Con la voz de Dios.

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Cuando Juan fue encamado estaba bajo los efectos de un fuerte sedante; más, al comenzar la mañana siguiente el teniente, ya sin los efectos del recio calmante, intentó ponerse de pie y salir de la cama.

Cómo traía yeso en las extremidades inferiores y un brazo inutilizado (también con yeso) no pudo hacer esa acción; frustrado y dándose cuenta donde estaba habló fuerte, casi gritó. -!enfermera ayúdeme a vestir para irme de aquí!- pedía el joven oficial; la enfermera más próxima se acercó a Juan y le dijo -hágame el favor de calmarse Teniente, viene usted con ambos tobillos fracturados  y presentó fractura expuesta del cúbito izquierdo; la enfermera agregó, -si no deja de moverse todas sus fracturas se desacomodarán lo que sería fatal para usted-. El teniente dio muestras de seguir pensando en su fuga y con eso provocó que recios enfermeros ,  lo cruzaran con un sincho por el pecho y otro justo abajo de las rodillas, otro buen cóctel de valium ayudó a la enfermera.

Juan Del Río Radilla, Teniente de Caballería y Paracaidista (con 65 saltos) se desempeñaba como Comandante de una Sección de Fusileros del 3er Batallón de Paracaidistas, la mañana anterior a su internamiento cumplía la misión de dirigir los 5 primeros “saltos” de aspirantes a “fusileros paracaidistas”. El primero de los saltos reglamentarios desde un avión a mil metros fue Perfecto, los 30 aspirantes cumplieron, del 2do al 4to saltó todo perfecto, aunque el fatum en los ambientes militares suele dar ciertos giros. En el 5to salto, el último de los “aspirantes” sufrió un incidente, el paracaídas había sufrido un desperfecto y eso provocó la mala extensión de toda la tela, acá el soldado solo tenía que abrir el paracaídas de reserva y deshacerse del “descompuesto”(Sic)

Desde la puerta del avión el Teniente inmediatamente supo que el último en saltar estaba presentando problemas, cinco segundos le fueron suficientes para decidir saltar e ir por él.

 

El salto a esa altura es muy rápido, tal vez cosa de minutos, y como el viento le permitió a Juan del Río llegar al estresado fusilero él, hablo del oficial, alcanzó a cortar con una navaja el enredado parachute y jalar “la reserva”, logrando eso, el aspirante salió expulsado hacia arriba jalado por el paracaídas de emergencia. El Teniente Del Río vio aliviado que el rescate tuvo éxito, un grito posterior a un suspiro y entonces él decidió abrir su paracaídas. Acá debo de decir que, el ejercicio del salto militar que supervisaba el Oficial se sirve de paracaídas que van sujetos a un tirante con un gancho atorado en un cable atado arriba de un extremo a otro del avión; y el paracaídas del oficial instructor no iba sujeto así, es decir, Del Río saltó libre.

Aunque el paracaídas de Juan Del Río Radilla abrió eso no lo quitó del duro golpe, “fue como si hubiera caído de 15 metros” y “supo caer pues con técnica logró evitar que las rodillas golpearan su cara, primero golpeó con los talones que iban juntos, entonces así libro la muerte”.

Aunque no salió ileso, las fracturas expuestas de “tibia’s y peroné’s” y la fractura, también expuesta de “radio” de su brazo izquierdo fueron las que llevaron a nuestro Teniente Del Río a la cama del Hospital Central Militar sito ese en Lomas de Sotelo del entonces Distrito Federal… ah, habrá que dejar saber que -el fusilero paracaidista por el que el Teniente se lanzó al vacío resultó ileso, e incluso le fueron impuestas, al igual que sus 29 compañeros, las alas que lo acreditan como “paracaidista militar”.

A tres días de su encame la conducta impaciente del paciente (Sic) del Río ya preocupaba a su médico, incluso se pensaba en llevar a un psiquiatra para hacer una Inter consulta.

Antes; donde estaba internado el joven Teniente?, y, como funcionaba ese Hospital Central Militar?

El Hospital es una de las obras monumentales del México de la posguerra, sólidos edificios color arena localizados en las lomas de Sotelo. Tres grandes bloques color amarillo “cuartel” de cemento y cristales unidos esos por grandes pasillos y, casi en medio de esos, una altísima chimenea. El orden y disciplina militar permite extensos pastizales y jardines con alegres fuentes rodeando ese conjunto; accesos perfectamente custodiados por Policías Militares, puertas giratorias en la planta baja y el primer piso  y el ir y venir de Médicos y enfermeras militares, Generales, jefes, oficiales y tropa además de familiares de quien ahí estaba internado hacen de ese edificio estilo Art Déco un espacio inconfundible.

Pues ahí estaba encamado el personaje central de nuestra historia.

Cuando estaba por cumplirse una semana de estar ahí encamado el ya calificado como héroe, los ánimos de ese no cambiaban, Juan Del Río seguía cazando oportunidades para quitarse de ahí, ni las plastas de yeso en sus extremidades ni la media docena de clavos cruzando su piel impedían que estuviera sosegado -ya déjenme ir, para que quieren un soldado no apto para el servicio?- se escuchaba decir al oficial paracaidista. Lo que estaba pasando es que el paracaidista militar estaba en la idea de que sus lesiones lo sacarían de su proyecto profesional -adiós ascensos- solía decir en voz alta – ya deberían dejarme ir a la vida civil – como respuesta las enfermeras lo consolaban pidiéndole paciencia, él no recibía con interés las voces de sus compañeras militares….-el lunes será llevado al pabellón de psiquiatría- dijo una de las enfermeras, lo dijo un miércoles.

-!JA!…- se escuchó ese inconfundible sonido onomatopéyico desde algún lugar muy cerca de donde Juan Del Rio estaba literalmente atado. Instintivamente todos los encamados en esa ala buscaron con oídos y miradas el punto de salida de ese añorado sonido; como para ayudar a su localización ese sonido se repitió no una varias veces -jajaja, !alcánzala sonzo-. Casi al mismo tiempo todos encontraron al hacedor de esas risas y de esa voz.

 

En una cama pegada a una gran ventana estaba un hombre, sentado hasta donde podía pegar la espalda a la pared; una almohada entre él y la pared y un manto de sol lo cubría de pies a cabeza -síguela amigo- decía quien desde esa cama y frente a esa iluminada ventana estaba hablando.

-que pasa? preguntó desde su horizontalidad el Teniente del Río —allá abajo en el jardín una pareja de enamorados pelean con amor- dijo quien ahora sabemos se llamaba Arturo Valdez,  teniente del servicio de Materiales de Guerra.

 

-es una pareja de enamorados aunque- agregó sonriendo sin dejar mirar hacia ese jardín- de seguir peleando seguramente ese amor morirá- una sonrisa hizo rechinar el hasta ahí, marchitado rostro de Del Río, -cuenta más- le pidieron al oficial que estaba frente a esa ventana- hay que decir que en ese pabellón todos estaban inmovilizados pues sus fracturas les impedían moverse. -ya tenían rato discutiendo, él es Oficial de Sanidad, ella es subteniente enfermera, él viste su elegante uniforme azul zeta, ella, de blanco aunque su pelerina negra la deja ver aún más elegante- Valdez sigue hablando.

-discuten, más bien, ella es la que grita y con el zarandeado ramo de flores casi le pega. Pobre oficial, estoy seguro que, de no estar uniformado se incario frente a la mujer… -un largo silencio del narrador- al unísono más de dos le gritan -!que pasa?

Con un color de voz apagado el teniente Valdez, ahora con el rostro más cerca del cristal dijo -Ella se puso abruptamente de pie, aún con el ramo de rosas … lo que queda de ese… entre los brazos se va rápido, el oficial la sigue, ella entonces le arroja todo el montón de esas flores de rojos pétalos y una suerte de nube colorada baña la cara del teniente … entonces- detiene su narración Arturo-… y otra vez el grito -!entonces que!?…- le reclaman, con la voz más acelerada aquel que desde la ventana les narra lo que está sucediendo allá en el jardín y en las bancas que rodean la fuente. -el desafortunado oficial vaya que quería ir tras la acelerada enfermera cuya pelerina se extendía por el aire, pero decidió quedarse a recoger las destrozadas flores y sus tallos pues temió que el acto de “tirar basura” dentro de la instalación militar le fuera a generar un “correctivo disciplinario” quien seguramente es su amada; a 20 metros de distancia ella se está deteniendo-. El Teniente Valdez hace otro espacio, más, sintió el peso de las miradas de sus compañeros y siguió hablando -ella, como vio que el oficial ya tenía todo lo que le había lanzado en sus manos hizo otro desplante y azotando la planta del pie volvió a salir lejos de aquel-.   Una fuerte exclamación del puñado de pacientes atados a sus camas sonó como un recio suspiró de hombres.

Desde su cama Juan Del Río Radilla bombardeó con preguntas a su par (ambos tenientes) -ella, es bonita? el oficial, se veía de fibra?- Arturo le respondió todo. -la enfermera es muy guapa, alta, distinguida, con esa suerte de capa negra se veía realmente espectacular; él … si está a la altura de ella, oficial de mucha fibra (Sic)- y así la conversación se tomó las horas.

Esa misma tarde el Teniente de Materiales de Guerra cuya cama estaba a un lado del único ventanal y que esa mañana narró ágilmente los avatares de una pareja de enamorados, les hizo saber a aquellos postrados en sus camas el evento de “la prendida del árbol (de navidad)” y la consabida posada -ah caray; el mismísimo señor Secretario será el que puche el botón, junto a él y de la mano su esposa, decenas de niños (porqué vaya que las familias de los militares son prolíficas) corren uno detrás del otro algunos llevando luces de bengala- acá algunos de los que escuchaban se rodaron en la cama hacia el lado donde no los vería nadie, el recuerdo de sus familias exprimía sus lagrimales.

Llegó el día siguiente, y como la guardia de enfermeras del pabellón de ortopedia había reportado el excelente ánimo del Teniente Paracaidista aquel asunto de la Inter consulta en psiquiatría se descartaba. -Ahi viene de nuevo- se escuchó decir al oficial junto a la ventana; el sonido de movimiento sobre las camas emergió, -que pasa?- preguntó Juan Del Río. Si, quien viene al jardín? preguntó otro desde el fondo del dormitorio.

 

-una vez más el teniente que ayer fue vapuleado por cupido viene caminando rumbo a la fuente, se deja ver muy decidido- y agrega -ah caray, justamente desde la dirección contraria viene la enfermera gruñona- al escuchar la voz del teniente Valdés en el pabellón se hizo el silencio, -a ver qué le avienta hoy- se escucha decir a Juan- risas y hasta carcajadas nacen y se van por los pasillos. -ahora él viene con su uniforme verde pixelado, botas de cristal negro – ah, eso no existe le reclama alguien a Arturo, -bueno- dice sonriendo sin dejar de mirar hacia la fuente y el pasto verde -quise decir que seguramente esta mañana le echó ganas en eso de lustrar su calzado- …más silencio.

Como si se tratara de una contienda deportiva el “personal” estaba atento al desenlace, -hasta que alguien desde el anonimato de ese espacio de cuerpos horizontales y enpijamados gritó -!que pasa carajo!- Héctor Valdés respondió – siguen caminando con premura una hacia el otro – y agrega -se ve que casi corren- ups, eso se intensa, -dice Del Río-.

-!se abrazaron!- grita desde la cama de la ventana el Teniente Valdés- Bien, excelente, se escucha decir a más de uno – !se besan!, grita Valdés; exclamaciones parecidas a las escuchadas cuando tú equipo anota un Gol -!BIEN por ese joven oficial! festejan todos.

Las narraciones que el oficial de Materiales de Guerra daba de lo sucedido abajo en los jardines y la fuente seguían siendo el alimento para los espíritus verdes que lo escuchaban -jajaja, el policía otra vez corre detrás de ese niño que se esmera en jugar en el pasto… !ya se cayó el pobre PM!- y varias historias más.

Pasado un mes de estar encamado el Médico que atendía las lesiones de Juan Del Río Radilla le decía, no sin cierto orgullo -excelente mi querido Juan, tus huesos están cumpliendo la misión, tu disciplina permitió retirar los clavos y no necesitas operación alguna- desde su cama el teniente MG, sin dejar de mirar hacia aquel parque le dijo, -bien por ti mi querido “chuta” ahora a ir por más barras y estrellas-.

Una mañana estuvieron en una visita breve el Comandante de la Brigada (de paracaidistas) iba acompañado por el fusilero al que Juan había salvado la vida, el General Delfino M Palmerín en un acto muy personal y discreto impuso una condecoración sobre el uniforme que, Del Río tenía colgada frente a él, otra vez desde su cama junto a la ventana Arturo Valdés envió su solidaridad; todo avanzaba.

Todo caminaba (…ups, todo iba bien) en el pabellón de ortopedia, las narrativas que el oficial de Materiales de Guerra ministraba a sus contlapaches del dolor mantenía una dinámica sanadora.

Fue un domingo; el tempo y ritmo era diferente, a Juan le hizo ruido el silencio (Sic), no escuchó como todas las mañanas la voz y la narrativa del Teniente Héctor Valdés, giró la cabeza buscando ver, como siempre al Teniente de MG recargado en la pared mediando entre el muro y su espalda una almohada y viendo hacia la fuente; inmediatamente el Teniente paracaidista le preguntó a la primera enfermera que cruzó por su espacio visual -sabe algo del paciente que ocupa la cama junto a la ventana-, la enfermera se detuvo, miró hacia aquella ventana, hizo el gesto de “recordar” y observó con nostalgia hacia la cama vacía dijo …murió.

Diez minutos después de aquella noticia dolorosa para los pacientes del Pabellón la jefa de enfermeras se apersonó con el Teniente Del Río Radilla y le dejó saber que -el Oficial de Materiales de Guerra, quien ocupaba aquella cama junto al ventanal y que todas las mañanas se bañaba con la luz del sol, y que, además los mantenía ilusionados con sus narrativas padecía de leucemia -acá el Teniente Paracaidista le mostró a la Mayor Enfermera el rostro de dolor de un oficial del Ejército Mexicano, ella lo tomó del hombro y le dijo -murió mientras dormía, su rostro era el de un hombre satisfecho con la vida-.

Descongestionado del dolor de haber perdido un amigo, más siempre pragmático el Teniente de Caballería Paracaidista corrió una solicitud, inmediatamente la Mayor, jefa de enfermeras de esa ala la respondió positivamente para Del Río; -solicito ser cambiado a la cama que ha quedado disponible luego del fallecimiento de mi amigo el Teniente de MG Arturo Valdés Ladrón de Guevara- le expresó el Teniente a la Mayor.

Con la ayuda de dos enfermeros y una enfermera fue cargado Arturo a la cama junto al ventanal, realmente emocionado Arturo ya “rajaba” por ver que era lo que pasaba cotidianamente allá abajo, en él perfectamente cuidado jardín, quien iba a la fuente?, cuáles otras ceremonias se presentarían en ese espacio?. Sin embargo Arturo sufrió más que una desilusión, el Teniente Del Río sin duda experimentó la mayor sorpresa de su vida.

-!Enfermera!… !ENFERMERA! que sucedió aquí? Donde está el jardín… la fuente… los niños…!los novios peleando y reconciliándose!?- y es que a poco más de un metro de la ventana, esa que buscó Del Río, se levantaba un muro… un enorme muro de ladrillo rojo que solo permitía el paso de los rayos del sol entre ese (muro) y el edificio del hospital.

Aún estupefacto Juan Del Río le pedía a la enfermera una explicación -señorita, donde está todo eso que el Teniente Arturo Valdés veía desde aquí y nos lo transmitía?- la enfermera dejó lo que hacía, se acercó al Teniente Del Río para decirle algo que lo dejó congelado. -señor, el Teniente Pedro Valdés estaba ciego, ese muro siempre a estado ahi …-

La historia terminó así, semanas y meses después todos los pacientes fueron “dados de alta” con excelentes diagnósticos, solo decir que el Condecorado Oficial de Caballería y paracaidista llegó a ser General de División.

 

Ultimo patrullaje.- en nuestro Ejército Mexicano es común ver matrimonios de oficiales y enfermeras militares (muchas veces Cadetes de esa escuela de enfermería) por convicción propia ella toma la decisión de “crear una familia y acompañar a su oficial por la fantástica carrera de las armas, este apunte es un recuerdo a ELLAS … (gracias Martha).

Balazo al aire.- es fin de año…han de perdonar.

Gregueria.- !Quiendescompusolabarraespaciadora!?

Oximoron.- lagrimas secas.

Haiku.- dedos entrelazados

                  y voces juntas,

                   así vivimos.