Arremeter contra una propuesta de reforma judicial siempre conlleva abrir muchos frentes. Es lo normal. Destacan dos –el embajador yanqui y las calificadoras– por su impertinencia y oportunismo falaces al servicio de terceros, cuyos intereses se piensan que se verán afectados, porque, aunque nadie habla de cambiar las leyes que han favorecido a una plutocracia y, especialmente, a ciertos destacados representantes de ella, sí es verdad que eliminaría juzgadores maniatados a sus intereses –como los han estado, de impresentables ministros a jueces de primera instancia, de ida y vuelta– y sí que hace comprensible su nerviosismo y su campaña negra para no quedarse de brazos cruzados. Intentan presionar por todas las vías posibles.
Destaca Salazar por su impertinencia, su injerencismo y su torpeza supina como agente diplomático. No es el primero y, desafortunadamente, no será el último embajador yanqui de tal talante y mendacidad. Tampoco sus torpes palabras charlatanas y equívocos procederes ramplones merecen leerse en clave “allá, hay elecciones”. La iniciativa de reforma judicial mexicana no nació y nada tiene que ver con aquello y éste actúa por sí o por consigna, no por cuestiones electorales. Dejémonos de esa manía de querer leer todo cuánto sucede en o desde Gringolandia o cuando tiene que ver con México, como si fuera y obedeciera todo a sus elecciones y si así fuera para ellos, muy su bronca, que la dinámica mexicana es otra y la bilateral, igual. Tienen sus propios ritmos, no necesitan del ruido electoral yanqui. No minimicemos ni reduzcamos las cosas de manera simplona. Aprendamos a leerlos, haciendo un mayor esfuerzo. Que sirvan de algo dos siglos de compleja vecindad.
Salazar es más timorato que acertivo, más deslenguado que cuidadoso o asertivo en sus procederes y pese a que, al igual que Calderón dejó meterse hasta la cocina al fallido Carlos Pascual, López Obrador ha tolerado excesivamente las impertinencias del actual embajador yanqui. El sujeto no entiende de matices, dulzuras ni de reglas mínimas de diplomacia ni de que su cargo está regulado por muchos tratados internacionales que sugieren prudencia y no su atrabancado actuar. No entiende la elocuente y valiosa tolerancia mexicana. Torpe en demasía, no solo se inmiscuye en temas internos, sino que dice estar dispuesto a dialogar el tema de la reforma judicial. ¡Faltaba más! México, en efecto, ni es república bananera al gusto de los yanquis como las han tenido y mangoneado a su antojo ni el funcionario Salazar es un procónsul a lo República de Cuba 1902-1959 ¿o sí? ¿esa es su encomienda o solo es tonto? Puede ya informar a Washington que fracasó. ¿Se la arroga él mismo? pues qué bambarria resultó, entonces. Es indefectible su intervencionismo, su calidad de metomentodo, ya se ve. Y es denunciable.
Habrase visto que México debiera dialogar sus decisiones con el embajador yanqui. Que no cofunda la razón de ser para estar en este país con tareas intervencionistas como las que ejecuta, que son reprobables y que deben denunciarse, exhibirse y deplorarse. Si algún mexicano por panista que sea, digamos, aplaude al representante yanqui en su confrontación con el presidente, se coloca en condición de ser igual y merecidamente reprobado, también. Que definan sus lealtades. ¿Salazar se gana su expulsión? Sí, la tendría bien ganada.
¿Qué hay que dialogar con el sujeto? El mismo caso qué hacerles a las calificadoras. Una de ellas baja el rango de tal o cual indicador, a raíz de la propuesta de reforma judicial, se apresuran a decir facetos y cariacontecidos medios mexicanos desacreditados en México. ¡Vaya por Dios! Calificadoras que han manipulado siempre cifras y escenarios doquiera que se entrometen a favor de intereses nada claros, toda la vida y en muchas otras latitudes tiro por viaje, al igual que en México. ¿Qué esperan que se les celebre?
Solo encandilaos ignorantes del proceder de tales calificadoras que no son la verdad revelada, se pueden tomar en serio sus palabras todo el tiempo. ¿Degradar a México, su gallina de los huevos de oro? ¡por favor! qué poca seriedad demuestran. Los agoreros del desastre que todo el sexenio morenista clamaron por un tipo de cambio por las nubes, dizque fuga de capitales si ganaba Morena y no ingreso de tales; y dibujaron crisis desbocada por gobernar Morena, se han llevado más de un palmo de narices y quedaron exhibidos. Y pinta para que nuevamente, se lo lleven. Ni entienden que no entienden ni rectifican la estrategia fallida de ir a tambor batiente intentando infundir miedo y rechazo generalizado a Morena. Y lo reiteramos, como en ocasiones anteriores lo ha sostenido esta columna: ni The Washington Post ni The New York Times son la verdad revelada y sí cargan con una tradición de manipuladores y solo encandilan a obnubilados. Así de sencillito.
Por cierto, al entrometido embajador yanqui cabe preguntarle ¿para cuándo van a despejar los andadores de Paseo de la Reforma? Eso sí qué es dialogable. En ningún lugar del mundo se permite que la embajada yanqui rebase las rejas de su inmueble, como desde los gobiernos priistas se lo han permitido a estos sujetos que ya casi llegan a la mitad de la avenida, porque no se han hartado de extenderse y extenderse fuera de su predio.