Todos los presidentes de la República saben que a partir del primer minuto de su administración su tarea fundamental es definir su legado para la historia y desde ese instante todo su sexenio girará en torno a la construcción de su sucesor.
En el modelo de Tolstoi, todas las sucesiones presidenciales son iguales, pero cada crisis sucesoria es infeliz a su manera.
La principal característica de la sucesión del presidente López Obrador se puede resumir en una paradoja: un político que construyó su carrera electoral sin respetar las reglas, a contrapelo de los protocolos y a partir de la decisión propia de imponer su decisión, ahora está tratando de gestionar su propia sucesión presidencial tratando de obligar a los precandidatos a someterse al voluntarismo autoritario del presidente saliente.
López Obrador se enfrentó al PRI en 1988 para lograr la candidatura a gobernador de Tabasco, pero su jefe político Enrique González Pedrero era jefe de la campaña del candidato priista Carlos Salinas de Gortari y en ese momento el aspirante carecía de carrera política dentro de las reglas del partido.
En 1994, López Obrador impuso su candidatura al PRD para competir contra el candidato presidencial y presidente electo Ernesto Zedillo y el candidato priista local Roberto Madrazo Pintado, y volvió a perder. En el 2000 decidió su candidatura a jefe de gobierno del DF a pesar de carecer de la exigencia legal de residencia, pero amenazó con desestabilizar la política capitalina y Zedillo toleró esa irregularidad; en las elecciones locales, el candidato panista Santiago Creel le ganó en votos, pero las alianzas y la tolerancia el presidente electo Vicente Fox Quesada permitieron su victoria.
En el 2006 y 2012, López Obrador le quitó primero la candidatura a Cuauhtémoc Cárdenas y luego compitió en una encuesta contra Marcelo Ebrard cuyos resultados nunca se conocieron, pero que dejaron la impresión de que Ebrard había ganado; acuerdos políticos en ambas fechas impusieron la voluntad de López Obrador.
En el 2018, para evitar más problemas, López Obrador creó su partido político en modo del movimiento de movimientos y nadie se atrevió a disputarle el derecho.
A contrapelo con su propia carrera político-electoral, ahora López Obrador se está comportando como un típico presidente priista –con parecidos notables al estilo sucesorio de Carlos Salinas de Gortari– para imponer a su candidato presidencial por Morena, obligando y sometiendo a los precandidatos a moverse de manera estricta a los ritmos que marca el presidente saliente, quien, con seguridad, certeza y experiencia, quiere evitar que exista un precandidato al viejo estilo López Obrador que se salga del redil e imponga la candidatura al margen de las exigencias de Palacio Nacional.
El que parece estar mandando mensajes de autonomía relativa que pudieran ubicarse en la vieja lógica lopezobradorista del pasado es el canciller Marcelo Ebrard Casaubón, quien además tiene la experiencia política del proceso heterodoxo de sucesión presidencial de 1993-1994 cuando Manuel Camacho Solís se lanzó por la libre a confrontar la voluntad autoritaria y verticalista del presidente Salinas de Gortari a favor de Luis Donaldo Colosio Murrieta, el candidato fabricado por Salinas para mantener la continuidad del proyecto neoliberal y extender la vigencia del grupo salinista inclusive hasta la sucesión del 2000 con la figura continuista de Ernesto Zedillo y su padrino político Joseph-Marie Córdoba Montoya.
Lo que falta por saber es ver quién invocará el espíritu de López Obrador 1988-2018 para salirse del modelo de López Obrador y presentar una candidatura rebelde al estilo de López Obrador.
Política para dummies: La política es la memoria del poder sin cincelada en las Tablas del sistema.
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