La degradación obradorista

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Gerardo De la Concha

Quizás una de las peores consecuencias del dominio obradorista ha sido la degradación de la vida pública. No hay debate político, sino se fomenta desde el poder la división entre los mexicanos a partir del insulto y la promoción del resentimiento social.

El lenguaje presidencial, basado en la mentira y la demagogia, ha perdido toda dignidad. En el extranjero ha llegado a ser ridículo y en México es un lenguaje degradado por la mentira, el cliché, el desprecio y la propaganda.

Como los principales asesores del presidente López Obrador son de origen extranjero, como el guatemalteco Epigmenio Ibarra o los españoles, argentinos y bolivianos de la Consultora Neurona, decidieron usar como modelo arquetípico para “conectar” con el lumpen y la gente pobre, a Tintan, Cantinflas, Clavillazo, sin su gracia, pero sí como un referente subliminal para que el populacho se identifique.

A ningún consultor autóctono se le hubiera ocurrido algo así. Aceptado esto para ir creando su inamovible base social a la que ahora subsidia -junto con algunos cientos de miles de centroamericanos-, López Obrador dejó en el armario los zapatos finos, los cinturones Ferragamo y los trajes Hugo Boss.

Y se puso a usar como presidente zapatos sucios, trajes corrientes e incluso ropa que le queda grande, como cuando dio el banderazo de salida de las obras de su Tren Maya. O frases emblemáticas como el “me canso ganso” de Tin Tan. Aunque para satisfacer la transferencia simbólica con sus seguidores, se fue a vivir a un Palacio virreinal lo menos republicano que hay.

Por supuesto el Presidente de pronto se cree sublime y, entonces, con la mayor cursilería se reivindica como un heredero de Hidalgo, Juárez y Madero, el cuarto en la lista de los cabezas de “transformaciones históricas”.

Un presidente fanático de sí mismo recrea un culto a la personalidad pocas veces visto antes, quizás habría que remitirse al santanismo para ver la mezcla de populacherismo y de proyección narcisista de la que hoy somos testigos. Así se construyó para desgracia del mismo, el país de un solo hombre. Hoy la historia se repite, absurda, trágica y más degradante.

Entre las mayores degradaciones está la que se intenta con la democracia. Es el poder exacerbado de un presidencialismo que destruye o avasalla instituciones, impone caprichos y borra el pluralismo político.

Uno de los mayores escándalos anti democráticos ha sido que, frente a la violencia desatada contra los ciudadanos de distintas entidades, la Presidencia haya echado a andar a “comunicadores” oficialistas para acusar al llamado por ellos PRIAN o la “derecha conservadora”, de estar detrás de las bandas criminales que han incendiado comercios, vehículos privados y asesinado ciudadanos.

Así el gobierno trata de eludir su responsabilidad, dar a sus seguidores elementos para el linchamiento mediático de sus opositores y termina por degradar más, a su conveniencia, el debate público.

Peor imposible. Estos días oscuros serán conocidos algún día como “la degradación obradorista”.