Sentimentalismo frente a Racionalidad

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José María Méndez

A la gente le gusta sentir. Sea lo que sea. Así escribió Virginia Woolf en su Diario” (José Antonio Marina, “El laberinto sentimental”, Anagrama 2020.Introducción). ”Somos inteligencias emocionales. Nada nos interesa más que los sentimientos, porque en ellos consiste la felicidad o la desdicha” (Idem, Contraportada).

Sin duda los sentimientos son muy importantes. Pero en ellos no encontraremos la luz que guía hacia la felicidad, como parece sugerir la cita anterior. Confiar sólo en los sentimientos supone abandonar el camino de los valores, el único que lleva a la deseada felicidad.

Dicho de otra manera. Distingamos entre libertad positiva y libertad vulgar.

Libertad positiva es la capacidad de hacer el bien o el mal. Cumplir con un valor ético o violarlo. Sin duda, también somos libres frente a los valores estéticos. Pero éstos no presentan problema, No hay propiamente antivalores estéticos. Si dos juegan al ajedrez, uno gana y otro pierde. Pero ambos se han enriquecido igualmente al vivir el valor estético del juego.

La libertad positiva en ética se suele oponer a libertad negativa, o con qué acción concreta hacemos el bien o el mal. Pero, desde una perspectiva distinta, aquí intentamos contraponerla a libertad vulgar.

Describamos esta última. Con un sentimiento muy sincero solemos amar la libertad desconectada de los valores y su deber-ser. Ansiamos la ausencia de barreras o impedimentos a nuestra acción. Que yo pueda hacer lo que quiera, lo que me dé la gana, en castizo. Que nadie ponga trabas a mi conducta. Prohibido prohibir, como rezaba la consigna de la Revolución estudiantil de 1968. Mis impulsos son lo único que cuenta. No hay valores que con su deber-ser condicionen mi acción desde fuera.

En esto consiste el sentimiento que aquí denominamos libertad vulgar. No es propiamente un concepto que designe una realidad objetiva existente. No puede siquiera existir una libertad desconectada de los valores. La libertad vulgar sólo existe dentro de nosotros mismos como un sentimiento subjetivo. Es lo que siente en su corazón el que grita en la plaza pública ¡Viva la libertad!

En lo que sigue, si aparece la palabra libertad sin adjetivo detrás, se entiende que nos referimos a esta libertad vulgar o desconectada de los valores.

En cambio, lo que sí existe objetivamente es la libertad positiva. La libertad es inseparable de los valores. Va en la definición misma de libertad positiva como capacidad de crear ex nihilo el bien o el mal.

Comprobamos que es así en el primero de los operadores lógicos, el afirmador-negador, el que abre la puerta del lenguaje. Implica a la vez la libertad positiva y la percepción del valor de la verdad. Una frase compuesta materialmente de sujeto y predicado (SP) es formalmente afirmada (+SP), o negada (-SP). Una de las dos fraseses verdadera y la otra falsa. La libertad positiva aparece aquí como la capacidad de optar por una o por otra, decir la verdad o mentir. Estamos ante lo más elemental en lógica. El valor aquí en cuestión es nada menos que la Verdad, con mayúscula. Sobre la libertad positiva pesa la obligación de adherirse a la verdad y rechazar la falsedad.

La palabra verdad presenta la misma dificultad que ya vimos a propósito de libertad. De suyo se extiende a la vida estética. Pero podemos dejar este aspecto de lado. Propiamente, no hay una culpable falsedad estética en el mismo sentido que hay una culpable falsedad ética: mentira, engaño, calumnia, perjurio, etc. En estética sólo hay carencia de habilidad, falta de gracia, maladresse. Nunca hay culpa.

Así pues, es obligatoria la verdad de que los valores estéticos no son obligatorios. Tan obligatoria como la verdad de que los valores éticos son obligatorios. La Verdad en sí misma es siempre obligatoria.

En consecuencia, la libertad vulgar choca desde el principio con el hecho del lenguaje. Quiere poner en igualdad de condiciones las dos frases la nieve es blanca y la nieve es negra. Pretende ser igualmente libre ante la verdad y la falsedad. Si eso fuera cierto, el pensamiento y el lenguaje se harían imposibles. Por tanto, el valor omnipresente de la Verdad condiciona de modo obligatorio a la libertad positiva desde el inicio mismo del pensar y del hablar. Somos culpables si optamos por la falsedad la nieve es negra.

Para los valores éticos, que también son obligatorios, usamos las expresiones el Bienla Bondad o lo bueno. Para los valores estéticos o no obligatorios se suele emplear la palabra Belleza. Así pues, la Verdad obligatoria engloba tanto al Bien obligatorio como a la Belleza no obligatoria.

En todo caso, el gran error consiste en guiarse por el sentimentalismo subjetivo en vez de por la racionalidad objetiva del valor que engloba todo, la Verdad. En la medida en que el sentimentalismo prevalece sobre la racionalidad, se está reduciendo el ser humano a un animal que ni piensa, ni habla, ni es libre frente a los valores.

Lo más asombroso es que este asunto siga vivo, cuando debiera estar muerto, y bien muerto. El problema teórico ha sido resuelto de manera definitiva por el primero de los operadores lógicos, el afirmador-negador.

Por ejemplo, es obvio que un perrito casero tiene sentimientos y afectos. Ladra triste si su amo le deja solo en casa, y ladra alegre cuando regresa. Cualquiera que oiga los ladridos se da cuenta de lo que ocurre, aunque no vea la escena. Alegría y tristeza son emociones que algunos animales superiores comparten con el hombre.

Lo que no puede hacer el perrito casero es ladrar al revés. Ladrar triste cuando vuelve su amo y alegre cuando le deja solo en casa. No posee el primero de los operadores lógicos, el afirmador-negador. No puede engañar al que oye los ladridos y no ve la escena. Tiene sentimientos, pero no tiene lenguaje. Y por lo mismo ni piensa, ni es libre en sentido positivo, ni capaz de percibir la verdad o la falsedad.

Somos humanos en la medida en que nuestra razón emerge sobre nuestras emociones, sobre todo impulso ciego a la Verdad y proveniente de nuestra psique. Si la palabra humanismo tiene algún sentido, es precisamente éste. Y por lo mismo, nos rebajamos a la condición de infra-humanos en la medida en que damos preferencia a nuestras emociones en perjuicio de nuestra racionalidad. Nos acercamos a los animales, que tienen sentimientos, pero carecen de racionalidad y lenguaje.

Otra cosa es que en este complejísimo tema de la psique humana no podamos ir más allá. Saber de qué manera nuestros sentimientos se conectan con nuestros pensamientos es una tarea imposible. Es meterse en el “laberinto sentimental”, en la feliz expresión de Marina. Un laberinto en el que muchos entran, pero nadie sale. Basta leer el Apéndice del libro de Marina (Pag. 253), con su extensa bibliografía, para convencerse de que también él se ha perdido en el laberinto.

Dejemos, pues, este inextricable embrollo de la conexión entre psique y razón a poetas, dramaturgos y novelistas, los que describen la conducta humana sin pretensiones de teorizar. Sólo tenemos acceso a la corteza, al exterior visible, sin llegar nunca al meollo del asunto, o sea, la conexión misteriosa entre cuerpo y espíritu. Por otra parte, cada persona es única en la Historia universal, como no se cansaba de repetir Unamuno.

Vayamos, pues, a lo que está claro para todos.

Quizá nos haya ocurrido alguna vez que nos han presentado a alguien que de entrada nos resulta antipático. Nos cae mal, como se suele decir. Eso ocurre en nuestra psique, en nuestro cuerpo. Pero con el trato nuestro espíritu va descubriendo en esa persona valores, que nosotros estimamos como tales. Nos empieza a ser atrayente. Acaba suscitando en nosotros una amistad, que al final prevalece sobre la antipatía inicial. La racionalidad acaba imponiéndose sobre el sentimentalismo.

Probablemente también hemos vivido el caso contrario. Alguien nos resulta muy atrayente de entrada. Nos cae bien. Nos encanta su trato. Pero cuando le vamos conociendo mejor, descubrimos en su conducta antivalores que nos repelen. También prevalece aquí a la larga la racionalidad sobre el sentimentalismo. Acabamos por distanciarnos de esa persona.

Estos ejemplos no prueban nada. Los hemos presentado únicamente para ilustrar la tesis previa de que nos hacemos verdaderamente humanos en la medida en que en nuestra vida prevalece la racionalidad sobre el sentimentalismo. Y nos deshumanizamos en la medida en que ocurre lo contrario. En las relaciones humanas, la percepción de objetivos valores y antivalores acaba ordinariamente por imponerse sobre las instintivas simpatías o antipatías al comenzar el trato con alguien.

Terminemos con otra frase de Virginia Woolf A veces retumba en mí como un trueno el sentimiento de la total inutilidad de mi vida (disponible en Internet). No se puede describir mejor el vacío que nos espera, si entregamos nuestra vida a la sola libertad vulgar y nos olvidamos de la Verdad obligatoria, y del Bien obligatorio que viene detrás. Intentamos alcanzar la felicidad al margen de la Verdad y del Bien. Pero nos topamos con un inmenso vacío. Virginia Woolf acabó suicidándose porque puso el sentimentalismo por encima de la racionalidad.

A sensu contrario debiéramos concluir que la Verdad y el Bien son los fines objetivos de la existencia humana, lo que da sentido a nuestra presencia en este mundo. Estamos aquí para cumplir con el deber-ser obligatorio. También con la Belleza, por supuesto. Pero como su deber-ser no es obligatorio, sino sólo recomendable, no surge problema alguno. Los medievales decían que la ética nos obliga semper et pro semper y la estética semper sed non pro semper.

En resumen, la verdadera felicidad la encontraremos en los valores objetivos y no en los sentimientos subjetivos.

Publicado originalmente en elimparcial.es