Conforme pasan los años Carlos Gardel cada vez canta mejor. Con el tiempo la vida del ex presidente Luis Echeverría se convirtió en un tango. Una tragedia. En el poder cometió un error fatal: subestimar el destino. Lo mismo ha ocurrido con conspicuos personajes autoritarios en todas partes del mundo. En el caso de Echeverría los excesos del poder tuvieron un desenlace funesto en su vida y en su destino.
En el poder, todos quienes pasan por él se sienten irremediablemente indestructibles, ni siquiera nuestros próceres han podido vencer a la historia por muy ilustres que hayan sido. Obrador ahora mismo libra una batalla contra sí mismo y como Echeverría toda apunta a que tendrá un desenlace funesto. Obrador es el propio destructor de su futuro político. Lo más triste es que conducido por la pasión y la fatalidad cada día más enloquece.
En mis charlas con Echeverría pude intuir un sentimiento de pesadumbre provocado por su preocupación de cómo pasaría a la historia. Vivió con resignación los últimos años de su vida, la pena de cargar un legado de dolor por los abusos del poder que se cometieron en sus momentos de esplendor como presidente: la masacre de estudiantes y el atentado a la libertad de expresión por el golpe demoledor que le propició a los periodistas de Excélsior, a los que Julio Scherer acaudillaba.
Mis encuentros con Echeverría tenían la pretensión de contribuir a escribir un perfil sobre Julio Scherer para desacralizar a la figura mítica del periodista.
Era inevitable confrontar a Echeverría. Las entrevistas que concedía fueron contadas. Habló largo y tendido con Enrique Krauze lo mismo que con Jorge G. Castañeda e incluso con el yerno de Juan Francisco Ealy Ortiz, el entonces joven aspirante a reportero Rogelio Cárdenas Estandia (cuyo padre y abuelo fueron los fundadores de El Financiero).
Cuando en una de mis conversaciones con el ex presidente traté el tema de Scherer y pronuncié el nombre de Daniel Cosío Villegas, la reacción fue inmediata. Mencionar al fundador del Fondo de Cultura Económica era un sacrilegio. Echeverría lo asumió como una profanación y más cuando yo lo hice allí en su espacio, en su casa, que él consideraba como algo sagrado.
Cosío Villegas se convirtió en el innombrable. Los textos periodísticos del historiador y ensayista publicados en las páginas de Excélsior fueron el detonante del golpe al periódico dirigido por Julio Scherer. Las críticas de Cosío Villegas fueron la esencia del atentado a Excélsior. Lo demás es historia y todos ya la conocemos.
Así como Obrador enloquece con las críticas de Enrique Krauze y al menor pronunciamiento de su nombre, el tabasqueño saca su metralleta de insultos y vituperios para enlodar con sus palabras al autor del libro El pueblo soy yo, así actuaba Echeverría cuando leía las críticas de Cosío Villegas o cuando alguien lo mencionaba.
Antes de ocupar la dirección de Excélsior, en su etapa de treintañeros Scherer y Echeverría llevaban una buena amistad que comenzó a surgir cuando LEA ocupaba la oficialía mayor de la Secretaría de Educación Pública y ya como secretario de Gobernación esa relación se afianzó pero por esas cosas que tiene el poder ambos se distanciaron hasta llegar a un desencuentro fatal con el golpe a Excélsior cuando ya Echeverría se sentía infalible como presidente.
Echeverría tenía una valoración excesiva de sí mismo. El superego de Echeverría lo hacía vivir fuera de la realidad. En sus críticas al presidente, Cosío Villegas lo retrataba como un ferviente candidato al diván.
Cosío Villegas en sus críticas daba pruebas fehacientes de cómo el poder enloquece.
Al igual que Cosío Villegas, Octavio Paz y Gabriel Zaid pusieron bajo su pluma el autoritarismo presidencial de Echeverría y el añejo sistema político que tanto enriquecieron las páginas de Excélsior cuando Scherer mantenía el mando del timón.
Echeverría vivió los últimos años en la negación. Jamás admitió que falló. De ahí que interesaba saber acerca de sus memorias. De cómo se autoanalizaba.
Él mismo construyó el mito de Scherer, cuya figura se agigantó hasta llegar a ser considerado como el presidente moral del país. En cambio, Echeverría ha vivido la mitad de su vida el golpe de Excélsior como un calvario. Y llegará a la tumba con los señalamientos de “asesino”, como Díaz Ordaz, por la masacre de estudiantes., aunque él solo formaba parte de un sistema.
En nuestra conversación sobre el fundador de la revista Proceso, el ex presidente me confió que había sostenido algunos encuentros con Scherer. El último de ellos fue en su casa de San Jerónimo a donde lo visitó el veterano periodista. Charlaron como viejos conocidos. Scherer –según me dijo Echeverría a mediados del 2003– le propuso dejarlo un día completo en su casa.
–¿Y qué pasó? –Pregunté con emoción.
–No, yo le pregunto a usted: ¿para qué? ¿Por qué Julio Scherer quiere vivir un día en mi casa?
–Licenciado, le digo a Echeverría, sí de veras le va a dejar su casa a Scherer…
–No sé –me respondió Echeverría. –¿A ver usted dígame qué piensa? –Me preguntó.
Mi respuesta fue una simple sonrisa.
En ese momento pensé que sin duda Scherer habría escrito una gran novela.
Lo mismo podría pasar con Enrique Krauze si un día recibiera el permiso de pasar un día completo en Palacio Nacional para desentrañar las locuras de Obrador.
Lo malo es que el tabasqueño actúa peor que Echeverría. Obrador nada más escucha las palabras “cultura” y “ciencia” y le taladran los oídos. Como Echeverría, Obrador es intolerante con la crítica. Asume a la prensa como sus enemigos y ha llegado al extremo de actuar contra Proceso como Echeverría lo hizo contra Excélsior, censurando a la revista y buscar asfixiarla económicamente.
Frente al espejo de nuestra realidad política, Lord Acton, el influyente político británico en los tiempos de la Reina Victoria, tenía razón: “El poder vuelve loco, y el poder absoluto, absolutamente loco”. Echeverría y Obrador cargan con el destino funesto de sus vidas y la desgracia del país.