Juan José Vijuesca
Cuando los chinos inventan algo, lo que sea, el mercado deforma nuestra percepción de lo que es útil, aunque solo se trate de una de esas baratijas que duran un asalto. Ahora los inventores de tantas chorradas también parece que han dado con un test anal que viene a resucitar la era del supositorio. Según dicen, una prueba de lo más fiable para detectar el coronavirus.
Andar por zonas limítrofes de nuestro cuerpo no parece buena idea cuando se trata de exponer en público la parte más septentrional del universo anatómico, ya saben, el distrito que sirve como visor de lo recóndito y a la vez del regusto erógeno. Prueba de ello es que la civilización lo guarda del mundo exterior como uno de esos atolones coralinos. Área restringida y zona cero en donde nunca da el sol, también considerada como lugar de encuentro entre la salida de vértigos y las acústicas del allegro ma non troppo. Por eso el frunce del tabalario se abre tanto a turbaciones como a los sueños cimeros, pues entre compases y ecos se afloja en alivios ya sea el secreto delgado como el grueso. No dejan de ser desahogos placenteros que el cuerpo agradece desde el nacimiento.
Lo cierto es que con esto de la Covid el mundo está perdiendo la cabeza, de manera que la erótica del virus ha salido a escena con un recurso de último grito: el test anal. Damas y caballero, ladies and gentlemen, de ser cierto el invento preparen el tafanario en pose de pompa que los expertos en antígenos, ante nuestro oráculo más íntimo, brindaran su faena a los dioses celestiales. Dicen que este ceremonial es más fiable que lo que se ha intentado hasta el momento; así pues, ¿qué más le puede faltar a la especie humana para salir airosa de esta movida?
China, que ya sabemos que tan pronto te da como te quita, nos lleva la delantera en eso de hacer pruebas más “objetivas”. Hasta la fecha se desconoce si existen efectos secundarios irreversibles porque no ha transcendido el alcance de la campaña, aunque algunas fuentes no oficiales han informado que se han dado casos de crisis de ansiedad por querer repetir el test. Volviendo a los rituales en sacrificio del bien comunitario, me llama la atención de como el ser humano actual, especie en extinción, por cierto, se doblega a ser menoscabado por autoridades de grotesca catadura. Que un gobernante de aquí o de acullá sea capaz de ordenar toque de nalgas y poner a todo un país en ojo avizor, más bien parece una sesión porno. ¿Y con semejante fotograma pretenden ahuyentar al SARS-COV2? Desconozco si este virus goza de visión nocturna para andar por la zona oscura del universo corporal. Todo son incógnitas y un sinvivir.
Magnánimo en demasía es aquél o aquella que se preste en plaza pública al enseñe del llamado oculu sacrum, cuyo bien goza de la encomienda de ser propiedad privada por decisión de la propia naturaleza. ¿Expliquen pues, si no el por qué lo traemos tan bien custodiado entre dos fieles asentaderas? De manera que ningún hisopo en mano extraña tiene derecho al hurgue de zona tan exclusiva, que el diablo trae peligros cuando se baja la guardia. Solo faltaba convertir un virus en objeto de deseo, pues visto el asunto ese de Grey y sus exclusivas sombras hacen atar calzones a toda costa. Es como si la erótica del poder se estuviera adueñando de los gobiernos y eso debe preocupar al contribuyente. Lo digo por el regreso al derecho de pernada y otros fielatos en especie.
Preocupante deriva ésta si para alcanzar la tan ansiada normalidad tengamos que abrir en público la caja de los truenos. En cuestión de soniquetes y demás percusiones solo es cosa de loas que el cuerpo humano a bien tiene en pregonar; más conviene advertir que tanto peca el dueño de la flauta travesera con su nota musical como el gobierno organizador y también el doctor que así recomienda que se de aire a la acústica para aflojar el acumule de sones y timbres. De siempre ha sido esta una faceta de amplia controversia entre el público más exigente, pues una cosa es el concierto de Año Nuevo y otra muy diferente el someterse a un test a pandero expuesto con la suelta de aria y resultado incierto.
A estas alturas de la pandemia casi todo puede suceder, si ahora es el test anal, mañana será lo de separar el cuerpo de la razón, y llegado a este punto, entonces ya no quedará más que el experimento de lo arcano sobre una especie de usar y tirar. En fin, allá ustedes, pero desde este momento un servidor establece el cierre perimetral de su cuerpo serrano. Lo digo porque el ambiente está muy cargado.
Escritor español.
Publicado originalmente en elimparcial.es