Juan Balboa, una vida entre Chiapas y Latinoamérica

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Acaso el miércoles pasado que estaba a punto de pasar de esta vida a la otra, el colega Juan Balboa Cuesta se lamentó no haber podido informar a sus lectores cómo es emigrar del plano terrenal: así era, periodista hasta la médula, el reportero chiapaneco más completo de las últimas décadas.

Balboa publicó en los santuarios de este oficio apagado que fueron el extinto diario Unomásuno, del que surgió La Jornada, que hasta antes del lopezobradorismo fue considerado el periódico más plural de México; en la revista Proceso de Julio Sherer García; en El Universal y por muchos años fue corresponsal de Notimex en Cuba.

A finales de los ochenta, Juan fundó la revista regional Ámbar, de la que fui reportero en Tabasco, que tenía el formato de Proceso por imprimirse en los mismos talleres.

Ámbar muy pronto hizo su propio camino, pero tuvo que bajar las cortinas por un choque brutal con el gobierno de Absalón Castellanos Domínguez, cuya jefa de prensa, Isabel Arvide, se encargó de quitarle la publicidad oficial por diferencias con el contenido editorial.

Ámbar vendía publicidad política, aunque ponía los encabezados con letras cursivas para diferenciarla de la información pura; Balboa solía decir que era ético ofrecer espacios a los gobiernos, pero sin el condicionante de que la línea editorial fuera parte de los acuerdos comerciales.

Ámbar me marcó tanto que a Juan le gustó que yo le prometiera que su revista quedaría registrada en mi descendencia con mi apellido. –¡Pero ponle Ámbar de Chiapas! –me dijo, mientras soltaba una sonrisa franca.

–¡Este cabrón en Tabasco –decía mientras acentuaba mi origen chiapaneco– forma parte de la expansión de Ámbar por todo México!

Con Ámbar cerrada, Juan y su equipo en el sureste editaron el semanario Páginas, un tabloide de ágil lectura cuya producción se sustentaba en los corresponsales de Proceso.

Ámbar le siguió Páginas, que corrió la misma suerte por falta de liquidez y tuvo que abortar apenas arrancaba: Balboa era tan terco que nunca aceptó acoplarse el viejo sistema establecido de que los medios solo deben sacar a la luz la información que le conviene al gobierno.

Fue en esa época que Juan ayudó a varios reporteros a ingresar a medios nacionales: a Fredy López Arévalo y a mí nos dio su voto para entrar como corresponsales de El Financiero en Chiapas y Tabasco. Bastó una llamada suya al colega Rodolfo El Negro Guzmán para que en el entonces influyente diario especializado nos pusiera a prueba.

Yo estuve en El Financiero en el período1989-2000, hasta que un influyente empresario tabasqueño con conexiones en la Ciudad de México le pidió a su dueño y director general, Rogelio Cárdenas, que me quitaran la corresponsalía por haberlo mencionado en notas que hacían referencia a su poder en el PRI cuando a su cuñada la hicieron candidata a la alcaldía de Centro.

El Financiero me ofreció la posibilidad de continuar publicando con el nombre de otra persona escogida por mí hasta que le pasara el enojo al empresario que manejaba la publicidad comercial de grandes transnacionales como Raleigh y Marlboro anunciadas en la contraportada de los principales diarios mexicanos.

No acepté y, también gracias a Balboa, empecé a laborar en Crónica, que era dirigida por el gran Pablo Hiriart. Allí pasó algo curioso: cuando aparecieron mis primeras notas, un reportero tabasqueño que también era corresponsal le mandó un correo electrónico a Pablo para decirle que yo era “gente” de un político que había salido del PRI y que desde entonces ya atacaba a la prensa y entre los dardos al gremio tenía como blanco fijo al propio Pablo.

–Pero le creo más a Balboa –me dijo Hirart cuando, entre risas en su oficina de Crónica, me contó el incidente.

–Grande el Juan, pensé en chiapaneco.

Considero que sin la ayuda de Balboa muchos de sus paisanos reporteros no hubiéramos podido ingresar a la prensa nacional, en una época que ser corresponsal era una actividad de suyo cotizada por el respeto que los políticos le tenían a las publicaciones capitalinas.

Balboa se ausentó muchos años de Chiapas: partió a la Habana como corresponsal de Notimex engalanando con su periodismo gigante a la agencia de noticias del Estado mexicano que hoy está al borde la muerte, como parte de la política oficial de tratar como perros rabiosos que merecen la extinción a los críticos del presidente Andrés Manuel López Obrador.

El periodista tabasqueño Rene Alberto López y yo comimos en varias ocasiones con él en el restaurante Las Pichanchas, de Tuxtla Gutiérrez, y siempre llegaba con una pareja sentimental de origen cubano con la que tuvo una hija; el corresponsal de La Jornada publicaba en Páginas su columna Franja sur, bautizada así porque empezó dedicada a una audiencia regional.

Por sus documentados reportajes sobre la inmigración, a Juan Balboa se le debe que el mundo sepa que Chiapas y el sur existen: ya desde los ochenta este tema era parte de los renglones torcidos del gobierno mexicano.

A manera de homenaje se deben reproducir sus textos periodísticos y la Academia chiapaneca está obligada editar su obra para conocimiento de las nuevas generaciones que ahora se dicen reporteros por tener una fanpage en Facebook y hacer lo que se conoce como periodismo de redes sociales.