Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
Esta reflexión viene a cuento del último premio Planeta concedido a Carmen Mola, un seudónimo tras el que se esconden dos “mentiras” de base —el autor no es una mujer y el autor no es uno, sino tres— y otra ad hoc que las refuerza: la aportación —por parte de su agente y de la editorial Alfaguara— de una biografía inventada y extractos de entrevistas que, supuestamente, ha concedido.
Después de leer con atención muchas de esas entrevistas, nos damos cuenta de que la utilización de esa otra identidad nació como un puro juego en forma de proyecto literario. El problema vino cuando recibieron el premio, porque entonces se destapó el engaño, que además resulto ser suculento: al millón de euros del Planeta hay que añadir los beneficios que obtendrán de una serie de televisión que tienen previsto grabar para un medio de comunicación propiedad de ese mismo grupo editorial. Todo esto ha desencadenado un tsunami de voces en contra y a favor en el mundo literario: ¿influye el nombre del autor en la recepción de una novela?; ¿es más fácil publicar con un nombre de mujer?; ¿es esto una mera estrategia comercial?, y si es así, ¿no puede parecer hoy una burla sabiendo que. en otro tiempo, el seudónimo fue pura necesidad?
Sin decantarnos y sin restar importancia a todos esos planteamientos, se nos ocurre pensar en el mundo literario como en un patio de juegos en el que muchos son los jugadores y variados los tipos de juego. Así lo entendió uno de los movimientos literarios más importantes de la segunda mitad del siglo XX, OULIPO (Ouvroir de littérature potentielle →Taller de literatura potencial) cuando en 1960, con el fin de unir las matemáticas y la literatura, sus miembros se plantearon escribir aplicándose, conscientemente, restricciones con el objetivo de lograr nuevas formas de creación.
Pero no fueron los únicos: Borges se divertía haciendo aparecer, en las primeras frases de muchos de sus cuentos, el título de un libro inexistente y todas las críticas a sus diferentes ediciones; cuántos lectores habremos picado y, a la primera de cambio, habremos acudido a la biblioteca a buscarlo. Lo mismo que Vicente Luis Mora cuando, en 2010, proyectó escribir sobre la falsificación literaria desde la falsificación misma. Para ello redactó cada una de las líneas de la revista Quimera perteneciente al mes de septiembre; él solo llenó la edición de nombres de críticos falsos, de libros y de autores fantasma mezclados con autores reales cuya identidad suplantó. Ante estos ejemplos de juego literario, el caso de Carmen Mola sería uno más.
De cualquier manera, no vamos a centrarnos en eso —Internet atesora gran parte de la literatura que este fenómeno ha generado—, sino en el mundo de la coedición y sus características. Sí, porque, aunque parezca algo nuevo, la escritura en colaboración ha ofrecido grandes y prolíficos ejemplos: entre pensadores, Karl Marx y Friedrich Engels; dentro de la ciencia ficción, Larry Niven y Jerry Pornuelle; en narrativa histórica, Alejandro Dumas y Auguste Maquet… Vamos a ampliar algunos de los más curiosos:
- Por parecerse al caso Mola, empezaremos por el dúo que formaron Borges y Bioy Casares, allá por 1942. Insuflaron vida a un crítico ficticio cuyo nombre está formado por el compendio de los apellidos de los bisabuelos de sendos escritores: Bustos Domecq. Este ser inventado escribió cuatro libros: Seis problemas para Isidro Parodi, Dos Fantasías Memorables, Crónicas de Bustos Domecq y Nuevos Cuentos de Bustos Domecq.
- Otra obra muy curiosa en cuanto a su génesis es El almirante flotante, escrita por catorce miembros del Detection Club londinense, la asociación más prestigiosa de escritores de novelas policíacas, entre los que se encuentra Agatha Christie o G. K. Chesterton. El reto consistía en escribir una obra colectiva partiendo del planteamiento inicial de un caso criminal. Cada colaborador tenía que buscar una solución al crimen y entregarla en un sobre cerrado. El resultado fue este clásico de la novela de detectives.
- Dentro de ese mismo género tenemos la obra en catalán No demanis llobarro fora de temporada, de Andreu Martín y Jaume Ribera. Hacia mediados de los 80, estaban trabajando como guionistas de cómic para la editorial Bruguera y en una comida informal, en un restaurante de Barcelona, la charla derivó sobre cómo ellos habrían desarrollado ciertos guiones de películas y de libros policiacos, y para cuando se dieron cuenta ya habían creado a Juan Anguera, o lo que es lo mismo: Flanagan, Johny Flanagan, un adolescente que decide montar una agencia de detectives en el almacén del bar de sus padres.
- Otro caso interesante es el de Mary Ann Shaffer y Annie Barows, tía y sobrina, que se pusieron manos a la obra para escribir en estilo epistolar La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey. Cada capítulo es una carta y con todas juntas nos sumergen en una sociedad que intenta sobrevivir en plena Segunda Guerra Mundial.
- Otra colaboración literaria a cuatro manos muy fructífera es la que llevan a cabo Iria G. Parente y Selene M. Pascual, dos madrileñas dedicadas principalmente a la literatura juvenil y autoras, entre otras, de la saga Marabilia. Enriquecen su obra literaria con un blog en el que proponen a sus lectores algo muy interesante: que les sugieran relatos que iluminen aquellas escenas o momentos de alguno de sus libros que necesiten aclaración, pero no por falta de ella en la obra, sino por puro placer de ahondar en la trama. De esta forma consiguen fidelizar lectores y asegurarse una entrada fija en su página.
- Y por último nombraremos a Sara Mesa y Pablo Martín Sánchez cuya colaboración les unió para urdir Agatha. En realidad, está basada en una historia que el escritor Melville esbozó en el XIX; el origen fue un caso real que le impresionó tanto que organizó todos los materiales para escribirla y, a continuación, invitó a otro escritor, Hawthorne, a colaborar con él en su organización y cierre de la trama. Ante la negativa de este, la historia se quedó sin escribir, menos mal que Mesa y Martín Sánchez decidieron ponerse manos a la obra
¿Cómo se escribe a cuatro manos o más?
El oficio de escritor consiste en pasar horas y horas escribiendo, maquinando mundos de ficción y dando vida a personajes que los pueblen. En esa soledad, el autor es el único que toma decisiones sobre su obra y nadie le discute. Pero en el trabajo colaborativo, existe “el otro”, el compañero que a menudo discrepa en cuanto a algún asunto de la narración y corrige una frase, a nuestros ojos maravillosa. Esta situación puede crear momentos tensos, es una de las “pegas” que tiene escribir con otra persona; por el contrario, el compartir puede resultar hasta divertido. Veamos qué cosas cambian.
Lo primero, como ya hemos dicho, nuestro estado. De llanero solitario pasamos a conformar un dueto con un compañero de fatigas con el que vamos a dividirnos el trabajo. Cada decisión que se tome sobre cualquiera de los elementos de la obra hay que someterla a escrutinio, pero de todo se aprende y, en este caso, nos servirá para ser flexibles con las aportaciones ajenas.
En segundo lugar, nos volvemos más exigentes con nosotros mismos. Como alguien está esperando nuestra propuesta, nos forzamos a escribir, lo que conlleva regularidad y constancia, y esto a su vez nos motiva a no desfallecer.
Además, fijándonos en la forma de trabajar del otro, podemos aprender muchas cosas. Descubrir cómo los demás abordan la organización de los capítulos o crean los perfiles de los personajes nos enriquece, hasta el punto de servirnos como filtro para ver nuestros fallos o ser más original en los planteamientos.
A su vez, esa responsabilidad compartida resta presión; sin este lastre podemos potenciar nuestras virtudes. Pongamos por ejemplo la creación de personajes: es más fácil perfilar dos muy distintos si cada escritor aporta el carácter de uno mismo; nunca van a coincidir en la forma de hablar ni en la manera de “ver” las cosas desde su perspectiva.
En definitiva, el resultado final será algo enriquecido porque tendrá lo mejor de los dos y, aunque alguien descubra similitudes con el estilo de cada autor, la obra mostrará siempre lo distinto de ambos, por lo tanto la obra de alguien diferente.
Modos de trabajar
Bioy Casares y Borges se organizaban así: Escribíamos habitualmente por las noches. Conversábamos libremente sobre la idea que teníamos acerca de un tema hasta que se iba formando, casi sin proponérnoslo, un proyecto común. Luego me sentaba a escribir, antes a máquina, últimamente a mano, porque escribir a máquina ahora me da dolor de cintura. Si a uno se le ocurría la primera frase, la proponía y así con la segunda y la tercera, los dos hablando. Ocasionalmente Borges me decía: “No, no vayas por ahí”, o yo le decía: “Ya basta, son demasiadas bromas”.
Pero existen otros modos de afrontar la coedición. Veamos los más interesantes:
- Están los que se ponen de acuerdo para narrar la historia desde la perspectiva de dos personajes distintos y se van turnando por capítulos.
- Los que acuerdan que uno escriba las bases de la novela: el esquema de la trama, los diálogos, los puntos de acción… y el otro, el libro en sí.
- Algunos escritores utilizan el método de narrar por capas, también llamado método de las treinta escenas. Consiste en escribir primero las diez escenas principales de la novela, que conformarían la primera capa; la segunda consistiría en redactar las subtramas, otras diez (influirían en la trama principal, pero son de menor importancia para el desarrollo de esta), y finalmente se crearían diez escenas más, que llamaríamos escenas-puente (son las que presentan personajes o mundos que unen todas las demás y las integran en el conjunto dando así continuidad a la historia).
- También están los autores que se distribuyen el trabajo escribiendo uno la sinopsis para un capítulo y el otro, el capítulo, y así hasta acabar la obra.
Todas estas tácticas de escritura a varias manos no representan más que parte del juego literario que ha sido siempre la literatura de ficción, y al margen de los motivos de los autores, la intención es la de embaucar al lector abriéndole la puerta de nuestro mundo-hogar inventado y hacerle entrar hasta la cocina. En el caso que nos ocupa, además, el juego mismo comienza en la realidad.
Y esto da un poco de miedo porque uno ya no sabe a qué atenerse. Si existen escritores-fantasma, perfectamente verosímil puede ser una editorial de tal guisa. Y uno comienza a temblar, y se acuerda del personaje borgiano de “Las ruinas circulares”, y duda sobre si su vida es suya o forma parte del sueño de alguien, y la nebulosa se va extendiendo como lava volcánica, y en nuestro fuero interno el mundo comienza a adoptar la forma de una figura concéntrica, y nosotros estamos en el centro de ella, y una Niebla como la del gran Unamuno nos cubre… ¡y nos entran unas ganas de salir corriendo…!