionable. Lo que no lo es consiste en que puedan ser transmisores. ¿Asintomáticos? También. Y eso no ha cambiado. Parte de confinarnos obedeció a que no se facilitara tal condición llevando la enfermedad asesina a sus hogares, donde padres y abuelos quedasen altamente expuestos. Ese riesgo no ha desaparecido, aunque sí rebajado habiendo familiares vacunados.
- Sí, vacunados los adultos ya está demostrado que el virus la tiene mucho más difícil en sus efectos y la vacuna aleja hospitalización y muerte.
- Si bien los jóvenes menores de 18 años no están vacunados y no lo serán como plan mundial, tener al resto de la población ya vacunada, ayudaría y eso puede tomar aún este semestre. Se está vacunando más rápido que lo planeado y eso es positivo. Ergo, no sobra esperar lo que falte para conseguir ese universo enorme protegido completando la doble vacunación.
- En el inter es menester robustecer medidas adicionales, algunas retrasadas o de plano, evadidas. Cerrar Riviera Maya, evitar traslados aislando al virus. No es admisible el número diario de contagios. Es forzar demasiado las cosas desde la gente. Es inadmisible. Si la gente no pone de su parte, no hay gobierno que sirva, máxime que este ha señalado el ‘quédate en casa’ desde un principio para que no siga sucediendo el escenario que hoy tenemos. Ese escenario en agosto de 2021 no es porque el presidente no use cubrebocas ni por la manga del muerto. Sucede porque la gente es irresponsable. Así de sencillo.
Hace falta una campaña que ha sido omisa: dejar muy claro que vacunados no nos vuelve inmunes ni mucho menos el virus ha muerto. Hay la muy extendida creencia de que la vacuna nos inmuniza. No, no nos inmuniza. Reduce los síntomas, puede evitar la hospitalización y la muerte, pero no nos ha inmunizado. Son dos cosas diferentes. El contacto entre personas, contagia. Y los niños pueden ser portadores, si es que no se llega al acuerdo de que enferman, aunque todo indica que son propensos.
Campeche demostró que el retorno obligaba a regresar a casa. El contacto entre seres humanos, ya sabe. Podemos evitar muchos más contagios a los que a diario ya tenemos y son inadmisibles, si retrasamos el retorno. Es que no solo hablamos de niños. Hay adolescentes y jóvenes que sí se infectan. También está visto que el modelo híbrido no es sencillo ni es atractivo. Con un profesor con cubrebocas y careta, sencillamente no es cómodo para nadie. No es lo mismo estar en su casa, seguros a todos a resguardo. Los alumnos en la clase no siempre están a gusto, mi experiencia universitaria en clases híbridas lo confirmó. Es mejor la clase desde casa. También recuérdese que es importante el regreso a clases, pero la seguridad colectiva es primero y frente al riesgo, mejor no correrlo si podemos arrinconar al virus.
Entonces ¿nunca regresaremos a presenciales? No, sí se puede regresar, pero acaso un semestre más ayudaría a que al virus se le arrincone mejor y que mientras el mundo defina cómo atender la población menor a 18 años a ser o no vacunada. El 30 de agosto no es fecha adecuada para regresar a presenciales. Es prematura ante este panorama descrito y con pandemia en semáforo rojo y variables como la delta. Y el gobierno federal no debe de ceder a presiones. Y dejarse de que la cosa es voluntaria o a medias. Firmeza con inteligencia es lo que hace falta, y que entienda el problema que tenemos quien pueda, ya no quien quiera. Tampoco es tan difícil de entender lo que estamos pasando y el peligro que estamos advirtiendo.