Finalmente, se ha calificado la elección del 2 de junio. Una acción siempre extraña esa de “calificar” que trata a los ciudadanos como menores de edad, una acción, esa de calificar, herencia priista detestable dónde las haya.
Esa acción de calificar, pone en duda los resultados. Se podrá dictaminar, calificar la elección, solo las urnas. En todo caso, el resultado de la acción colectiva votando fue extenderle un mandato a la nueva presidenta, como es lo conducente con su triunfo, y lleva a entregarle su constancia de mayoría de votos, lo que no es de calificar, es de admitir y reconocer, pues si no, si fuera “calificar” estaríamos dejando a la autoridad electoral que sea la que diga que ganó y no los electores, haya o no impugnaciones. Eso de calificar es poner en entredicho la voz de las urnas, muy independientemente de que se denuncien anomalías o delitos electorales en torno a, pues todo procedimiento judicial es eso, desemboca en sentencias que definen realidades y resultados a admitir o no, pero no van de calificar. ¿Qué así se dice porque la califican de válida o inválida? No, en dado caso sentenciarán que lo es o no, lo calificable pinta más a juicio de valor y no a objetividad que sí dan las urnas.
Las elecciones no son solo un deporte de apreciación o de entregarlas a percepciones calificables. El terminajo ese de “calificar”, chirria.
Y una vez que Sheinbaum cuenta con una constancia de haber ganado la elección presidencial, sobra el golpeteo de Xóchitl Gálvez y los opositores que persistan por una vía u otra, cuestionando el resultado y pretendiendo un reparto de sitiales congregacionales que no les corresponden. Persistir en derribar a una presidenta que no ha ofrecido revocación de mandato y cuestionar los malos resultados que ellos obtuvieron en las urnas para torcerlos, los coloca a los opositores en una postura antidemocrática deplorable. Lo normal.
Sheinbaum aún no da señales de su talante presidencial. Ese que no viene envasado, depende del carácter de cada quien y de su circunstancia histórica. No hay que hacer cábalas ni suponer inexpugnables realidades. Cada quien se mueve como dicta su conciencia. Y Cosío Villegas ya lo sentenció: el estilo personal de gobernar.
De momento, solo nos deja su parsimonia soporífera, su voz cansina. Y eso que algunos se quejaban de que el presidente López Obrador habla lento. Ojalá que le meta acelerador al hablar, que no bastan ideas elocuentes, sino que el dinamismo que reclama ese segundo piso de la Cuarta Transformación lo sugiere, lo necesita, lo urge y apremia.
Y por lo pronto, tres temas sobre la mesa: 1) el rol del marido, afortunadamente hecho a un lado, todo indica. No con esa fastidiosa simulación de “soy y no soy” con la que jugó Gutiérrez Müller a primera dama. Qué bueno que la presidenta sea la que figura y no todos los que no pidieron serlo. Es de justicia para todos. 2) ¿Dónde vivirá la presidenta electa? La respuesta es que ya ha dicho que lo consultará con su marido si residirá en el Palacio Nacional. Sépase: no es obligatorio vivir ahí y el Estado mexicano carece de un edificio diferente y alternativo al Palacio Nacional que pueda ofrecer a la mandataria. Viena posee unos 5 palacetes a gusto del extinto emperador austriaco. Ciudad de México, no. Y como ganó Morena holgadamente, Los Pinos quedarán cancelados como opción. Se consolida el afortunado centro cultural en que lo convirtieron. Hipotecada su opción, no es obligatoria, pero no hay de dónde más elegir.
Eso sí, en todo caso, como se ha dicho: si ella o un presidente futuro opta por quedarse en su casa, menudo jaleo para los vecinos. La dinámica de la presidencia de México dificulta una convivencia armónica con el vecindario. Y hay que apresurar la decisión.
Y por último, 3) la extraña opaca, desconocida oficina de la Presidencia. No parece que avanzaremos mucho en transparentarla, ya que aún falta si no delinear funciones, ya que se repiten los cargos, sí falta exponerlas justificándolas a la ciudadanía. Mucho nombramiento, mucho general y, en apariencia, pocos soldados, por decirlo de manera muy coloquial. Que si el exministro Zaldívar, que si la Clouthier sí consigue colarse, que si un coordinador de política y gobierno, pero, claro, hay un secretario particular, como debe, y otro de asuntos intergubernamentales y participación política y un secretario técnico, que no falte y como Dios manda, en condiciones, pues. Quizá no son tantos, pero convendría identificar funciones. Y costos. Suman una jefatura de la oficina de la presidencia con ¡otra vez! un Cárdenas. ¡Ya chole! Si es deleznable las dinastías priistas –como los Del Mazo, no soltando hueso– las morenistas no se quedan atrás. Abuelo, hijo, nieto…ya suelten el hueso. Eso sí, la Sheinbaum va blindada. Perfecto. Y la consejería jurídica está para ir bien apertrechada, que lo va a necesitar.
Una vez declarada presidenta electa la Sheinbaum, con tal acontecimiento ha cesado políticamente el sexenio de López Obrador. Más que al elegirse a la candidata, más que al ganar ella las elecciones. Ahora sí, ya hay la certeza legal de que será la siguiente presidenta de México. Lo normal es que el poder se vaya desplazando hacia ella de manera natural, paulatina, total y sin ambages. Que terminó el sexenio lopezobradorista no lo dice la ley, sino que lo confirma el proceso político per se. Ya se va López Obrador. Lo normal es mirar hacia adelante, lo normal es identificar hacia dónde y López Obrador ya es pasado. Ahora es cuando se comenzará a ver si está preparado para se expresidente y si la Sheinbaum realmente irá tomando posesión del cargo y el otro estará dispuesto a soltárselo. Por fortuna, no dependerá ello del humor de sus simpatizantes y tampoco de sus adversarios y cuestionadores. Es un proceso que debe de ser natural. Si nadie mete mano negra y el sistema político mexicano no está para caprichos.
No es cosa menor que cesen las giras, juntos –no elucubramos en esta columna haciendo supuestos del porqué ni si no es coincidencia por obtener aquella esa constancia de mayoría– solo que la presidenta es quien es y desde ya la heredera de aciertos y errores y pendientes que deje el mandatario López Obrador, quien entra en el camino sin retorno –más nos vale– de irse ya despidiendo del cargo, en serio. Poco más le resta por hacer. Como dice el meme: Pregunta: ¿qué espera usted de este gobierno? Respuesta: que ya termine.