Morena y modelo de partido hegemónico

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Xochitl Patricia Campos López

Hace unas semanas, el politólogo José Antonio Crespo comentaba que el Movimiento de Regeneración Nacional se encuentra distante, todavía, de las características que guarda la hegemonía histórica del extinto Partido Oficial (PRI). Sin embargo, asentaba también, existen aspectos comunes que significarían la ruta del Movimiento de Regeneración Nacional hacia tal puerto. Si bien es cierto que Regeneración Nacional tiene amplia proyección en las elecciones estatales, ausencias como una mayoría absoluta en el Poder Legislativo y un control del Judicial, así como una gobernabilidad responsable en la administración pública; resultan importantes para distinguir las diferencias. Es importante tomar en cuenta, asimismo, la militancia y el control local.

Sobre estos aspectos puede implementarse la mirada respecto de las elecciones internas que tuvo MORENA para formar su Congreso Nacional. En ese sentido, aunque puede pensarse que el Partido de Estado se ha estructurado, hacen falta otros procesos electorales constitucionales y operaciones de organización interna para desarrollar la institucionalización. Uno de los elementos imprescindibles en los Partidos de Masas Hegemónicos es la cohesión interna y verticalidad, elementos que se desarrollan en función de la ideología y militancia. Elementos significativos en las carencias del partido al que pertenece Andrés Manuel López Obrador.

La elección de los delegados morenistas se identificó por el pragmatismo del poder presidencial y los poderes regionales, una relación que es necesaria en el crecimiento de los partidos políticos, pero que señala la sustitución de los militantes creyentes por militantes corporativizados. La izquierda progresista, marxista y nacionalista; quedó al margen del realismo político. El empirismo político se impuso a la ideología.

Los gobernadores son los principales ganadores del proceso interno que ha vivido Morena, es decir, el feuderalismo autoritario que tanto ha lastimado la transición política democrática del país y ha generado la ingobernabilidad e impotencia del Poder Ejecutivo. A nivel regional y local persisten las rémoras autoritarias que abonan oligarquías, poderes fácticos e invisibles, corrupción y demás vicios que enferman la república.

El veneno que dio al traste con la hegemonía priista fue el control de los gobernadores. Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas desarrollaron una lucha prolongada contra los caciques regionales que nada tenían de héroes o caudillos, condición necesaria para institucionalizar el país. Históricamente, dice Nettie Lee Benson y la experiencia colonizadora precolombina, el poder caciquil opuesto al régimen central, constituye un grave síntoma de integración nacional y vulnerabilidad soberana. Durante el Virreinato, así como en la etapa independiente, los gobernadores/jefes políticos siempre representaron particularismos y estructuras oligárquicas que se oponen a un proyecto de país, una idea de nación. Y bajo esa lógica faccionalista han sobrevivido desde los tiempos de Hernán Cortés hasta el presente, castrando lo que pueda entenderse o significar México.

La alianza pragmática entre los gobernadores y el presidente de la república no implica que se esté formando el Partido de Estado. Son asociaciones estériles, destellos que muestran incipiente institucionalización de Morena y, también, paradójicamente, la debilidad y disminución de sus bases electorales. El feuderalismo ha existido siempre, pero en la época priista resultaba verdadera la disciplina y lealtad al presidente; ahora, los gobernadores traicionan racionalmente para proteger sus cacicazgos y alternan su pertenencia partidista según las circunstancias. Los presidentes han quedado impotentes frente al poder regional. El feuderalismo es quien vulnera la soberanía nacional, tanto o más, que el poder extranjero. Durante el neoliberalismo y la transición democrática se fortaleció el poder local y se canceló el desarrollo nacional, la fuerza del Estado y la seguridad nacional. Los intentos por recuperar la centralidad del sistema político, se cancela cuando la administración pública federal cede a los intereses particulares de los gobernadores.

El pragmatismo no es disciplina partidista. A Morena le ocurrirá lo mismo que los otros institutos políticos que han ocupado la presidencia de la república desde el 2000. El apoyo de los gobernadores y caciques a los procesos internos de Morena es la gran falacia de la convocatoria que hizo la estructura de izquierdas populares y progresistas. Los gobernadores terminarán abandonando al presidente y su proyecto de Cuarta Transformación. Si antes no lo entendieron, después de AMLO, nunca.

La violencia, fraude, compra de voto, corporativismo y toda la serie de irregularidades conocidas gracias a la alquimia priista que han tenido lugar en Morena, son propias de un país en condiciones paupérrimas y una situación económica mundial más que grave. Neoliberales y populistas son responsables del incremento de la pobreza, la falta de una clase media y el desarrollo de una macroeconomía que no llega al individuo. Los sucesos conflictivos de los procesos internos en Morena, son muestra del patrimonialismo en la administración pública y la crisis del sistema de partidos que tiene nuestro país. El transfuguismo es también una consecuencia lógica.

Morena no es un Partido de Estado, la jornada “cívica” que tuvo el fin de semana es muestra de los retos que tiene apenas como instituto político. Una tarea fundamental será inhibir los poderes locales autoritarios que han distanciado el partido de sus simpatizantes y militantes (fieles creyentes) participantes en el 2018 y lo han llenado de caciques y fuerzas vivas. El pragmatismo que llenó Morena en este proceso interno es el mismo que ha cancelado los proyectos transexenales.