Matar la paz

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En toda guerra, la construcción del relato forma parte de lo que, si se repite muchas veces, termina siendo verdad, aunque en realidad haya sido una mentira. Por ejemplo, se ha dicho como un mantra que seis millones de judíos fueron asesinados por el gobierno Nazi de Adolph Hitler, aunque otras versiones hablan de un millón.

Con ello no quiero decir que un millón de vidas sean menos valiosas que las de seis millones, toda vida es valiosísima y preciada, y los valores institucionales, constitucionales y los códigos, leyes y tratados internacionales deberían blindarla como protección fundamental. Todos tenemos derecho a vivir, a ser libres para decidir nuestro destino y estar considerados dentro de garantías indivisibles a la vida misma como comer, tener un sitio donde vivir y hacerlo en un entorno en paz.

Mientras escribo estas líneas, mi hija duerme plácidamente. Su mayor preocupación pasa por aprobar el examen de matemáticas, ella no tiene que sufrir porque le falta techo, protección, amor, comida o seguridad… duerme plácidamente; no hay bombas cayendo, ni ataques aéreos, puede estudiar y planear su futuro.

Cuando se vive o sobrevive en un entorno de conflicto permanente, las personas solo pueden planear su corto plazo, sobrevivir y adaptarse al medio es su mayor preocupación.

Dice la ONU que, tras la Segunda Guerra Mundial, hemos vivido cerca de mil conflictos; por supuesto, unos más tensos que otros, más largos que otros, más mortíferos que otros pero siempre terminan confrontando los intereses estratégicos de las potencias imperantes de nuestro tiempo: durante la Guerra Fría la tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética y en la época actual, que es digamos, otra Guerra Fría 2.0, también recalan los intereses de Estados Unidos, Rusia y ahora China aunque el abanico puede abrirse más para incluir a Irán,  Turquía e India.

Hemos tenido una paz bañada en sangre desde 1945 a la fecha y no pocas veces se nos ha cortado el aliento por el temor de una confrontación nuclear entre Estados Unidos y Rusia. El maldito botón nuclear que también poseen otros países como Corea del Norte o el propio Israel.

Hace unos días hablaba con una colega española, Isabel Gómez Fuentes, sobre los actuales acontecimientos entre Israel y la Franja de Gaza y alguna de las dos llegó a comentar que, a diferencia de las generaciones pasadas, sobre todo la de nuestros abuelos y demás ancestros, nuestros padres y nosotras mismas hemos gozado de una paz que nos ha permitido prosperar.  Eso sí, una paz detenida con alfileres.

Esos alfileres que van saltando por los aires y nos ponen a pensar si, esa niña que duerme en su cama sin mayor sobresalto, terminará atrapada junto con su generación en las fauces de una nueva gran guerra global. La temida Tercera Guerra Mundial.

 

A COLACIÓN

Yo en lo personal he intentado deconstruir las palabras del presidente Biden, tras retornar a la Casa Blanca de su viaje de siete horas a Tel Aviv, en la parte en la que mencionó el punto de inflexión en la Historia en la que según él nos encontramos; y también cuando ubica a Hamás y a la Rusia de Putin en el mismo nivel de amenaza.

Durante la Guerra Fría, los dos bandos imperantes defendieron dos modelos ideológicos distintos de sociedad, de política, de gobierno, de hacer economía: el capitalismo y el socialismo/comunismo.

Se volvió casi casi una batalla entre el bien y el mal. Y el capitalismo norteamericano terminó venciendo, sin embargo,  ese binomio capitalismo y democracia no se extendió de forma global. La economía de mercado ha demostrado que puede ser compatible con un gobierno comunista.

El propio presidente chino, Xi Jinping, propuso incluir en la Constitución la esencia comunista del gigante asiático y está recogida tal cual como parte del pensamiento de Jinping. Allí le falló a Washington su paradigma de capitalismo y democracia.

Hoy tenemos tantos problemas en ciernes: no solo el cambio climático,  llevamos por lo menos tres quinquenios acusando un retroceso democrático hasta en países tradicionalmente cunas de la democracia. El asalto al Capitolio retrata, por ejemplo, la involución que hasta Estados Unidos está enfrentando y ya no digamos España o bien otras naciones.

Por eso es que Biden muy hábilmente en su discurso ante su nación (que no es más que un mensaje para el mundo) ha puesto sobre de la mesa lo que para él es el quid actual: una lucha entre el pensamiento democrático contra el fundamentalismo retrógrada y las dictaduras imperantes.

Para Biden, la invasión de Ucrania, los ataques terroristas de Hamás y la Yihad Palestina contra Israel y las maniobras soterradas de Irán, Corea del Norte y de China no son otra cosa más que enemigos luchando por destruir la democracia occidental a favor de su autocracia.

Estos actores externos pretenden crear todo tipo de interferencias a fin de inocular un desánimo entre los electores hacia sus instituciones en aras de incrementar la polarización y  el ostracismo. Entre más aumenta el abstencionismo más vulnerable es una democracia.

Las guerras actuales, desde la óptica de Biden, subsumen a los seres humanos a confrontar estos conflictos y eso por supuesto, debe importarnos mucho a todos, porque parece inevitable otra gran confrontación global que en definitiva terminará matando la poca paz que nos queda.

@claudialunapale