Diego Medrano
Ven la luz todas las cartas azules entre Miguel Delibes y Francisco Umbral: La amistad de dos gigantes. Correspondencia: 1960-2007 (Destino). ¿Quién, como Umbral, llegó a los 130 libros publicados y 135.000 artículos impresos? Un completo obrero de la pluma, estajanovista de la escritura, sí, que en las épocas de mayores sudores escribía tres artículos diarios y cuatro libros al año. Un día se lo dijo por televisión a Armas Marcelo sin temblarle el pulso: “Yo todo lo que hago es lo mismo: el artículo sería el retal o servilleta, la novela el mantel entero”. Ambos en las antípodas literarias –como señala Santos Sanz Villanueva en el prólogo de esta edición- cultivaron una amistad eterna hasta la muerte de Umbral en 2007. No viene en estas cartas pero también Umbral se lo dijo a Delibes alguna vez: “No me gustan tus novelas porque nunca he sabido si las vacas tienen los cuernos delante de las orejas o detrás”.
Luis María Anson sostiene cómo el mejor castellano posible, el mejor español moderno, el gran Premio Nobel frustrado de nuestras letras fue Delibes. A mí su mundo de paletos, tan limitado, ese ruralismo/naturalismo del que no se movió, poco me dice. Prefiero a un Nobel que si lo tuvo, Cela, sobre todo en sus veneros surrealistas, donde escribe libros sin argumento (Cristo versus Arizona, Mazurca para dos muertos, San Camilo 1936) que se leen de un tirón solo por el turbión del lenguaje. Delibes fue el ángel custodio de Umbral en Madrid, abundan las cartas donde se preocupa por su salud, donde le paga la colaboración aunque no la pueda hacer por diversos ingresos hospitalarios debido a vértigos auditivos que le rinden en la cama, donde siempre hay un intento de que Umbral vea la luz, se deje de cientos y miles de editoriales imposibles (Dopesa, Luis de Caralt, Biblioteca Nueva, Andorra, Alfaguara, Plaza Janés, Editora Nacional, Sedmay, Reno, Kairós…) y busque un editor fijo con pagos estables. Umbral lo explica a doble espacio, Olivetti mediante: “Me decías una vez que busque un editor fijo. Pues claro. Es como la puta cuando el señor la retira. Pero hay que encontrar al señor. Lara tiene mi Giocondo”. Trabajar y no pensar.
Umbral fue eso: capacidad de trabajo y lo que el trabajo –libros, artículos- iban dando. Delibes intenta domar a la bestia rosa y sagrada: “Me abruma tu capacidad de trabajo y por eso pienso seriamente en la necesidad de que te vincules a uno o dos editores (venderás más, unos libros tirarán de otros…) por tu propio bien. Debes, pues, hablar con el que más te interese y hacérselo ver. Luego no queda más que negar tus favores a los que vengan a solicitártelos, de no ser que te ofrezcan unas condiciones excepcionalmente buenas (al decirte que te quedes con uno o dos editores no quiero decir, entiéndeme, que te ates a ellos de por vida ni firmando un papel. Hablo de una fidelidad basada en palabras y en recíprocas lealtades)”. Pronto –a partir de la página 260- el bosque se despeja, dos editores son los que tienen la pasta larga, Lara (Planeta) y Vergés (Destino). Umbral quiere antes el prestigio de Destino, aunque paga peor, que el monto de Planeta. Delibes/Umbral conspiran como trileros, jugando al sí y no, para que ambos suban sus ofertas, y puedan libremente aceptar la cesta de billetes más llena.
Delibes precisa un nombre en Madrid y es Umbral: le busca gente para su Aula de Cultura de El Norte de Castilla, conferenciantes que viajan a Valladolid y van dando pátina y prestigio al periódico. Umbral le adapta para televisión sus novelas (La hoja roja) y ambos parten a la mitad las ganancias. El Umbral huérfano se lo dice a calzón quitado a Delibes: “Algunos padres me han salido golfos –y no sólo el padre de la carne-; algunos hermanos espirituales me han salido tontos”. El trato hacia el maestro vallisoletano es de “hermano mayor”. Seis décadas de amistad, toda por correo. Valladolid le pide un pregón a Umbral, le quiere pagar con una bandeja de plata y el escritor acuerda, finalmente, diez mil pesetas de cobro tras poner en conocimiento de Delibes la pretendida paletada. A Delibes lo cotiza El País, nunca le tentó la Corte, su vida es pacífica y en calma en la ciudad pequeña, Umbral le aconseja persistir en el retiro, porque un Delibes madrileño sería matarlo. “Ni de novio tuve una correspondencia tan activa”, dice Delibes en 1969.
Una escritura contra el tiempo –en fórmula umbraliana- y una amistad para siempre donde el trabajo diario ocupa todas las misivas. Le llega la RAE a Delibes y, andando el tiempo, conspira a ver si puede entrar Umbral, con el guiño y complicidad de Cela, aunque el fiasco fue completo. Umbral admira la literatura de denuncia de su amigo (Las ratas) y le impulsa, sin herirle, a despegar de ese mundo, aunque venera su desparpajo popular (el cervantino “escribir como se habla”) junto a su condición de “clásico vivo”. Esgrima teórica, matizaciones y discrepancias, jamás desencuentros, agudeza y matizaciones a la hora de juzgar siempre la obra del otro. “Escribes como meas”, Delibes admira la facilidad de Umbral frente al folio. Muchas novelas umbralianas las juzga Delibes débiles, que no son novelas, personajes de cartón o endebles, y en el cenit de su trato llega a querer Umbral hacer solo ensayo, pensamiento por exclusiva, donde se siente mejor, cansando de la ficción, ya maduro, pleno y feliz.
Aparece un divertido desencuentro, que podía haber cortado todos los cipreses entre los genios, con Raúl del Pozo. A Del Pozo no le gusta Delibes, entrevista a Umbral para La Estafeta Literaria y le pide que se moje, lo escrito de Delibes a examen, no vale la amistad. Del Pozo juzga a Delibes “falto de garra”, incluso Umbral por esa época reivindica un tipo de escritor moderno, Henry Miller o Jack Kerouac, sin tema y cosmopolita. Del Pozo y Umbral acuerdan un titular que atraería el incendio: “Delibes es un novelista mediatizado por las circunstancias”. Umbral escribe a Delibes en agosto del 67: “ (…) interpretan que mi juicio es de una ingratitud para contigo, que eres el escritor más independiente de España. Es decir, parecen entender que al decir “mediatizado por las circunstancias” yo he querido decir “comprometido con las circunstancias” (con la situación, con el Régimen, no sé), lo cual es sencillamente hilarante para cualquiera que esté al tanto de la vida política y literaria del país”. Sigue los días sucesivos “(…) El reportero juega a niño terrible para abrirse camino, no se mostraba muy partidario de ti y, como yo te defendía, me decía que eso era cosa de amigos y que no tenía ningún valor. Efectivamente, cualquier elogio rápido y no matizado por mi parte sonaría a “Viva Cartagena” y quedaría tan infeliz como inelegante”. Ardiente pasión desmedida, en el fuego impreso, donde el talento unió a dos cómplices para quienes la escritura era, sobre todo, una forma de vida.