Juan José Vijuesca
La ausencia de las diferentes ferias dedicadas al libro por razones más que evidentes, aunque cabe este año la de ser aplazadas, más que suspendidas, nos obliga a los amantes de la lectura a la privación de estas muestras vivientes en donde las letras y los autores se exponen en connivencia con sus novedades literarias.
Rendir culto al libro es una necesidad tan cierta como abrir sus páginas y formar parte de la intriga de su contenido. Nada es lo que parece, ni tan siquiera la ilustración de su portada, pues lejos de la historia que en él se encierre, siempre estará la magia del autor capaz de sucumbir ante el reto del buen lector.
En esta suerte de relación escritor-lector a veces se establecen normas de conducta, incluso una especie de complicidad seductora. El libro se vuelve objeto de deseo y eso tiene mucho de galanteo, pues el enigma de su contenido ya es causa de provocación; diría que es la sensualidad de la imaginación la que nos provoca entrar en el mundo de lo fantástico.
El libro, por sí solo, es una cuestión de honor a dirimir entre dos partes que se desconocen, incluso que pueden llegar tanto a rechazarse como a intimar. Es un simple acto de particular confianza dispuesto a recrear fantasías escritas capaces de convertirlo todo en una relación magnética; de tal manera que la grandeza de leer nada tiene que envidiar a la magnitud de escribir, pues si no ¿qué sería del escritor sin lector o viceversa? Con esta premisa, la nada se convierte en todo cuando las páginas se suceden en complicidad y el libro se vuelve codicioso en ser leído; a partir de ahí el universo de la sabiduría llama a la puerta del intelecto y es cuando la magia se convierte en cultura.
Sin duda el mejor libro es uno mismo merced a la hondura de lo que cada cual alberga en su propio ser, por eso aún todo queda por escribir y ser leído, porque la mejor historia es aquella que se guarda de miradas críticas; de ahí la grandeza de lo creativo. Si en cada uno de nosotros existe sensibilidad es porque también hay creatividad, y ello, créanme, necesita ser expresado a través de cualquier lenguaje que se manifieste. Uno de los pilares para doblegar a la incultura es la lectura, y algo tan sencillo como es el abrir un libro dejándose llevar por el vínculo del conocimiento ya es entrar en los dominios de la educación. Sin duda el camino hacia el progreso.
El lector agradece adueñarse de lo que encierran las páginas encuadernadas, mientras el autor festeja el vuelo de su obra viendo cómo se emancipa lejos de sus dominios. En cada libro una pasión, un sueño, una aventura y también un lector. Es el enigma de lo oculto en donde la ficción igual invade secretos de alcoba que hace posible el reencuentro con lo perdido. La no ficción, la novela histórica, el ensayo, la poesía, todo es un mundo dentro del que cada uno de nosotros habitamos.
No se detengan ante un libro por su portada, ni siquiera por sus críticas, tan solo abran el libro y busquen la voz de alguien, yo diría que lo más importante de una obra es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros y esa es la suerte de que alguien nos regale la extensión de una felicidad encuadernada. “Los libros se leen para la memoria” –dijo Jorge Luis Borges. Yo añadiría que se leen para fabricar sueños felices. ¿Qué diferencia puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado? Cualquiera de nosotros perseguimos ilusiones y siendo estas simples fantasías yo me pregunto ¿acaso la ficción no rescata momentos felices de nuestro pasado?
El gozo de escribir viene a justificar la virtud de leer y más allá de esta concordia nada se interfiere no siendo la pereza por despertar la magia de lo desconocido. Eso y nada más es lo que persigue mi homenaje al libro.
Escritor español.
Publicado originalmente en elimparcial.es