¡Verano peligroso!

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Estamos en mayo y las temperaturas asustan. La sequía, a la vuelta de la esquina, pone contra las cuerdas a los agricultores y ganaderos; los primeros ya alertan de que, como no llueva, una lechuga costará más que un solomillo para final de año.

Hace ocho años asistí a una conferencia en Madrid impartida por Jeffrey D. Sachs, en ese momento era director del Instituto de la Tierra, de la Universidad de Columbia. Cada palabra suya me pareció apocalíptica.

Sachs traía información de primera mano: esa catastrofista que habla del inminente cambio climático, uno que el investigador estadounidense remarcó tajantemente: “Es irreversible”.

Entonces no teníamos esta primavera atípica, ni los veranos infernales, que están viviéndose en varias partes del mundo contribuyendo dramáticamente al deshielo de los polos.

Si no me falla la memoria recuerdo bien una gráfica isobárica con las temperaturas de los últimos cien años, la media década por década, y  el salto era marcadamente abrupto en las dos décadas más recientes.

El meollo es que el cambio climático, la capa de ozono y todo este círculo vicioso en el que estamos metidos que degrada el ambiente, contamina, erosiona, emana más gases, va camino de subir más las temperaturas.

El efecto es gravísimo para todos los seres vivos, no solo estamos sufriendo los cambios los seres humanos en nuestra piel, en nuestros ojos, con una infinita cantidad de alergias y cánceres de piel; la padecen igualmente los animales y las plantas. La extinción anunciada y largamente advertida va camino de cumplirse y esto afectará a las generaciones futuras que tendrán un mundo altamente inestable marcado por el cambio climático.

Hemos llegado tarde como civilización para salvarnos a nosotros mismos y habrá algún lector que crea que hoy me he levantado pesimista. La realidad es que no es una cuestión de sentimientos, sino de objetividad.

¿A qué temperatura amanece en su ciudad? ¿A qué temperatura se llega a las doce del mediodía? ¿Ya llovió? ¿Hace cuánto que no llueve? La constante es casi pareja en varias partes del mundo. Hace mucho calor y no llueve.

Vamos rumbo al verano y los climatólogos advierten de que no hay grandes indicios de que caiga un buen chubasco y las presas se encuentran por debajo de su nivel. Si en mayo nos quejamos del calor, la llegada del estío anuncia un calor infernal.

 

A COLACIÓN

A mí lo que verdaderamente me preocupa es la temporada de incendios y la mortandad por la ola expansiva del calor. En Europa, países cuyas temperaturas promedio de 18 a 19 grados han dejado paso a temperaturas propias de la costa, cercanas a los 30 grados centígrados. Los ventiladores son cada vez más frecuentes en los países nórdicos.

La ola de incendios de los últimos tres años en Europa ha sido inquietante. Unos culpan a la sequía de las hojas y otros, hablan de incendios provocados. Vaya actitud criminal.

Yo de niña solía aguardar con ansia fina la llegada del verano, la veía como la época de mayor felicidad y si podía ir a la playa, mucho mejor. Ahora, le confieso que cuando escucho hablar del verano pienso en las noches de insomnio, de vuelta en vuelta, porque el calor es insoportable. El cuerpo humano es sabio.

En lo personal, lamento que como seres humanos no supimos reaccionar a tiempo y mucho se ha culpabilizado a la contaminación industrial, a las actividades que emanan CO2. Vamos ya lo último se ha señalado hasta a las vacas de ser emisoras de gases contaminantes.

Alrededor de este tema hay muchas mentiras, hipocresía y una acción y reacción tardía. Y a todo esto, ¿dónde queda la emisión radiactiva emanada a las diversas capas de la atmósfera, cada vez que se hace una prueba nuclear? ¿Porqué no se habla del alto impacto de estas pruebas en la capa de ozono?