Trump vuelve a la escena política de su país más fuerte que nunca azuzando el demonio al que más temen los estadounidenses: convertirse en Cuba o en Venezuela y perder su poderío como potencia imperialista. Biden está más obligado que nunca a jugar el minado ajedrez geopolítico para evitar el descalabro legislativo en noviembre próximo; por lo pronto, Nancy Pelosi, ha orillado a China a salir de su zona de confort.
Mientras la inflación sube 9.1%, la más alta en cuatro décadas en Estados Unidos, la popularidad de un Biden momificado busca suavizar su caída libre: según la más reciente encuesta de Ipsos, difundida por Reuters, Biden logró aumentar un punto porcentual su índice de aprobación pública previo al viaje de Pelosi por Asia.
Se ha situado en un 38% y es la segunda semana que en vez de caer empieza a subir marginalmente; aunque falta mucho por mejorar y por convencer porque el 57% de los norteamericanos desaprueban la gestión laboral de Biden.
Pelosi quiere evitar el descalabro demócrata en las próximas legislativas del 1 de noviembre y perder el control que su partido ostenta en ambas cámaras: en la de Representantes posee la mayoría con 220 legisladores y en el Senado aunque hay empate (50 senadores republicanos y 50 demócratas) se cuenta con el voto de calidad –para el desempate– de la vicepresidenta Kamala Harris que es además presidenta del Senado.
Hay un interés electoral en Biden y en general en los demócratas sabiendo que el único punto de comunión con los republicanos tiene que ver con minar la capacidad de China y luchar contra el terrorismo; otro golpe de efecto favorable para la Casa Blanca es el reciente asesinato con un dron del buscadísimo terrorista Ayman al Zawahiri.
La inteligencia estadounidense llevaba cazándolo desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, su nombre se puso en la lista de cerebros detrás de los lamentables hechos, junto a Osama bin Laden. Es más, el egipcio ocupó el puesto de liderazgo en Al Qaeda, tras el asesinato de Bin Laden a manos de una tropa de élite estadounidense en 2011.
Al Zawahiri murió porque un dron le disparó dos misiles Hellfire mientras salía a la terraza de su casa en Kabul, Afganistán. El propio Biden lo confirmó ante la prensa en la Casa Blanca y celebró que ningún militar de su país hubiese perdido la vida en esta maniobra “impecable” que él mismo siguió sentado cómodamente desde el mando de operaciones del Pentágono.
A COLACIÓN
Rusia reaccionó como se esperaba. De hecho, desde febrero pasado, unos días previos a la invasión de las tropas rusas a Ucrania (24 de febrero) el dictador ruso, Vladimir Putin, se reunió con su homólogo chino Xi Jinping, en el marco de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno y aprovecharon la ocasión para signar la Declaración conjunta de la Federación Rusa y la República Popular China sobre las relaciones internacionales que ingresan a una nueva era y el desarrollo sostenible global.
El documento al que he tenido acceso señala que las partes están “muy preocupadas” por los serios desafíos de seguridad internacional y creen que los destinos de todas las naciones están interconectados.
“La parte rusa reafirma su apoyo al principio de Una China, confirma que Taiwán es una parte inalienable de China y se opone a cualquier forma de independencia de Taiwán”, señala el texto.
Otra parte del documento indica que: “Rusia y China se oponen a los intentos de fuerzas externas de socavar la seguridad y la estabilidad en sus regiones adyacentes comunes, tienen la intención de contrarrestar la interferencia de fuerzas externas en los asuntos internos de los países soberanos bajo cualquier pretexto, se oponen a las revoluciones de color y aumentarán la cooperación en las áreas antes mencionadas”.
En los últimos días, el mandatario Biden ha declarado estar dispuesto a negociar con el Kremlin un nuevo tratado nuclear en lugar del START III cuya vigencia finalizará en 2026.
En una primera respuesta Rusia se negó. No obstante, días después Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, dijo que Moscú ha hablado “en reiteradas ocasiones” sobre la necesidad de iniciar cuanto antes dichas negociaciones ya que queda poco tiempo. Y pidió respeto mutuo.
La política del palo y de la zanahoria recurrentemente utilizada desde Washington para hacerle sentir al resto del mundo su imperialismo podría estar llegando a su fin.
Con Rusia, su antagonismo es más militar y geopolítico, porque luego suelen confrontarse indirectamente al abanderar causas contrarias en los conflictos de otros países, léase el caso de Siria.
Pero con China, la obsesión es otra y tiene que ver con el poderío económico. Ninguna de las poderosas multinacionales norteamericanas está dispuesta a ceder espacio a sus contrapartes chinas… desde 2001, la CIA y todos los análisis estratégicos, esgrimen que China en 2030 ocupará el espacio económico de Estados Unidos. Y eso es ya en sí mismo una declaración de guerra para la Casa Blanca. Por eso, Estados Unidos está haciendo todo lo que tiene entre sus manos para sacar a Beijing de su zona de confort y para meterle un traspiés, tras de otro, para no perder su influencia económica en el mundo. Los demás somos daños colaterales.
@claudialunapale