Más sobre la inteligencia artificial

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José María Méndez

El pasado día de San Jorge, 23 abril 2021, algunas librerías en Madrid y Barcelona pusieron a disposición de los clientes un sistema de inteligencia artificial (IA), llamado Instantomatic, capaz de construir microrrelatos, escritos o hablados.

Como siempre que sale este tema, surge la duda de si un robot podrá ser en el futuro tan inteligente, o más, que el ser humano. Sobre este tema publiqué ya el artículo Patrañas sobre la inteligencia artificial (07/05/20).

En aquel trabajo puse el acento en que un ordenador, por potente que sea, será siempre una máquina. Nunca llegará a ser un viviente con iniciativa propia. Se podrá desmontar la máquina en sus elementos y luego recomponerla. Y la máquina volverá a funcionar. Pero eso no ocurrirá nunca con un ser vivo. Si lo despiezamos, muere para siempre.

Ser vivo es condición sine qua non para ser inteligente. O al menos eso es lo que ocurre en nuestro mundo. Una máquina carece de iniciativa propia, al contrario que un viviente. Cualquier ordenador, por potente que sea, siempre tendrá una tecla para encender-apagar. No se enciende por sí mismo. Se le puede programar para que se encienda automáticamente en ciertas circunstancias. Pero hay que especificarle cuáles son éstas. Nunca empezará a trabajar por propia iniciativa. Desde fuera del ordenador alguien ha de apretar la tecla encender-apagar. La iniciativa estará siempre en el usuario, y en último término en el programador-constructor.

En cambio, un ver vivo posee ese misterioso élan vital, que se enciende una sola vez con el nacimiento y sólo se apaga con la muerte. Mientras estamos vivos, la tecla en cuestión está siempre encendida, incluso cuando dormimos.

El salto desde la materia inerte a la vida ocurrió excepcionalmente en la Tierra entre los millones de planetas que orbitan alrededor de millones de estrellas. Se calcula que ese hecho ocurrió a pesar de tener una probabilidad en contra de 1040.000. (Cfr. “Origenes”, Robert Saphiro, Salvat 1994, Pag. 119). La idiocia humana brilla al máximo cuando ponemos en órbita naves espaciales en busca de extra-terrestres, con una probabilidad en contra de 1080.000 . Y lo hacemos justo cuando la probabilidad a favor de encontrar hambrientos en este mundo es de 100. Y no digamos cuando nos quieren vender la promesa de que fabricaremos en nuestros laboratorios, no ya un ser vivo, sino hasta inteligente.

Con todo, hagamos una concesión extraordinaria. Concedamos que hemos construido un ordenador dotado de vida, con la tecla encender-apagar siempre encendida. Esta concesión extraordinaria la hacemos justo para enfatizar que queda pendiente el salto que viene a continuación, y que es aún más extraordinario. Hemos de justificar el paso siguiente desde un ser vivo hasta el ser inteligente, desde un animal incapaz del lenguaje hasta la persona capaz del pensamiento y dotada de libertad positiva. En aquel artículo anterior el segundo salto estaba ya aludido al comparar una IA-máquina con una persona.

Intentemos ahora poner de relieve la diferencia entre vida y persona. En el software del Big Bang estaba ya programada toda la información necesaria para que, al cabo de millones de años, y precisamente en el planeta Tierra, coincidieran las 40.000 condiciones sine qua non para que surgiese la vida. Y concedamos que la misma imponente hazaña está también a nuestro alcance. Lo que interesa ahora es captar la envergadura que entraña el segundo salto desde la vida animal hasta el espíritu pensante y volente.

La formalización de la lógica por Frege y Peano nos facilita lo suficiente para abordar con rigor este tema. Ser persona es poseer el primero de los operadores lógicos, el afirmador-negador. Como ya insinuado, ser persona implica a la vez dos cosas: la libertad positiva y la percepción del valor de la verdad. Una frase compuesta materialmente de sujeto y predicado (SP) es formalmente afirmada (+SP), o por el contrario negada (-SP). Supongamos que una de las dos frases es verdadera y la otra falsa, pues podrían ser las dos falsas. La libertad positiva aparece entonces como la capacidad de optar por una o por otra, decir la verdad o mentir. Estamos ante lo más elemental en lógica.

En consecuencia, está prohibido en lógica poner en igualdad de condiciones las dos frases la nieve es blanca y la nieve es negra. No somos igualmente libres ante la verdad y la falsedad. Si eso fuera cierto, el pensamiento y el lenguaje se harían imposibles. Por tanto, el valor de la Verdad condiciona de modo obligatorio nuestra libertad positiva desde el inicio mismo del pensar y del hablar. Somos culpables si optamos por la falsedad la nieve es negra. Es nuestro primer deber ético aceptar que la frase la nieve es blanca es la verdadera.

Digamos lo mismo de otra manera. Es obvio que un perrito casero tiene sentimientos y afectos. Ladra triste, si su amo le deja solo en casa. Y ladra alegre cuando regresa. Cualquiera que oiga los ladridos se da cuenta de lo que ocurre, aunque no vea la escena. Alegría y tristeza son emociones que algunos animales superiores comparten con el hombre.

Lo que no puede hacer el perrito casero es ladrar al revés. Ladrar triste cuando vuelve su amo, y alegre cuando le deja solo en casa. No posee el primero de los operadores lógicos, el afirmador-negador. No puede engañar al que oye los ladridos. Tiene sentimientos, pero no tiene lenguaje. Y por lo mismo ni piensa, ni es libre en sentido positivo, ni es capaz de percibir la verdad o la falsedad.

Así pues, una vez hecha la extraordinaria concesión antes mencionada, la asignatura pendiente sería conseguir que el perrito casero ladre al revés. Mientras no alcancemos eso, no habremos logrado que la inteligencia artificial haya llegado al nivel de lo humano. Si un animal está recostado y empieza a correr, no crea algo de la nada. Simplemente reconduce hacia alguna parte las energías latentes en su élan vital. Pero lo propio de la libertad positiva de la persona es que crea el bien y el mal ex nihilo. Y topamos con la primera encrucijada entre el bien y el mal cuando de entrada hemos de escoger entre la verdad obligatoria y la falsedad prohibida.

El hombre crea a partir de la nada la verdad o la falsedad de lo que afirma. Justo por eso el hombre es enteramente responsable del mal o del bien que hace. A nadie distinto de él puede echar la culpa, si es que hizo el mal. Tampoco nadie puede arrebatar al hombre su mérito, si es que hizo el bien. Por tanto, nada menos que la libertad positiva es lo que habría que dar al perrito casero, para ascenderlo al nivel de

persona humana. Pues ya antes hemos concedido gratuitamente que un ordenador ha ascendido al nivel de perrito casero.

Sin embargo, lo más que podríamos dar al ordenador ascendido a ser vivo, es la pasividad de la obediencia a nuestra voluntad. El cliente dirá al Instantomatic escribe un cuento de hadas. Y el aparato lo hará. Pero eso no es todavía haber llegado al nivel humano. Sólo sabríamos que hemos conseguido ponerle al nivel humano, si el aparato respondiese no quiero. Pero el admirable Instantomatic, que se exhibe en las librerías de Madrid y Barcelona no llega a tanto.

Sin duda, los potentes ordenadores actuales hacen proezas mecánicas que están fuera de nuestro alcance. Y por eso nos asombran tanto y nos inspiran tanta reverencia. Sin embargo, no llegarán nunca a la libertad positiva que distingue a la persona. Siempre les faltará la capacidad de decir no me da la gana. Esto no lo dirá nunca el perrito casero, y mucho menos el ordenador super-potente o IA-máquina que nuestros voluntariosos ingenieros informáticos postulan como candidato a inteligencia artificial.

Las probabilidades en contra de construir un ser vivo a partir de la materia inerte se estiman, como antes dicho, en 1040.000. El salto siguiente, o sea, las probabilidades en contra de construir una persona a partir de un animal vivo podemos estimarlas en 10alef 0. Con alef 0 me refiero a los infinitos actuales de Cantor. Son un absurdo (Cfr. mi artículo Patrañas de Cantor y Gödel, 22/05/20). Pero vienen aquí como anillo al dedo para enfatizar adecuadamente que sólo Dios es capaz de dar el segundo salto que nos ocupa en este artículo: otorgar a un animal los operadores lógicos, la capacidad de razonar y a la vez la libertad positiva, o sea, convertirlo en persona capaz de decir no quiero. Ese milagro ocurrió por primera vez con Adán y Eva. Y por más que nos sorprenda, sigue ocurriendo actualmente con cualquier cigoto humano que empieza a existir.

Presidente de la Asociación Estudios de Axiología.

Publicado originalmente en elimparcial.es