Putin no quería de vecina a la OTAN husmeando en el traspatio y ahora la tiene: el pasado 4 de abril, Finlandia entró formalmente a la Alianza Trasatlántica. La bandera finlandesa ya ondea libre al viento en el cuartel general de los aliados en Bruselas, solo falta el ingreso de Suecia.
El mandatario norteamericano, Joe Biden, presumió de una OTAN más fuerte que nunca y mucho más unida que en décadas anteriores, a raíz de la invasión de Ucrania.
Y para un sonriente Jens Stoltenberg, líder de la Alianza Trasatlántica, Finlandia tiene a su lado a los amigos y aliados más fuertes del mundo: “El presidente Putin tenía como objetivo declarado la invasión de Ucrania y quería menos OTAN. Él está obteniendo exactamente lo contrario”.
Al romperse la neutralidad finlandesa y sueca está propiciándose una realineación histórica de fuerzas que dotan a los países nórdicos de una nueva frontera de seguridad bajo un cónclave que ofrece el paraguas de la defensa colectiva como garantía absoluta.
Ha sido un paso de gigante para una nación estratégicamente situada en Europa del Norte y que limita con Suecia, Noruega y, por supuesto con Rusia, país con el que comparte una larga frontera de 1 mil 340 kilómetros; la que divide a Rusia, con Ucrania, tiene una longitud total de 1 mil 576 kilómetros.
La pacífica Finlandia está rodeada por el mar Báltico y también se adentra aproximadamente 1 mil 300 kilómetros en el extremo norte hacia el océano Ártico y, además, el Círculo Polar Ártico cruza Finlandia, por la región de Laponia. Es decir, este país de poco más de 5 millones y medio de habitantes, ocupa geográficamente un lugar estratégico por su vinculación con el Báltico y con el Ártico.
Su decisión temeraria de ingresar a la OTAN ha roto su tradicional postura neutral de no buscar conflictos con su poderoso vecino ruso. De hecho, el propio presidente Sauli Niinistö siguió manteniendo reuniones bilaterales con Putin, aun después de consumada la anexión de Crimea en 2014 y muy a pesar de las críticas de Occidente por esta postura.
A lo largo de su historia, Finlandia ha sido también pasto de las ambiciones rusas: en 1809 dejó de ser parte de Suecia para ser anexionada por el Imperio Ruso y convertirse en el Gran Ducado de Finlandia hasta 1917, fecha en la que obtuvo su independencia.
Y sabe muy bien en sus carnes lo que es ceder territorio. En el siglo pasado, durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético pretendió apropiarse del Báltico tras la Guerra de Laponia (1944 a 1945) y con la firma de los tratados de 1947 y 1948, la URSS se quedó con el 10% del territorio finlandés.
En 1940 ya había perdido Viipuri, la segunda ciudad más importante después de Helsinki, actualmente conocida como Viborg, sucedió en la llamada Guerra de Invierno. Históricamente a Rusia le gusta apropiarse de las ciudades costeras.
Durante la posguerra y la llamada Guerra Fría, Finlandia mantuvo una política de amistad, respeto y cooperación primero con la URSS y después con Rusia que incluía una neutralidad casi exigida desde Moscú a un Estado pequeño, por parte de un coloso nuclear. Y Helsinki sostuvo en buena medida sus compromisos.
Sus gobernantes siempre fueron cautos y precavidos de no molestar al Kremlin con declaraciones o posicionamientos que pudiesen causar alguna irritación. En los últimos decenios, los finlandeses solo hablaban de paz y de no meterse en problemas.
A COLACIÓN
En las más recientes elecciones parlamentarias, la primera ministra Sanna Marin cayó víctima de su propia juventud e inexperiencia, a tal punto que su partido descendió a tercera posición y está a nada de salir del gobierno: los socialdemócratas han sido arrasados por el bloque más conservador de la Coalición Nacional y, en segundo lugar, por la ultraderecha, con el Partido Finlandés.
Nadie pone en duda que Finlandia debe proteger sus fronteras y que ha sido un acierto entrar a la OTAN ante la amenaza rusa vigente (al menos durante el tiempo que gobierne Putin) a Marin la han cuestionado muchísimo por sus juergas. Mismo caso que el de Boris Johnson, solo que el ex premier británico las llevó a cabo en pleno confinamiento y mintió reiteradamente al respecto.
Con la entrada de Finlandia en la OTAN, este país nórdico ha sido muy valiente en desafiar a su vecino ruso al que ha dejado de respetar, para temerle. Ese temor ha llevado a los finlandeses al paraguas de protección de la Alianza Trasatlántica solo así ha sido posible hacer añicos la postura de neutralidad de la que presumían. Su Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua con Rusia es ya papel mojado. No cabe duda ha nacido una OTAN 2.0 y falta el ingreso definitivo de Suecia.