El presidente ha diseñado un personaje público que, hasta este momento, es imbatible. Parte sustancial de su éxito es el manejo del lenguaje, donde cada elemento retórico refuerza a los otros. Arraigado en la retórica populista, su uso del habla es percibido como auténtico ante sus seguidores, ante el habla impenetrable de los especialistas, la jerga trillada de los políticos y la condescendencia de los empresarios.
Si aceptamos que buena parte de la lucha será por la reconstrucción del lenguaje público, nadie en el sector privado ha entendido que se trata de encontrar puentes de comunicación comunes con los demás. Al contrario, van de segmentar más el habla a tratar de expresarse de maneras que los hacen ver inauténticos. Veamos los dos strike de este sexenio.
Strike uno: hace unos meses, circuló por redes sociales y cadenas de Whatsapp un texto, firmado por Fernando Vázquez Rigada, titulado Cómo vamos a derrotar a AMLO. El fundamento de su argumentación es cierto: el lenguaje crea marcos mentales, a través de los cuales definimos nuestra situación. De esa forma, señala que necesitamos cambiar la forma que nos expresamos, así como la urgencia de dejar de usar las expresiones del presidente.
Definitivamente, gran parte del control de López Obrador está en su eficaz uso del lenguaje y los símbolos. Sin embargo, identificar el problema no es sinónimo de tener una solución eficaz. El autor piensa que los actos de oposición como tales, cambiarán la retórica del presidente. También considera que bastaría con evitar sus expresiones para desarticular su eficacia. Sobre todo, piensa que, usando un lenguaje contrario, aunque desacreditado por los simpatizantes de gobierno, bastará restaurar el estatus quo previo a 2018. ¿Cuáles son los puntos débiles del texto mencionado?
Primero: aunque reconoce que hay gente que hace actos que llama de oposición, ignora que muchos de éstos son parte de los contrapesos normales de una democracia, como el papel de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Banco de México: no son actos de autonomía personal, sino órganos democráticos que todavía funcionan.
En este mismo sentido, el autor también pasa por alto que muchos de tales actos opositores que alude son simbólicos o ineficaces, como lo que suelen hacer los partidos ajenos a la coalición del gobierno desde el Congreso. Así, al contemplar algo a lo que atribuye valor desde el lenguaje de un grupo, pasa por alto la necesidad de una estructura y estrategia sólida para la acción, a partir de reconocer las brechas de lenguaje que se han creado desde el poder: se toma a la oposición casi como un fetiche, donde basta decir “lo correcto” para que todo vuelva a funcionar como antes de 2018. Es como si confundiésemos literatura New Age con teoría política.
Segundo: si López Obrador se beneficia de un entorno polarizado, de poco sirve evitar usar sus expresiones si todas las acciones de un grupo se orientan a oponérsele, abonando a una mayor polarización. Por más que se quiera hablar distinto, se sigue jugando en la cancha del ejecutivo. De esa forma, y siguiendo la analogía del New Age, marchar en autos y mover la víscera en redes sociales es el equivalente de ir a cargarse de energía en una pirámide cada 21 de marzo para la acción política.
Tercero: el lenguaje nuevo que propone el autor, no es más que la colección de palabras y expresiones que usa una minoría que fracasó en 2018. Frases como “quienes creemos en el valore del estudio, del valor y del trabajo, del esfuerzo; quienes emprendemos y no esperamos que nadie nos regle nada” o “somos los mismos que creemos en la propiedad privada y no permitiremos que unos fanáticos nos expropien nuestras casas, nuestras escuelas, nuestros ahorros, y mucho menos nuestra dignidad e historia”, delimitan de manera excluyente al grupo que se opone y los pone en una minoría en sí.
En consecuencia, la empatía que dice mostrar el autor no es más que condescendencia ante, digamos, un profesionista millennial que no ha podido tener ahorros, aun cuando está más preparado; o alguien que siempre ha estado fuera de toda oportunidad. Es un discurso muy conservador, que pretende imponer una visión en vez de presentarse como alternativa, y por ello fácilmente desacreditable: no sirve si se desea tejer una alternativa.
Si el reto es repoblar el centro ante la polarización, usando el lenguaje para construir una nueva identidad para todos los mexicanos, el programa de acción que se promueve en el texto atribuido a Vázquez Rigada es estéril: mientras el presidente goce de popularidad, lo único que van a hacer es afianzarlo. Cuando falle la popularidad de López Obrador, este discurso reactivo sólo afianzará el terreno para un gobernante que, desde el otro lado del espectro ideológico haga lo mismo que el actual: un Bolsonaro mexicano.
Strike dos: el pasado lunes, el diario Reforma publicó un artículo titulado “¡Vas, carnal!” escrito por un Eduardo Caccia, presuntamente conocido en los bajos fondos como “El Cachas”. El objetivo declarado: decirles a los trabajadores por lo que deberían votar, en una jerga extraña que se hace pasar por la forma que se expresan.
Dejemos a un lado la condescendencia del texto, y lo mal que lucen pensando que sus trabajadores son subnormales. Imitar un lenguaje popular los hace ver tan falsos como Ricardo Anaya en su road trip, con el agravante que nadie en el Sector Privado está buscando exposición rumbo a un cargo electoral. Además, se refuerzan los estereotipos que utiliza el gobierno para legitimarse antes su público, donde los patrones son agentes de la mafia del poder. Como en 2018, cuando se intentó una estrategia similar, espero no se extrañen cuando sus empleados refrenden el voto a Morena.
¿Qué hacer? No se trata de hablar como “el pueblo”, ni de contraponer los usos del del presidente con expresiones correctas: eso acabará dinamitando nuestro lenguaje. Es imposible reposicionar un discurso empresarial, sin hacer autocrítica previa y entender el enojo que moviliza López Obrador. Se trata de volver a tejer puentes de comunicación, pero para ello se requiere recuperar la confianza: si se desea avanzar, todos tendremos que ceder algo.
@FernandoDworak
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