Por razones de liderazgo, tiempos distorsionados y agenda no integrada, la 4ª-T entró en una zona de crisis que pudiera definirse como el vacío: no puede avanzar más porque le falta profundidad programática, pero no puede regresarse porque quemó algunas de sus naves salvavidas.
La destrucción del viejo sistema/régimen sin haber definido y adelantado la construcción de un nuevo sistema/régimen ha dejado al lopezobradorismo a la deriva de un océano picado por las tormentas y rodeado de tiburones. Y aunque ahora mismo, en el contexto de la elección de la próxima legislatura federal, existe la gran oportunidad para reconstruir el proyecto, el presidente López Obrador como líder de esta transición pasa más tiempo resistiendo los embates de algunos de sus aliados, las quejas de los que no encontraron espacios de poder y del escenario económico sin control ni rumbo, que pactando su proyecto.
El planteamiento teórico de la transición del viejo al nuevo sistema/régimen lo hizo Gramsci desde la cárcel, pero de los ejemplos más históricos hay que destacar el de Gorbachov y la transición soviética 1985-1989 de la dictadura comunista a la democracia de mercado, un salto ideológico que fue al vacío. En sus lecciones aprendidas, Gorbachov señaló que el peor error radica en destruir el viejo sistema/régimen sin antes haber consolidado el nuevo.
La 4ª-T no está pasando la prueba de fuego de la realidad. Peor aún, en casos como las leyes eléctrica y de hidrocarburos no siquiera destruye el viejo régimen antes de imponer el nuevo, sino que aprueba el nuevo régimen de Estado por encima de las reglamentaciones del anterior.
El problema de toda transición radica en las opciones: pactada o revolucionaria. La española fue producto de un pacto entre todas las fuerzas políticas, económicas y sociales para construir un nuevo régimen después de Franco y el eje fue la propuesta de los Pactos de la Moncloa para reorganizar y reconstruir los tres sistemas vitales: el político, el económico y el de seguridad. En cinco años España se convirtió en el país más desarrollado de Europa, hasta que llegaron los socialistas-populistas de Pedro Sánchez y su aliado socialista-comunista Pablo Iglesias y reventaron el régimen de 1978.
La transición lopezobradorista no fue pactada, sino rupturista; es decir, impuesta por el peso de las masas, aunque sin violencia ni balazos. Pero se ha encontrado con que las bases estructurales del viejo régimen neoliberal salinista fueron totalizadoras y el impulso electoral lopezobradorista se ha centrado en decisiones aisladas impuestas por la mayoría absoluta-calificada en la Cámara de Diputados y como primera mayoría y a veces mayoría absoluta en el Senado.
Los Pactos de la Moncloa fueron un plan general de transformación política, productiva y de consenso. La 4ªT es un catálogo de decisiones aisladas que se basan en el principio ideológico de atender con prioridad a las masas abandonadas no productivas, pero sin un acuerdo con las instancias productivas. La fuerza institucional de la presidencia y el poder de seguridad del Estado han permitido avanzar en algunas decisiones, pero con una eficacia menor porque ha preferido confrontar y no acordar con los sectores empresariales.
En este sentido, el viejo régimen neoliberal se ha refugiado en la estructura jurídica vigente, con reformas legales a posteriori por parte del lopezobradorismo y desde ahí está cuando menos inmovilizando las reformas. Y el nuevo régimen posneoliberal carece de instrumentos para consolidar sus propuestas. Hablar de un acuerdo productivo para facilitar las reformas es imposible cuando la autoridad del Estado ha inmovilizado a los empresarios y ha arrinconado a los liberales ideológicos. Pero sin ese acuerdo, la 4ª-T se enfrenta, ahora sí, a la necesidad de una revolución en forma para destruir al viejo régimen de golpe y no permitir su sobrevivencia política.
Y ahí se localiza otro problema de fondo: toda revolución –destructiva o sin violencia– necesita de una base social de movilizaciones y de una corriente productiva. Ahí Marx no se equivocó: la clase obrera como contraparte de la clase empresarial incide en el equilibrio productivo; pero la 4ª-T no se ha preocupado por reconstruir el sindicalismo o crear una nueva movilización proletaria. Porfirio Muñoz Ledo, antes cancerbero de la 4ª-T cuando obtenía beneficios y hoy su enemigo porque le niegan cargos, fue el ideólogo del eje rector político de masas del echeverrismo como populismo de Estado: el pacto histórico entre el Estado y los trabajadores. Hoy no hay Estado sino presidente y tampoco existen sindicatos sino trabajadores sin organización.
La viabilidad sexenal y transexenal de la 4ª-T dependerá de la construcción de un modelo de transición real que evite la crisis entre un viejo sistema/régimen que no ha muerto y un nuevo sistema/régimen que no ha nacido. Los vacíos políticos suelen derivar en consolidaciones conservadoras.
@carlosramirezh
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