Publicadas originalmente el 4 y 5 de diciembre de 2001.
Fox año 1: popularidad y no resultados
En su programa de radio Fox en vivo, Fox contigo el sábado pasado, el presidente de la República volvió a tener un tropezón. La conductora Ofelia Aguirre abrió su participación diciendo que “un día como hoy (sábado), en donde (sic) se está cumpliendo el primer año de gobierno”. Pero Fox, distraído por el micrófono, dijo “pues así es. El próximo sábado. Es decir, bueno, pues es hoy, ¿verdad? Aunque grabamos el programa, estamos en viernes, pero es correcto”.
Más allá de estos dislates verbales y de calendario que han sido cosa de todos los días en este año, el problema de fondo radica en un hecho inocultable: al presidente de la república le interesan las tendencias de popularidad, no los mensajes de las encuestas. Y a pesar de que el índice de aceptación cayó a 60 por ciento, Fox hizo malabarismo verbal para ubicarse en 70 por ciento. Y su punto de referencia no fue el sentimiento de frustración de millones de mexicanos, sino las tendencias de Ernesto Zedillo. La trampa foxista fue obvia: escoger un punto de comparación deprimente.
Lo que Fox no parece comprender es el mensaje oculto de las encuestas. Y la lectura interesadamente superficial de las encuestas lo ha llevado a una incomprensión del sentimiento de desilusión de muchos mexicanos. Las encuestas tienen el lado fácil: la calificación del presidente de la república. Esta cifra puede oscilar por el estado de ánimo del encuestado, la sencillez de la pregunta y la falta de fundamentación de las respuestas. Las preguntas revelan superficialidad.
La gran pregunta que no hicieron las encuestas le daría al presidente Fox una respuesta más clara de lo que perciben los mexicanos: si hoy fueran las elecciones, ¿votaría usted por Fox o por Labastida, por el PAN o por el PRI? Esta pregunta pondría a los encuestados ante el dilema no de exteriorizar su decepción por las piruetas presidenciales, sino de llevar el asunto a una decisión fundamental: ¿se equivocó en el voto del 2 de julio del 2000? Y la respuesta mayoritaria hasta ahora tiene un sentido de largo plazo: el voto sería favorable a Fox y al PAN. Por tanto, el presidente Fox tiene aún un importante capital político a su favor.
La popularidad y el sentido del voto le ofrecen a Fox un escenario delicado: la pérdida de popularidad pudiera llevar a un punto de inflexión en la que el votante sienta que se equivocó el pasado 2 de julio. Hay un porcentaje importante de electores que ya llegó a ese punto de frustración, pero en lo general Fox podría ganar de nueva cuentas las elecciones frente a Labastida. Pero con un buen porcentaje de popularidad, Fox podría perder el Congreso en el 2003 y su capacidad de gobierno se le reduciría a casi una figura decorativa. Fox debe ya despersonalizar las encuestas.
El problema de largo plazo, sin embargo, es que Fox podría frustrar la alternancia y la transición a la democracia. En un análisis racional, no se entiende que Fox le haya salvado la vida política a Ernesto Zedillo –el pasado 30 de noviembre se cumplió el plazo para un enjuiciamiento político un año después de haber entregado el poder–, pero se la pase acusando superficialmente al priísmo del pasado. O que abra el expediente macabro de la guerra sucia pero deje abierta la posibilidad de no enjuiciar a ningún alto político o gobernante. El gran fracaso de la fiscalía sobre desaparecidos radicaría en centrarse en militares y jefes policíacos, sin entender que la represión se aplicó para mantener al PRI en la presidencia de la república.
Al no entender el mensaje oculto de las encuestas, Fox parece estar cometiendo un error político de enormes magnitudes: dividir a la sociedad mexicana y obligar a sus simpatizantes a justificar fracasos o incumplimientos de promesas, a pesar de que Fox fue electro también para sacar al país de la crisis. Los periodistas críticos reciben diariamente correos que eluden el asunto de los hechos para apoyar a Fox hasta la ignominia. Al final, el país podría terminar el sexenio de la alternancia en condiciones peores de las que asumió el poder, pero justificando a Fox en lo personal. Y la oposición podría agotarse en la crítica de todas, pero todas, las actividades presidenciales.
En este contexto, la reacción del presidente Fox podría ser equivocada. Su confrontación con la crítica de los medios escritos fue el primer aviso de un Fox dominado por las tentaciones al estilo Hugo Chávez. El analista Andrés Oppeheimer ya documentó los rumores de golpe de Estado en Venezuela, el The Miami Herald ya aportó datos sobre la severa crítica de los periódicos contra el presidente venezolano y el ex ombudsman capitalino Luis de la Barreda dio datos, luego de una visita a Caracas, de la ruptura de las alianzas que sostienen a Chávez en el poder.
Cuando el poder presidencial se ejerce para sí mismo, para beneplácito de su titular, los excesos conducen siempre a situaciones de autoritarismo. Con su obsesión por la popularidad presidencial Fox parece un presidente de la república al estilo priísta. Al rechazar la crítica y hasta condenarla, Fox no hace sino lo mismo que hicieron en su momento Díaz Ordaz, Echeverría, Salinas y Zedillo: colocar la presidencia de la república en el nicho de la adoración totémica.
Basado en su popularidad, Fox podrá llegar a finales de sexenio con una buena aceptación de encuestados. Pero en la realidad cotidiana, el país podría terminar peor de lo que lo dejó Zedillo. Al final pareciera que Fox se quiere salvar a sí mismo y no cumplir con el compromiso de lograr la alternancia y conducir la transición. Lo peor que le puede pasar a Fox es terminar su sexenio y dedicarse a disfrutar su matrimonio, pero con un país más hundido de lo que lo dejó el PRI.
A Fox le ha faltado un proyecto de reconstrucción nacional, Gobierna como si hubieran ganado Labastida y el PRI. No hay un nuevo proyecto de Estado, carece de un proyecto de gobierno y desde luego que no se ha preocupado por un proyecto de transición democrática. El costo de estas carencias ya ha sido pagado por Fox: conflictos con el Congreso, iniciativas desvirtuadas y una severa crítica en los medios. Pero Fox debe verse en el espejo venezolano: el fracaso de una presidencia carismática.
AMLO año 1: acarreo del Estado redila
Como en el viejo modelo político priísta, la oferta opositora de Andrés Manuel López Obrador se agotó en el paternalismo y el populismo del agradecimiento momentáneo. Y como antes, ancianos y beneficiarios de los subsidios fueron acarreados al Zócalo para agradecerle al rendentor del momento sus apoyos económicos. Se trató de la revalidación del acarreo en camiones de redilas. Así el tabasqueño perfiló al Estado redila.
El populismo es una doctrina económica para el corto plazo. Los apoyos y subsidios a las clases necesitadas están siempre condicionadas a la disponibilidad de efectivo. Y en finanzas públicas apretadas, el costo económico es el mismo de la economía cero: lo que gana una parte la pierde otra. O en palabras tabasqueñas, se cobija a unos pero se descobija a otros.
El dinero destinado al subsidio al transporte, a la leche y al consumo de personas desprotegidas es posible en el DF a cargo al gasto en otras áreas. Por ejemplo, López Obrador no ha podido disminuir la corrupción en los cuerpos de seguridad por escasez de recursos para salarios. Pero como el salario a policías no mueve masas en actos públicos, entonces el gobierno del DF le ha apostado a la popularidad. Como Vicente Fox, López Obrador ha demostrado fehacientemente que es un rehén de las encuestas y de la popularidad.
Sin embargo, existe una irresponsabilidad social y económica. La política económica de subsidios a las clases populares está siempre condicionada a la disponibilidad presupuestal. Por tanto, es una política económica inelástica. En el presupuesto global hay una vinculación entre el aumento del subsidio a las clases pobres con la disminución del subsidio a las clases medias y trabajadores con el alza de 33 por ciento en el precio del boleto del transporte público. Los usuarios del Metro, sin embargo, no son tan agradecidos como los pobres: los primeros casi exigen servicios subsidiados y los segundos responden obligadamente a todos los acarreos partidistas.
La versión populista del primer año de gobierno de López Obrador es una mezcla de los estilos de Luis Echeverría y Carlos Salinas. El primero desarrolló programas de atención de necesidades sociales sin atender el equilibrio presupuestal y la crisis estalló por la inflación acreditada al déficit público. Salinas se olvidó de la política social –programas que atendían el bienestar integral– y el Pronasol fue más bien un modelo de construcción de la popularidad personal con acarreos para actos públicos.
La política económica del populismo es de corto plazo. Se aplica en tanto haya posibilidad de reasignación de recursos y tiende a beneficiar necesidades de consumo. Una verdadera política social integral atiende a la educación, la alimentación, la capacitación, el empleo y las prestaciones sociales. Los subsidios a la leche y al consumo de 600 pesos no modifican la clasificación social de los ciudadanos. Y se convierten lamentablemente en una especie de limosna política de los gobiernos.
Asimismo, el populismo es el camino más breve para beneficiar a los grandes empresarios y paradójicamente se convierte en una política anti lucha de clases. Al atenuar la protesta social por los básicos que a su vez operan como el motor de la lucha social por un bienestar integral, el populismo convierte al Estado en el estabilizador del modelo de concentración de la riqueza. El populismo subsidia –con cargo a las finanzas públicas– el bienestar que debería de pagar el salario que no dan los empresarios. Y si para colmo el Estado no le cobra altos impuestos a los empresarios, entonces el Estado populista es el mejor aliado para el mantenimiento del status quo del modelo empresarial de economía.
Los subsidios resultan, paradójicamente, una coartada para la desmovilización social. En todas las escuelas del pensamiento económico y político, la insatisfacción de necesidades se convierte en un factor de ruptura para nuevos órdenes sociales más justos. Los subsidios contribuyen a que las clases más pobres caigan en la pasividad. En lugar de subsidios, López Obrador debería aplicar una política fiscal más agresiva que le otorgue recursos al gobierno para una nueva política de desarrollo social. Pero no puede hacerlo porque ahora los empresarios son sus aliados en su carrera por la candidatura presidencial perredista del 2006.
El mejor termómetro para enfrentar el espejo populista y paternalista del acarreo de ancianos del domingo sería la insatisfacción ciudadana por los índices crecientes de inseguridad: secuestros, asaltos con violencia, robos. López Obrador acreditó los altos índices a la política económica, aunque esa estrategia se profundizó y los índices, según el tabasqueño, bajaron. Los malabarismos retóricos respondieron a las encuestas. Y afoxzado, el tabasqueño le dio un giro a su interpretación de las estadísticas.
El punto de referencia del ciclo perredista en el DF fue el compromiso de campaña de Cárdenas y de López Obrador de quitarle la ciudad a los delincuentes. Por falta de recursos –el presupuesto va a subsidios a los pobres–, el gobierno del DF no ha podido sanear los cuerpos de policía y los ministerios públicos. Por tanto, la inseguridad en el DF no responde a la estrategia de Fox sino a la decisión de López Obrador de usar el dinero para los pobres que son agradecidos y no para la estabilidad de la clase media afectada ya por la inseguridad ciudadana.
El acto populista y paternalista del domingo pasado –con las pruebas del acarreo al estilo PRI y López Obrador fue nada menos que presidente estatal del PRI en Tabasco– respondió a la lógica del populismo al viejo estilo priísta: explotar como popularidad el agradecimiento forzado de los capitalinos que estaban abandonados por el neoliberalismo. Pero como todo populismo, el esplendor simplemente oculta una realidad que el PRD en el poder no ha sabido modificar: la existencia de marginalidad de millones de mexicanos. Y los subsidios no hacen sino acentuar esa marginalidad porque no generan bienestar, distraen el hambre cotidiana y son vistos como limosneros. Nada causa mayor desesperanza que saberse subsidiado.
Así, el gobierno perredista en el DF no es más que el reciclaje del viejo PRI de los subsidios y los acarreos. No ha habido un gobierno diferente.