Para un político no hay nada peor que una derrota. Sin embargo, hay políticos que se empecinan en llegar al poder a cualquier precio. Aún por encima de su dignidad. Es el caso de Lorena Cuéllar, la candidata de Morena que busca imponerse en Tlaxcala mediante sucias maniobras. Como ahora que inventa encuetas y que compra encuestas al tamaño de su medida. Como sospechosa encuesta de El Universal y otras más. Es parte de la guerra sucia y una prueba del derroche de recursos como parte de la campaña del engaño.
Cuéllar ya en un par de ocasiones ha sufrido sus respectivos reveses. Con el PRI no pudo contender y perdió la oportunidad. No contaba con el respaldo suficiente ni poseía la experiencia. Sólo contaba con la ambición. La segunda ocasión que lo intentó fue derrotada en las urnas. Lo hizo bajo la sombra del PRD. Desagradecida se fue del partido por la puerta de atrás, sin pena ni gloria.
Ahora contiende por Morena y va rumbo al fracaso. Un golpe más para su ego. Todo apunta a una clara derrota.
Dice el refrán: lo que se ve, no se juzga. Cierto.
Cualquier persona, incluídos los más enfermos del obradorismo, saben que Tlaxcala es territorio perdido.
Anabell Ávalos ha desplegado una campaña de mucho contacto con la gente. Hay una identificación. Es natural el enganche entre la candidata de Unidos por Tlaxcala que muchos militantes de Morena han pasado a formar parte de las filas de esta coalición.
El discurso de Anabell es propositivo y contundente. Le llama a las cosas por su nombre.
Ha sabido contenerse. Es común que los candidatos pierdan piso y ofrezcan las perlas de la vida.
En un estado pobre como Tlaxcala la gente necesita fuentes de empleos y la creación de servicios básicos. No se puede ir por la vida engañando y manipulando a la gente, cómo viene haciendo en su desesperación la señora Lorena Cuéllar quien vive fuera de la realidad, como en un cuento donde todo es fantasía.
Esta señora que le tiene miedo a la vida. Que se llena la cara de costosas cirugías, está acostumbrada a mentir.
No sé puede ir por la vida mintiendo, engañando y manipulando.
De acuerdo a los lineamientos de las campañas todos los candidatos deben cumplir ciertos requisitos de transparencia. Es lo menos que deberían hacer. Pero la señora Cuéllar acostumbrada a torcer las leyes y a mentir, se niega a presentar su declaración patrimonial y los comprobantes del pago de sus impuestos.
Todos saben la mala fama de esta persona que fue capaz de apropiarse la candidatura de su partido por encima de los cadáveres de sus compañeras de partido. La misma fórmula aplicó con las postulaciones de los candidatos a presidentes municipales y diputados locales y federales.
Cadáveres más cadáveres menos, Lorena Cuéllar dispuso a su antojo las candidaturas y lucró con ellas. Hoy mantiene a Morena dividido y sin los liderazgos naturales que tiene cualquier organización política.
Ella antepuso sus intereses como lo hizo con una tragedia familiar. Se agandalló la herencia mal habida y se lavó las manos. Nada más ruin y perverso.
Con esa mentalidad carroñera, la señora Cuéllar cada que se publica una encuesta –por supuesto pagada con el dinero de los impuestos de los tlaxcaltecas– hace una fiesta. Es patético ver cómo cacarea las mentiras. Cada vez que un adulador la llena de elogios, ella saca su espejo como la bruja del cuento.
Desde luego que existe una enorme diferencia entre la señora de las cirugías y la candidata de la Coalición Unidos por Tlaxcala.
La señoy Cuéllar es adicta a los juegos de azar y al ocultismo. Se hace asesorar por brujos y Babalaos –muchos delincuentes recurren a esas prácticas– para sentirse segura.
En el mundo del juego, suele apostar cantidades importantes de dinero y cada vez que pierde se trauma. No es poca cosa lo que apuesta, sabemos que lo hace con dinero ajeno. Muchos millones del presupuesto de los programas federales de bienestar fueron a parar a las bolsas de los casinos.
La ludopatía de la señora Cuéllar es una enfermedad seria. Debe aceptar que la administración pública y la gobernanza no son un botín. Es disponer de un compromiso y vocación de servicio.
Cuéllar se la pasa posando para la foto, una campaña sin pues ni cabeza, con pésimos asesores y estrategas y muchos aduladores.
El contraste, según han podido constatar sus paisanos, es la campaña de Anabell Ávalos. Un discurso sencillo, directo y sin aspavientos. La campaña de Anabell se rige por una narrativa. Es un discurso coherente que conecta con la gente.
A pesar de ser una campaña con muchas limitaciones económicas, la coalición Unidos por Tlaxcala ha sabido desplegar y proyectar una imagen y un discurso atractivo, como se solía hacer en otros tiempos, cuando la plaza pública permitía un acercamiento y un mejor contacto entre los candidatos y los ciudadanos.
La videopolítica hoy domina el escenario electoral pero cuando ocurre el más mínimo error, éste se multiplica y se convierte en una pesada loza para un candidato.
Anabell optó por la cercanía con la gente y está despertando fuertes y serías expectativas. Ocupa las preferencias ven las encuestas pero sabe que debe ser cautelosa y apretar el paso y amarrar mejores y mayores acuerdos para consolidar su eminente triunfo.
Cada lugar que visita para hablar con la gente, se termina por convertir en una verbena. Ella lo sabe, pero mantiene los firmes.
Anabell está en plena madurez política y disfruta cada momento. Se ha rodeado de un equipo eficiente y sus aliados le brindan apoyo. La alianza partidista ha dado, hasta ahora, buenos resultados. Insisto, Tlaxcala es un laboratorio político que puede servir en el futuro inmediato como un modelo de trabajo para armar una estructura de carácter nacional.
Unidos por Tlaxcala es una alianza ciudadana que rompe con el anquilosado corporativismo. Pero sin duda, lo más importante es contar con un buen candidato. El perfil de Anabell reúne esas características.
No se trata de aparentar, sino de ser auténticos. Quizás Lorena Cuéllar, la candidata del engaño no lo sepa, no se trata de ver quién se ha hecho más cirugías, pues al final los refranes populares son sabios: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.