De Tapados y Destapados: Lecciones de la sucesión de 1940

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Con el impacto social de la expropiación petrolera y la transformación del Partido Nacional Revolucionario en el Partido radicalizado de la Revolución Mexicana con sus cuatro sectores corporativos, el presidente Lázaro Cárdenas se enfrentó el gran dilema de su sexenio a la hora de escoger a su sucesor: mantener el liderazgo radical sobre los sectores conservadores o buscar una figura de consenso que pudiera conciliar la crispación de la polarización del modelo cardenista.

El presidente Cárdenas definió un modelo de socialismo utópico sin lucha de clases, aunque en los hechos quedó la caracterización de un capitalismo monopolista de Estado. En el camino de la construcción de su proyecto, Cárdenas se confrontó con adversarios del centro y la derecha y no pudo lograr el apoyo de la izquierda socialista militante.

La decisión del sucesor de Cárdenas recayó en la figura del general conservador Manuel Ávila Camacho, un militar sin radicalismos ideológicos e inclusive con una sólida raigambre católica, aunque eran momentos de conflicto político e ideológico del gobierno cardenista con los empresarios y los católicos que no aceptaban la Revolución Mexicana.

El dato fundamental que explicó la candidatura de Avila Camacho fue el ambiente de crispación que se instaló sin control en el país en 1939 y determinó la candidatura de 1940: confrontación directa con los empresarios, crisis económica con presiones inflacionarias, radicalismo del discurso revolucionario y temores a lo que entonces se llamó la sovietización de México.

El candidato natural para la sucesión presidencial de 1940 era el general Francisco J. Múgica, un compañero de batallas del general Cárdenas, además de haber sido diputado constituyente con ideas socialistas utópicas. Múgica sucedió a Cárdenas como gobernador de Michoacán y más tarde fue secretario de Economía y secretario de Comunicaciones y Obras Públicas en el gabinete cardenista, además de haber tenido una participación sustancial en el conflicto petrolero de 1938 y en la redacción del decreto de expropiación de las compañías extranjeras.

Sin embargo, Múgica tenía un perfil público de hombre demasiado radical y pugnaba por una profundización del proyecto revolucionario de Cárdenas, sin atender que la dinámica de las contradicciones sociales en un régimen basado en el consenso público no soportaría una continuidad absoluta del proyecto cardenista.

Una de las características en todas las sucesiones presidenciales fue la continuidad del proyecto presidencial, aunque a veces no se cumplieron los vaticinios de poder transexenal conocido como maximato, debido a que los presidentes entrantes, a pesar de llegar como garantía de extensión del voluntarismo personal de los presidentes salientes, utilizaron su primer año de gobierno para establecer acuerdos de entendimiento con los sectores confrontados por su antecesor.

El caso más simbólico fue el de Luis Echeverría Alvarez como candidato sucesor del presidente Díaz Ordaz, sobre todo porque éste vio en el carácter de disciplina política de su secretario de Gobernación la garantía de continuidad del modelo de presidencialismo autoritario que impidiera la declinación del poder presidencial a manos de grupos radicales. Echeverría, sin embargo, fue la imagen contraria al puño de hierro de Díaz Ordaz y se dedicó no solo a conciliar con los antidiazordacistas, sino que hizo regresar la demagogia de populismo democrático que ayudaba a distender los conflictos sociales y políticos.

Lo que queda como lección de estos casos se resume en el argumento de que no hay continuidad garantizada porque el presidente entrante llega con su propia agenda de poder.

indicadorpolitico.mx

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