Si algo prevalece del discurso del exconsejero presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, del domingo pasado es la aceptación implícita de que en México no hubo transición a la democracia sino sólo alternancia de grupos partidistas y que el PAN presidencial y el PRI salinista vendieron el placebo de la transición porque mantuvieron la estructura autoritaria del Estado que fue ordeñada y capitalizada por el proyecto político del presidente López Obrador.
El modelo transicional de José Woldenberg de que en México “vivió una auténtica transición democrática entre 1977 y 1996-1997” permitió los que a su juicio era su percepción mínima de transición: la simple y vulgar alternancia partidista en la presidencia de la República, sin la reforma del sistema/régimen/Estado/Constitución. El gobierno del presidente Vicente Fox traicionó su promesa de cambio político y nunca entendió el concepto de transición del régimen autoritario priista a lo que debió haber sido un verdadero régimen democrático.
El modelo woldenberiano de transición a la democracia se agotó en la reorganización de los organismos electorales y la captura por parte de los intelectuales del bloque ideológico Salinas de Gortari-Nexos-Instituto de Estudios para la Transición a la Democracia de las oficinas públicas encargadas sólo de la vigilancia de elecciones limpias, pero convertidas en la caverna ideológica para definir lo que es una democracia y lo que no es. Por cierto, las instituciones electorales se convirtieron en un cacicazgo político de Woldenberg y hoy Córdova Vianello –asesor de Woldenberg en 1996– manipula al INE y al Tribunal Electoral a partir de las estructuras heredadas de un supuesto servicio civil de carrera que no fue más que una escuela de cuadros del ITED en el INE y el Tribunal Electoral.
Si se entiende bien la lógica del razonamiento de Córdova, el régimen de López Obrador es hijo directo de la democratización del período 1982-2018, pero el funcionamiento actual del régimen populista estaría demostrando que todas las reformas electorales desde el fraude de la Comisión Federal Electoral de 1988 hasta la transformación del IFE en INE en 2014 sólo incidieron en las prácticas electorales, sin modificar las verdaderas estructuras antidemocráticas de la República: la Constitución Frankenstein al servicio del presidente en turno de la República, el modelo presidente-partido que inventó el PRI y no pudo administrar el PAN de Fox y la mayoría legislativa que aprobó con la oposición las reformas populistas de López Obrador para darle rango constitucional a la política asistencialista que es la prueba de la inexistencia de una verdadera sociedad civil.
El discurso de Córdova reconoció la persistencia del régimen corporativo porque la modernización de las instituciones electorales no modificó las estructuras de dominación política. En los hechos, la estructura económico-productiva que determina la correlación de fuerzas sociales y políticas fue parte del proyecto de edificación del Estado de la contrarrevolución neoliberal salinista; es decir, que Salinas sentó las bases sobre las cuales funciona hoy el lopezobradorismo: el tránsito del neoliberalismo populista 1982-2018 al populismo neoliberal de López Obrador por un modelo de estabilización económica con gasto asistencialista reconstructor de lealtades sociales.
La defensa constitucional de la democracia que planteó Córdova como modelo político en su discurso del domingo pasado mantiene los vicios de origen: la hegemonía del Estado autoritario y liberal por encima de lo que debe ser la verdadera democracia como juego de los equilibrios planteados por la correlación productiva de clases. La dirección política neoliberal de De la Madrid a Peña Nieto fracasó porque promotores y defensores nunca pudieron construir un modelo económico basado en el verdadero liberalismo de la propiedad privada, acotado por una lucha de clases proletariado-burguesía que legitimara los nuevos equilibrios políticos.
A partir del criterio de que la candidata opositora Xóchitl Gálvez Ruiz carece de la más mínima capacidad intelectual para definir su proyecto ideológico, las tres marchas de la ola rosa definieron el nuevo bloque ideológico que quiere asumir el control del Estado a partir de las próximas elecciones: los empresarios de la Coparmex, las corrientes ultraderechistas de España-Vaticano-Casa Blanca, las clases medias que supone que el sistema productivo capitalista son la esencia misma de la democracia y el grupo intelectual salinista de Woldenberg a Córdova.
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