Jesús Carasa Moreno
Las leyendas hablan de un Goya nacido en medio de la pobreza y la ignorancia, que tocado por la vocación, esa señora caprichosa y tiránica pinta, desde que nace, en las paredes de su pueblo natal. Pero la realidad es que Goya nace, por casualidad, en Fuendetodos, donde su acomodada familia tenía una casita a la que se había trasladado mientras rehabilitaban la que era su residencia en Zaragoza.
Su padre, maestro dorador, está en el ambiente artístico y Francisco se encamina por la pintura, como medio de vida, apoyado en ese ambiente. De preparación y maduración lenta, con viaje a Italia, empieza su vida profesional atendiendo, como los demás, encargos religiosos y retratos.
Con veintinueve años se instala en Madrid, atraído por su cuñado Bayeu, un pintor, ya introducido en el ambiente de la Corte. Bayeu es un pintor excelente de los que hemos producido muchos, tantos como Francia, quizá, pero que tenemos olvidados porque en España solo nos llega la erudición y el almíbar para unos pocos.
Se muestra, allí, como un profesional moderadamente ambicioso en sus objetivos, siempre supeditados a lograr el beneplácito de sus maestros y clientes, cada vez de mas alcurnia y muy atento a escalar en la vida social y fortalecer su economía.
Participa en la elaboración de bocetos, “cartones” y oleos que, bajo la dirección del pintor checo-alemán, Mengs, se estaban produciendo para la Real Fábrica de Tapices. Goya estuvo involucrado, en este trabajo, doce años, desde sus veintinueve a sus cuarenta y seis, alternando con trabajos de Corte pues, ya, a los cuarenta, había sido nombrado Pintor del Rey.
En esta etapa, Goya, se manifiesta como un buen pintor de Corte; pero ni en estas obras ni en los famosos “cartones”, de estilo neoclásico y rococó, con motivos llenos de tipismo y delicadeza, vemos, todavía, a ese grandísimo pintor que, luego, penetró hasta el fondo del alma humana, en los grabados y en las vergonzantes Pinturas Negras y exploró caminos que las generaciones siguientes han seguido para iniciar los muchos “ismos” que vinieron después.
Esa dama tiránica, que le dejó en paz, llevar mas de media vida de pintor aburguesado y atento al gusto y tendencia del momento, le esperaba en la emboscada de una cruel enfermedad que le dejo sordo a los cuarenta y siete años. Quizá, le hizo pensar, como a otro que yo conozco, que tenía cosas mas importantes que decirnos.
Pinta algunos cuadros “en que he logrado hacer observaciones a que, regularmente, no dan lugar las obras encargadas” y retoma su trabajo, de inmenso grabador, en el que Goya da rienda suelta, ya con 53 años, a esa desenfrenada inventiva y cruel crítica social descubiertas: Los Caprichos, Los Desastres de la Guerra, Tauromaquia y Los Disparates, abriendo un camino que le llevará a Las Pinturas Negras.
Pero, de nuevo, vuelve al surco alimenticio de las obras de encargo, a los infinitos retratos y a su compromiso de pintor del Rey y pinta, ya bien maduro, las obras que nos lo definen: Las Majas, San Antonio de la Florida, el cuadro de la familia real con la picardía velazqueña de incluirse, con su caballete, en el grupo, “La carga de los Mamelucos” y “Los Fusilamientos del tres de mayo” que es uno de esos cuadros, como Las Meninas o El Guernica que marcan una época.
Solucionados los problemas económicos, que llegó a tener, compra La Quinta del Sordo, en las afueras de Madrid. Quizá vio, en aquellas paredes, el sitio donde dar, por fin, vida vergonzante a imágenes, colores, formas y composiciones, ya anunciadas en sus grabados, que venían torturándole y a las que, su personalidad pacata, impedía dar manifestación pública. Y amigos, ya con 73 años, cuando otros se limitan a copiarse, pinta, para su exclusivo deleite, las Pinturas Negras que, de forma milagrosa, han podido ser trasladadas, de la pared al lienzo, para que, al alcance de todos, nos muestren los caminos que Goya abrió a las nuevas generaciones.
Goya fue un hombre medroso que, a pesar de su ramalazo y amistades liberales, contemporizó con todas las tendencias, incluidos los franceses invasores, llegando a pintar a José I, el Rey que nos puso Napoleón. En la restauración de Fernando VII se le señaló como Liberal y afrancesado y hasta La Inquisición le anduvo merodeando por pintar La Maja Desnuda.
Esta peligrosa situación aconsejó, al pobre viejo, a autoexiliarse en Burdeos, ya con setenta y siete años, donde siguió pintando hasta su muerte en 1828, a la edad de ochenta y dos. Pero murió bien vivo pues su curiosidad le llevó a viajar a París a ver lo que hacían los demás.
Echamos en falta, en Goya, como nos ocurre con Velázquez que, el trabajo de encargo y sus obligaciones de Corte, hurtasen tiempo para dedicar al de cosecha propia. Pero, amigos, es lo que hay.
Pintor español.
Publicado originalmente en elimparcial.es