Orwell y Galdós

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Juan José Solozábal

Todos los caminos me llevan a Galdós. Primero, George Orwell sobre el que, según leo en el último número del Times Literary Supplement, acaban de aparecer varios libros, y ya había al menos cinco biografías sobre él. Se trata, dice, John Rodden en su Becoming George Orwell del autor más importante desde Shakespeare y el autor más influyente que ha vivido nunca.Todo el mundo sabe que la situación actual del Covid, con nuestras libertades restringidas y nuestras huellas sometidos a observación y rastreo, es el tiempo más orwelliano que podemos imaginar. Lo que los libros analizados en el Times Literary Supplement tratan de hacer es buscar precedentes, me refiero básicamente a 1984, en su propia obra; explicar la misma de acuerdo con datos históricos, sociológicos o filosóficos, ¿hubiese habido un 1984 sin que Orwell estuviese en un sanatorio suizo, en el invierno de 1948-9 ; o Farm Animal, habría tenido la repercusión que obtuvo de no haber sido retrasada por la resistencia de los editores a publicarla?. Rodden, es lo cierto, recurre a la idea del individuo universal de Sartre, que permite a Orwell encarnar, en su circunstancia vital, intereses universales a través de una vida singular. Hay asimismo, nos informa Calum Mechie en la reseña indicada, una biografía sobre su mujer, Eileen. The making of George Orwell, que pretende constituir una perspectiva capital para entender la obra de Orwell.

Pero lo que más me interesa de Orwell es su idea del patriotismo, y sus apuntes sobre nacionalismo inglés y la ética del hombre común o el buen tipo. El nacionalismo, para Orwell, es diferente del patriotismo, “que es un noble sentimiento de lealtad a un sitio y a un modo de vivir”. El nacionalismo, en cambio, es una deseo insaciable, una verdadera pasión entonces, “para conseguir más poder y más prestigio para la nación en donde uno sume su propia personalidad”. Es pertinente en efecto, ver la obra de Orwell orientada permanentemente a la creación de una cultura inglesa. En The Lion and The unicorn publicada en 1940, un tiempo de verdadera emergencia nacional y global, Orwell escribe de la libertad del individuo que es el ideal típico británico: ” la libertad de tener una casa propia, de hacer lo que gustes en tu tiempo libre, eligiendo tus propios entretenimientos sin que se te den elegidos por los de arriba”. Orwell se identificó siempre con la ética del hombre común, el trabajador, “el hombre que hace cosas”, cuyas condiciones de vida exploró como se sabe en varios de su libros. No son los políticos, ni los intelectuales, los que entienden realmente lo que pasa sino “la gente como nosotros”, “grass and roots”, que somos los que sabemos en qué clase de mundo vivimos.

No está muy lejos de tal idea de patria la que maneja Galdós. Es cierto, como acaba de escribir Antonio Muñoz Molina, que los Episodios nacionales últimos son más sobrios, directos y efectivamente políticos, que los anteriores. En la serie quinta se consuma la idea de Galdós de los españoles enfrentados obsesivamente entre sí, casi siempre por cuestiones más bien intrascendentes, y con una virulencia cainita. Solo es permanente la aspiración a disponer del Presupuesto para los propios. Y con un pueblo siempre en actitud subalterna y derivada. Pero en la primera y tercera serie encontramos posiciones de Galdós bien clarividentes y claramente definitorias.

Hay una patria aparente, la de ellos, hubiese dicho Orwell, y otra patria efectiva, el espacio de solidaridad que establecemos los de abajo, nosotros. Justo antes de comenzar la batalla de Trafalgar, reflexiona Gabriel Araceli, tenía una idea de patria, ”que se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el Rey y su célebre ministro”(Godoy). Pero en el momento que precedió al combate, que era el del peligro para todos, dice Araceli, comprendí lo que aquella divina palabra significaba y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu iluminándole y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche y saca de la oscuridad un hermoso paisaje. ”Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos. Me representé la sociedad dividida en familias en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, haciendas que conservar. Me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse juntos. Se trataba de defender la patria, es decir el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, las casas donde vivían los ancianos padres. La calle donde se ven desfilar caras amigas, el campo, el mar; el cielo; todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia. Todos los objetos en que vive, prolongándose, nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara”.

Se trata de una idea espiritual de la patria, con un inevitable hálito burkeano o historicista, que va más allá de la idea de ciudadanía o conjunto de quienes se encuentran sujetos ante la misma ley, o de sociedad como unión interesada de sus miembros. La patria es una comunidad o verdadera unión cordial, un espacio de solidaridad territorial, que dijo Jean Jaurés en frase que gustaba recordar Francisco Rubio. Evidentemente estamos ante un constructo mental, ante un concepto, pero no obra de la simple razón, pues tiene un potencial emotivo bien grande, derivado de su base solidaria, y desde luego una capacidad política extraordinaria, como fundamento ineludible del estado. La nación, ahora, mas que nunca, como ha visto Manuel Aragón, se trata de un concepto política y jurídicamente imprescindible.

Catedrático español.

Publicado originalmente en elimparcial.es