Tragedia del Metro, Slim y la impunidad: AMLO, Ebrard y Sheinbaum, comediantes

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Cuando cayó en desgracia Raúl Salinas, Carlos Slim puso el grito en el cielo. El magnate renegaba de hacer negocios con políticos. A sus hijos les daba consejos. En cada contrato Raúl se llevaba un porcentaje. Los inversionistas y contratistas lo llamaban “Señor diez por ciento” (Mister ten per cent). Ya sabemos cómo Slim se hizo de la concesión de Telmex con los Salinas. Sin embargo, Slim ganó tanto dinero con Marcelo Ebrard cuando éste fue jefe de gobierno. En ese tiempo, Slim con Inbursa, rentaba las patrullas y tenía asegurada a toda la corporación policiaca. Slim, era el proveedor de todo el equipo para la seguridad pública, incluidas las miles y miles de cámaras del C4 y junto con otros empresarios se hicieron de los contratos para la construcción de la línea 12 del Metro. Ahora Slim está metido en líos. Sobre él recaen las principales responsabilidades por las fallas en el principal sistema de transporte de nuestro país. Y desde luego a todos los últimos gobiernos que descuidaron el mantenimiento de esa línea.

Pero Slim, quien se vio la última vez hablando de negocios con el presidente Obrador en su rancho de Palenque, casi no está en México. Desde hace un buen tiempo se fue a vivir su dorada jubilación a las tierras altas de Achiltibuie, en Escocia. En ese lugar todo mundo sabe de la presencia de Slim, aunque también es visto con frecuencia en Baviera, en el sureste de Alemania. Solo cuando es indispensable su presencia, Slim retorna a México.

Queda claro que Slim está cansado. Son los malos rollos de la edad. Mira que eres canalla, diría Eduardo Aute. Slim quien está entre la espada y la pared, nunca mantuvo una buena relación con Obrador, aunque ambos se empeñan en publicitar sus encuentros con una jactancia mal disimulada.

Slim quien es rico, famoso y poderoso, es visto por la gente en todas partes como una especie de rock star, pero ahora está envuelto en un escándalo por sus negocios con el gobierno. Es muy difícil que la justicia lo alcance y para ello tiene un banco a su disposición.

Por su riqueza y su poder, los políticos admiran a Slim. El profesor Carlos Hank decía que “un político pobre, es un pobre político”. Así que los políticos en el poder hacen negocios para enriquecerse de una manera vil. Ahí está el caso de la línea 12 del Metro. Todavía hace poco los contratistas de esa obra fueron recompensados por Claudia Sheinbaum con 4 mil millones de pesos, reclamaban el doble de “gastos extras” en la construcción.

En realidad hemos atestiguado el desdén de las autoridades en el caso del accidente. Cadáveres más, cadáveres menos, los familiares de las víctimas han sido “recompensados” con 40 mil pesos en el caso de los fallecidos y con 10 mil pesos de “apoyo económico” a los heridos. Inconformes con el trato las familias de los deudos se organizan para exigir justicia y una compensación más digna.

La culpa se la quieren echar a Miguel Ángel Mancera, quien traicionó a Ebrard y salió del gobierno convertido en un nuevo rico.

Al final, el accidente son simples “pelillos a la mar” para el gobierno de la cuarta transformación. Su ceguera, los llevó, desde luego a su estrepitosa derrota en la capital en las recientes elecciones. Pero  Claudia Sheinbaum ni se inmuta. Ella, como Ebrard, está más preocupada por su imagen, pues se asume como una “digna” sucesora de Obrador.

Para Sheinbaum como Ebrard es más importante su ego.

Hace unos años cuando Ebrard estaba al frente del gobierno de la capital del país, fue “calificado” como “el mejor alcalde del mundo”, por una organización que recién se había constituido.

La organización de marras, era la Fundación City Mayors, donde los supuestos “expertos en asuntos urbanos” lo veían como un Dios. Entonces Ebrard añoraba ser el candidato presidencial, como ahora nuevamente.

Tann vom Hove, el jefe de City Mayors calificaba a Ebrard como un “reformista liberal y pragmático” quien no temía en desafiar a la “ortodoxia” de México.

A Ebrard solo le faltó obtener un Oscar. Hoy, es la estrella de la película de la “cuarta transformación”.

El hecho es que los políticos mexicanos son como las estrellas de cine. Los arrebata la fama, el culto a la personalidad. Cuando los políticos llegan al poder, se adueñan de todo y terminan causando una desdeñosa lástima.

A los políticos los hermana la frivolidad con las figuras del espectáculo. En su ambición por la fama, a ambos, los distingue el encanto, la exaltación, el gozo y la codicia. La banalidad en pleno. Esta degradación dio paso, desde hace años, a la farandulización de la política. Ebrard incluso estaba casado con una actriz que hacía tiempo había perdido su fulgurante brillo de los espectáculos y cuyo romance terminó de sopetón. Los medios dieron cuenta de su deplorable estado de salud y de su pernicioso consumo de sustancias tóxicas.

Para nadie son un secreto, los escándalos de nuestros políticos que superan a los culebrones y realities de la televisión.

Es lamentable que la política sea un producto del marketing.

Ahí tienen a López Obrador todas mañanas en su stand up comedy, con sus aburridos monólogos y su monótono sonsonete tratando de hacerle competencia al comediante Franco Escamilla.

“Les voy a presumir algo –dijo Obrador en una de sus mañaneras el pasado mes de mayo– es algo que enoja mucho a los conservadores, quienes se ponen verdes de coraje porque una encuesta (Morning Consult) me ha elegido como el mejor presidente del mundo”.

Realmente es patético el comportamiento de nuestros políticos. Todos son unos comediantes.

Obrador todo lo quiere resolver a gritos. Ebrard y Sheinbaum están contagiados. Riñen y juegan sin estar conscientes de sus fines ni de sus destinos.

A las víctimas del Metro, ¡que se las lleve el carajo!