España y México son más que un presidente

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No es fomentando el odio, ni la inquina, ni levantando cadáveres históricos como se logra el progreso de un país y tampoco acontece levantando muros y enrollándose en el lábaro patrio.

La fórmula tardopopulista utilizada por Andrés Manuel López Obrador no debería tener siquiera sitio en la construcción de sociedades modernas mucho más democráticas e igualitarias tal y como se pretende en el siglo XXI.

De cara a 2030 lo que debería analizarse no es que un presidente suelte cada mañana a bocajarro ideas sin sentido y seguramente muchas ocurrencias surgidas al calor del momento y hasta del estado de ánimo que proporciona cada desvelo mañanero.

No, lo que debe analizarse es por qué este tipo de personalidades políticas siguen llegando al poder… al máximo de la cúspide y encontrar la razón de fondo que hace que un grupo mayoritario de ciudadanos ­–de todos los estratos sociales y profesionales, ya sea más o menos instruidos– les voten. Porque un voto es una gran demostración de confianza.

El actual presidente de México se suma a una larga lista de populistas en la región de América Latina, muchos otros que antes que él también odiaron, despreciaron, minimizaron y alteraron la forma y el fondo del poder presidencial. Ese poder presidencial que es tan dañino porque crea pequeños mini dioses a lo largo de seis años.

Basta con ver la sola experiencia de las últimas décadas en Brasil, Nicaragua, Colombia, Perú, Honduras, Uruguay, Argentina y hasta el paroxismo en Venezuela que lleva largos años sumida en una descomposición del Estado y en la huida de parte de la sociedad lejos de las garras de Nicolás Maduro heredero político del sátrapa Hugo Chávez.

¿Por qué se vota por una persona que tiene características en forma de ser, de pensar y de ideología muy parecidas a la de otros políticos, en otros países de la región, y que han convertido a sus respectivos países en Estados fallidos o en economías hundidas?

La personalidad política de López Obrador conjugada con su forma de ser no es sorpresa para los que no le votaron y no se equivocaron en no hacerlo porque sabían que sería un pésimo gobernante y un peligro para la democracia.

Y un daño para la economía y ahora en plena pandemia, cuando los países necesitan tener más de la confianza de la inversión extranjera directa, pretende actuar de espanta inversores obsesionado con crear un problema ficticio con España.

De alguna forma a los populistas latinoamericanos les gusta cargar contra España como si eso los empoderase, como si el reproche histórico per se hiciese que las comunidades indígenas tuviesen una mejor calidad de vida o los pobres dejasen de ser menos pobres. En realidad solo es darle al pueblo un agravio para que se alimente de él.

 

A COLACIÓN

La famosa pausa expresada por López Obrador entre México y España forma parte de un vergonzoso comentario ignorante del valor de las relaciones binacionales y del respeto internacional al otro. No es una relación con una pareja que puede pausarse es la relación con un país al que unen vínculos fortísimos culturales, históricos, de inversiones, económicos, humanos y diplomáticos.

Y cuando parecían que las aguas iban a tranquilizarse, tras el visto bueno de España otorgando el plácet al exgobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz, para fungir como nuevo embajador en España, inexplicablemente de la nada surge un nuevo desaguisado provocado por AMLO.

España y México son más que un presidente que tarde o temprano terminará su período en el poder. En lo personal me gustaría saber qué o quién le anima a López Obrador tanta animadversión hacia el país ibérico.

Todavía le restan tres años como gobernante, encima tiene a favor a buena parte del Congreso, tiene tiempo para maquinar y que le susurren al oído cómo cobrarse la ausencia del perdón solicitado a la monarquía española. Tiene tiempo para hacerle saber a España que él en México tiene el poder.

@claudialunapale