Murió la Reina, un acontecimiento de impacto mundial e histórico. Se perdió a un ser dominante en su esfera. Dejó de existir un eje de equilibrio por 70 años. Representante terrenal de poder unilateral, absoluto y en este caso matriarcal. Identificador como humano del enlace más cercano con Dios por ello la coronación como un símbolo de divinidad.
Se fue una estadista reconocida y generadora de fuertes y contundentes ejercicios diplomáticos. Una determinación modificaba la dinámica de 50 países de manera directa. Como Reina era venerada.
A ella, a Isabel II no le correspondía reinar. A su hijo Carlos sí era su turno en línea directa y le llegó el momento hasta los 76 años de edad, este personaje envuelto en sucesos polémicos y de alta controversia en donde siempre estuvo involucrada Camila y la sombra de la extraña muerte de Diana de Gales.
La Reina fue benévola con su gente, buena administradora de la Paz mundial. Actualmente existen dos llamados Papas, seres globales: el Papa blanco, Francisco y el Papa azul, el secretario general de la ONU. Para muchos Isabel II representaba al tercer líder bajo esas características. Así de imponente.
Permaneció lejos de avalar actos terroristas o ejercicios de tiranos y dictadores aun cuando sobrevivió a dos guerras mundiales que hirieron gravemente a su nación. Heridas que venían cargando históricamente desde la llegada de los romanos y la defensa férrea de los bretones. Historia que nos habla de Enrique Octavo o de la migración de los habitantes de York a América. Un territorio cargado de castillos para anunciar la sede de los poderes, político y religioso en un solo molde.
Isabel II fortaleció las tradiciones más conservadoras, pero ilustrativas de un estricto respeto a sus protocolos y normas. Construyó la imagen más sólida de lo que es la monarquía y supo mandar. De todo esto ahora carece no sólo el Reino Unido sino el mundo. Efectivamente deja un gran hueco y la responsabilidad a su hijo calificado entre timorato e intolerante forjado bajo las líneas de una mujer aplastante a la que difícilmente se le podía sostener la mirada.
Isabel II ostentaba sin recato la riqueza, junto a ella todo era grandeza, un espectáculo único de arrogancia y soberbia aplaudida por todo aquel que al encontrarla bajaba la cabeza y se inclinaba en una reverencia obligada.
Tanta es aún su fuerza que presidirá el funeral más costoso y visto en la historia. Isabel II tan cerca a sagrado no permitía que ningún súbdito le tocara la piel, por ello usaba invariablemente sus guantes. Así era y así permanecerá en la historia porque se lo ganó. Ni fue una política pasajera ni una mujer intrascendente. Deja un paquete enorme a su heredero en un mundo diferente, rebelde, inconsistente, sin fronteras, con pérdida de nacionalismos y valores.
Se medirá siempre el temple de Carlos III en relación a su madre, ni muerta dejará su pesada influencia. Lo cierto es que Camila no es Diana y Carlos no es Isabel.
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