Estados Unidos y la ley del más fuerte

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Juan Carlos Barros

Ahora que Donald Trump se ha ido y que hay nuevo presidente en Estados Unidos, nos preguntamos prontamente ¿ es que no va a regir ya en el mundo la ley del más fuerte?

Esa extraña sensación que hemos tenido, como que algo había caído, al ser testigos de lo en Washington acontecido, al ver el Congreso de los Estados Unidos invadido, aunque fuera circunstancialmente por un puñado de gente partidarios del presidente saliente, nos hace meditar sobre el efecto que tendrá no solo para América sino también para el resto de la Humanidad.

Para orientarnos sobre esa importante legislación que no está escrita en ninguna parte pero que se acaba por imponer todavía más en una coyuntura tal como la actual tan especial para el panorama internacional tras el shock que hemos sufrido, vamos a atenernos a un ejemplo sobresaliente en la historia universal, un caso cabal al que podemos echar mano que aunque no es cercano siempre es actual, y que ocurrió una vez en la antigua Grecia, concretamente en el sitio de Milo, donde la famosa Venus, que puso de manifestó en su pura expresión esta cuestión siempre presente del poder ingente en la relación internacional.

La potente ciudad-estado de Atenas entonces se estaba expandiendo y quiso someter a la minúscula isla de Milo que estaba allí mismo, frente por frente, a la puerta de su casa en el mar Egeo, la cual quería ser pintorescamente neutral en un mundo bipolar por la guerra de Atenas contra Esparta, su principal rival.

Los melios no invitaron a los atenienses a hablar ante el pueblo sino que fueron atendidos por el gobierno, que eran entre los más los menos.

Los atenienses supusieron que eso equivalía a que aquellos gobernantes les interrumpirían constantemente en cada punto de la negociación y que aquello tenía pinta de convertirse en un cuento sin terminación.

Los melios percibieron que los atenienses venían dispuestos a valorar por si mismos el encuentro dado que tenían, como vulgarmente entonces también se decía, la sartén por el mango, ya que eran muy superiores en número y armamento, y la alternativa que ofrecían era bien sencilla: escoger entre no someterse y la guerra o caer en la esclavitud sin remedio.

Los atenienses replicaron que si se iban a pasar el rato enumerando sospechas acerca del futuro lejano, no había lugar a continuar con el diálogo y que en esos asuntos el standard de justicia depende del poder de obligar a los demás y que, de hecho, el fuerte hace lo que tiene poder para hacer y el débil acepta lo que no tiene más remedio que reconocer.

Los melios respondieron que para los que caen en una situación de peligro el asunto debería consistir en juego limpio y justo trato, y que se les debería permitir argumentos carentes de exactitud matemática, lo cual en principio afectaba a todos, débiles o poderosos.

Los atenienses dijeron que a ellos no les atemorizaba tanto ser invadidos por un poder que gobernase en otros lados como lo que sucedería si fueran atacados y derrotados por sus propios súbditos y como ellos eran los que gobernaban el mar y dado que Milo era un isla, y bastante pequeña por cierto además, era de importancia particular que no se fueran de rositas y se pudieran escapar.

Los melios explicaron que en la guerra la fortuna puede hacer que las posibilidades se igualen independientemente del poder de las partes, y que si se rendían entonces toda esperanza perdían, mientas que si seguían quién sabe si ganar podrían.

Los atenienses observaron que la esperanza no es condición de consuelo en el peligro y que aceptar profecías y oráculos lleva a los hombres a la perdición.

Los melios afirmaron que confiaban en que los dioses les ayudaran porque con ellos estaba el derecho.

Los atenienses contestaron que también les atendía el derecho, pues su propósito encajaba con las creencias populares acerca de los dioses y los principios que rigen su proceder, lo cual no era una ley que hubieran inventado ellos.

Y viendo, finalmente, que aquellos obstinados indígenas no cedían, los atenienses levantaron un muro alrededor de la ciudad insular, la cual al cabo del tiempo y de una traición no tuvo mas remedio que acabarse rindiendo, cuyo final para ellos fue bastante feo, pues los hombres fueron ejecutados, las mujeres y los niños esclavizados y aquello repoblado como un solar asolado entre llos vientos que entonces corrían por el mar Egeo.

Abogado, consultor europeo y periodista

Publicado originalmente en elimparcial.es