Así como vamos prácticamente moriremos trabajando, el dilema de las pensiones (y su drama porque en muchos casos son miserables o inexistentes) es una bomba de tiempo que, tarde o temprano, estallará no solo en los países industrializados también en muchos de los catalogados como emergentes.
Algunos países como Dinamarca, Grecia, Italia, Islandia, Suiza han retrasado la edad de jubilación a partir de los 67 años de edad y en España, recientemente han entrado ciertos cambios.
Con la reforma de las pensiones realizada en 2013 fue gradualmente elevándose la edad de jubilación hasta llegar a los 66 años exigidos desde que inició 2022.
De esta forma todas las personas que en el país ibérico quieran retirarse con el 100% de su pensión necesariamente tendrán cumplidos 66 años y dos meses. Se trata de la nueva edad para los trabajadores que han cotizado menos de 37 años y seis meses.
Otra modificación importante es el período de cálculo de las pensiones que pasa de los 24 a los 25 años, dicha reforma tiene como objetivo que en un lapso de tres quinquenios la edad de jubilación quede ajustada a los 67 años de edad.
El futuro de los pensionados es complicado así como el futuro de los nuevos pensionados que irán sumándose con el tiempo a las filas de la cesantía laboral por cuestiones de edad.
Quizá lo más inquietante de todo no es cómo se sostendrá esa pirámide en el tiempo porque cada vez se requerirá contar con más gente activa laboralmente hablando por cada pensionado, sino el destino que seguirán millones de personas sumergidas en la economía informal y que no han ahorrado para su vejez… que no han realizado ninguna aportación para su propia causa.
Y vamos camino de un embudo generacional que además nos pillará en la Cuarta Revolución Industrial más acelerada con la tecnología dominando muchas áreas y desplazando montones de empleos que no volverán jamás.
También asusta la poca visión de los gobiernos con sus políticas públicas al respecto, es como si fuese una gran bomba a punto de estallar pero a la que se enfría con un poco de agua y simplemente ese problemón se hereda para el presidente de turno. Y nadie termina de tomar las decisiones correctas, proactivas e inclusivas para impedir que el día de mañana se forme una masa de personas mayores sumergidas en la miseria.
A COLACIÓN
Luego está una verdad incontestable: cada vez el ser humano será más longevo, ya no son contados los casos de las personas centenarias y no todas están deterioradas.
A este ritmo, para los hacedores de las políticas públicas todo se arregla retrasando la edad de la jubilación, eslabonan sus decisiones correlacionando el retiro con los condicionantes de la edad: “Entre más se viva, más será necesario trabajar para jubilarse”.
A eso resumen sus decisiones ignorando que hay gente que entra y sale del mercado laboral formal porque el mercado es inestable, no presenta las condiciones de certeza y de contratos eternos de los que gozaron los baby boomers que pudieron además cumplir con sus ambiciones. Muchos dejan esos huecos sin cotizar, ni aportar, a pesar quizá de que hayan obtenido ingresos en negro.
Al final eso termina repercutiendo y lo seguirá haciendo en la medida que no se flexibilicen las cotizaciones y permitan que el trabajador aporte-cotice con su contrato de trabajo o bien lo haga con los ingresos que obtenga por trabajos esporádicos. Aquí el problema es que del otro lado está Hacienda a la que le importa más ir detrás de esos ingresos sin comprobar aunque sean temporales.
Tienen que reformularse los esquemas y las políticas públicas deberán estar preparadas para dar bonos sociales más cuantiosos para apoyar no solo a los pensionados que viven prácticamente al día, fundamentalmente a muchos mayores que no cobran absolutamente nada. Esta es una triste realidad.
@claudialunapale