Miquel Escudero
Se acaba de conmemorar el centenario del desastre de Annual, donde las tropas de Abd el-Krim mataron a más de 10.000 españoles, en su mayoría reclutas. Algunos bereberes del Rif que allí intervinieron pudieron unirse a la sublevación de Franco contra la República. El caudillo golpista movilizó a cerca de 80.000 soldados marroquíes de ambos protectorados, que fueron de especial importancia al comienzo de la guerra. Representaron algo menos del 10 por ciento de los combatientes franquistas y tenían una reputación de fiereza y crueldad. Las tropas regulares africanas dejaron dos años antes un aterrador recuerdo sanguinario en la represión de la revuelta de Asturias.
Creo que en justicia no podemos hablar de racismo ni de xenofobia cuando Dolores Ibárruri bramó durante la guerra contra esas unidades, otra cosa es lo que hoy se diría al respecto. Leo que la Pasionaria condenó a “la morisma salvaje, borracha de sensualidad, que se vierte en horrendas violaciones de nuestras muchachas, de nuestras mujeres, en los pueblos que han sido hollados por la pezuña fascista (…) moros traídos de los aduares marroquíes, de los más incivilizados de los poblados y peñascos rifeños”. Una alocución que hallo recogida en ‘España en guerra’ (Alianza), donde el historiador británico James Matthews ha coordinado diversos análisis sobre sociedad, cultura y movilización bélica entre 1936 y 1944. Entre los combatientes moros o magrebíes fue decisivo cobrar dinero, pero no sólo eso. No pocos de ellos han testimoniado su muy hondo rechazo hacia quienes, remarcaban, no sólo habían abandonado la religión, sino que la perseguían, matando monjes y destruyendo templos.
Pedro Corral alude aquí a los centenares de miles de españoles que no sentían como propiamente suya ninguna de las causas de aquella lucha fratricida, pero también a otros que, a pesar de haber tomado partido, intentaron escapar de las brutales condiciones en las que se sabían simple carne de cañón. Matthews destaca que no llegó al 10 por ciento quienes se alistaron como voluntarios en ninguno de los dos bandos; en Madrid hubo unos 10.000 voluntarios, y en Barcelona, unos 5.000 (menos que armas disponibles). Por otro lado, Franco suspendió las prórrogas al servicio militar el 20 de febrero de 1937, mientras que Largo Caballero hizo lo propio tres días más tarde. De todo esto habría que tener ideas claras para estar vacunado contra la demagogia que nos inunda de forma continua, con frases hechas que se antojan irrebatibles y que corroen la realidad del pasado y del presente, destrozando nuestras posibilidades de porvenir.
En diciembre del 36, Franco prohibió salir al extranjero a los varones mayores de 18 años y menores de 40. Diez meses después, tampoco dejó salir a quienes tenían los 16 años cumplidos. No sé lo que pagaba a sus soldados, pero la República pagaba a sus combatientes 10 pesetas diarias. Sólo el 23 por ciento de esos milicianos ganaba más dinero antes de la guerra; una guerra, pues, de pobres, en la que muchos intentaron escaquearse y permanecer en la retaguardia.
Se especifica una unidad militar que tuvo más de 2.500 rifles procedentes de cinco países distintos y precisaban de munición de tres calibres diferentes. Un armamento heterogéneo, pues, que dificultaba su suministro y mantenimiento.
Hubo desertores en ambos bandos, los franquistas calificaban a los suyos de ‘fugitivos marxistas’. Hubo quienes se infligieron lesiones y mutilaciones para no entrar en combate, una vez descubiertos: quienes no eran fusilados en el acto eran llevados a la primera línea “sin más que un apósito para que la gangrena acabara liquidándolos”.
De los 2.895 niños refugiados en la URSS no regresó más que un tercio, los cuales debieron, salvo alguna excepción, esperar a la muerte de Stalin en 1953 para volver “sin ser acusados de traición ni poner en peligro su vida ni la de sus familias”. Lo peor fue que hubo menores repatriados que no fueron entregados a sus padres, por los informes negativos de éstos sobre su adhesión a la abrumadora Nueva España.
El régimen de Franco, lejos de buscar la concordia nacional, multiplicó la crueldad y se reafirmó en declarar malos españoles a sus enemigos y atribuirles todos los males habidos y por haber, alentó hasta el último momento una señalización continua contra ellos.
Reitero que de todo esto hay que reflexionar de forma razonable y decente. Para que nunca más ocurran las barbaries, hay que saber cómo se llegó a ellas, produciendo sufrimientos sin cuento y pérdidas irreparables. No es de recibo omitir esta obligación cívica de pararse a pensar y esquivar errores. Es muy grave la irresponsabilidad de remover discordias y hacer que se implante el odio estúpido en quienes no vivieron unos acontecimientos.
Profesor y escritor
Publicado originalmente en elimparcial.es