México sancionado en fútbol por el grito homofóbico

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La sanción futbolística merece tomarse como dirigida a México. El tema ha crecido y ha pasado de mal a peor. Quienes lo practican o lo consienten niegan que gritarle “puto” al portero contrario sea un grito homofóbico. Negarlo no sirvió para que la FIFA sancione ya al fútbol mexicano –y de paso, va contra el país– pues el grito es homofóbico y sus defensores no alcanzan a explicar qué es si no es eso.  Si no lo fuera, no se entendería para qué proferirlo. Sorprende que lo defienda gente letrada.

Porque quienes lo practican o lo consienten no han podido explicar vehementemente qué es, sino un grito homofóbico. Pretenden demostrar con evasivas e imprecisiones, que no lo es, apelando por igual a la mexicana alegría, la chispa, la ocurrencia, al folklore y a la inventiva de dudosa inocencia y más burda que nada, para eludir que es un grito homofóbico. Al final, admiten tibiamente que lo es, así sea con matices. Ergo, si no es homofóbico, porque ese es el tema y no otro, ¿ cabría gritar mejor otra cosa? Total… si no es homofóbico ¿daría igual otra cosa o no gritar? Ya que, pues, ¿qué más da gritar otra cosa, si no es homofóbico? No, gritar otra cosa a “puto”, no cabe. Y no cabe gritar otra cosa,  porque no cumpliría su naturaleza ni con la finalidad de existir: llamarle inferior, incapaz, aturdido, bruto al portero por ser puto.  ¿Cuál otra finalidad de gritárselo sería, si no es esa? Su finalidad es la de ser vejatorio, homofóbico, degradando al destinatario con un insulto, porque halago no es y lo sabemos. No es que la FIFA no quiera a los homosexuales ni cabe decir la coartada de que autorizó el Mundial de Catar donde los matan, para acusarla así de doble moral y evadir el punto que nos atañe. No, es que los que lo gritan asumen que el portero sea sobajado con la palabra de marras, porque si fuera muy bueno en su labor, carecen de un apelativo que lo describa en ese sentido, como para gritárselo.  No es cosa de haber generación de cristal, es cosa de respeto y sabemos bien que gritarle “puto” al portero es insultarlo, porque decir “puto” a una persona en México jamás ha sido un halago, bajo ningún matiz. Si eres puto eres homosexual y eso implica debilidad e inferioridad. Eso, el portero.

Así, los defensores de gritarlo, en el camino arguyen mil coartadas discursivas. Ha sido sorprendente que en vez de reconocer que es un grito homofóbico y un insulto, así sea un asunto distractor hacia el portero, evaden la posibilidad de gritar otra cosa o, peor,  arguyen que es libertad de expresión –qué lástima que la Constitución mexicana y la Suprema Corte no lo avalan, pues los insultos no son libertad de expresión– y acusan a la FIFA de corrupta y de doble moral, pero ellos, los que lo practican o lo celebran, no admiten que sea homofóbico. En ese cariz, hay dos muy alegaciones absurdas: “pagué la entrada y tengo libertad de expresión”, dicen sus practicantes algo extraviados y ya no digamos cuando afirman que “estamos en México”. Bueno, al menos eso sí lo saben. Pagarse la entrada para ver un partido de fútbol no implica el derecho a gritar “puto” ni presume ni adelanta ese derecho, máxime que es un insulto. ¿Has pagado el derecho a insultar? Evidentemente, que no. Y los insultos no los avala la libertad de expresión.

Si la FIFA lo entiende homofóbico y haya mexicanos que no, esos que no, que no pintan para mayoría, podrían explicarse vehementemente acerca de qué es entonces el referido grito, sino un grito homofóbico, que supone crímenes de odio. Y gritarle al portero contrario tal vocablo se le equipara a serlo y gritárselo es por lo demás, una conducta bastante antideportiva que no cabe, no ha de permitirse ni en el público ni en los propios jugadores. Joder al portero contrario no es deportivismo y hacerlo no debiera corresponder al público. El juego es entre 22 en la cancha y hay sanciones claras para una actitud antideportiva si se registrase a nivel de cancha. O en las gradas. El negocio peligra, sí, de persistir los aficionados con esa actitud que, irresponsables, arguyen que partidos sin público será un golpe a las finanzas de FIFA, porque el mexicano es futbolero (ellos, que no hablen por un país al completo) y con ello advierten que debería dejarse de lado el asunto y seguir como si nada.

Sus practicantes pueden cansarse de no admitirlo, pero a estas alturas ya es una suerte de irresponsable guerra de resistencia, donde a ver quién se cansa primero: los practicantes de practicarlo y negar su tinte homofóbico o la FIFA de sancionar el hecho rebotando en la Federación Mexicana de Fútbol, a cuyo amparo y permisión se toleró por años y felices días esa vergonzante práctica tan antideportiva. Demuestra la afición así que está entendiendo nada. Podrían entender pero no quieren. FIFA desoye los “argumentos” expuestos tan torpes, como endebles. Mientras los aficionados mexicanos saben de matices y saben perfectamente bien que gritarle “puto” al portero es sobajarlo atribuyéndole una condición débil y afectada que explica llamarlo “puto”, que considera por antonomasia tanto incapacidad, debilidad y degenerada aptitud para defender lo que le toca (la portería) y saben que no hay ni cabe otra interpretación. Los que practican o celebran el gritito no se les ve por la labor, no se les ve ganitas de colaborar para extirpar el grito de marras. Parten de negar que sea homofóbico, ya que al hacerlo defienden proferirlo y su actitud de necedad se está cargando el buen nombre y el esfuerzo de mucha gente que hace en el fútbol cosas mas constructivas y edificantes que gritar un mediocre “puto” al portero contrario. Si el grito no es homofóbico, queda claro que no es una porra, un canto góspel o un saludo navideño. A saber entonces qué sea. Si hay mexicanos que se creen chistosos, que se envalentonan actuando en el anonimato de multitudes y creen que pasan inadvertidos o que su afición los apoyará, van muy pero que muy equivocados.

Añádase que decirle puto a alguien en México en plan montonero no suele ser edificante. La FIFA ha advertido que no lo consiente sancionando con multa económica y dos partidos sin público. Pero ya hay más: ante los llamados recurrentes a abstenerse del gritito insultante sin éxito, FIFA ya sacó dos cartas más: de proseguir esa práctica, México no iría al Mundial de Catar 2022 y puede andar perdiendo la sede 2026, de por sí cuestionada desde el primer día y no recibida en México con particular entusiasmo. Así que segura tal sede, no lo está. Y el gritito no ayuda. La sanción ya pende sobre México y la necedad de determinados aficionados puede dar al traste con lustros de participación mexicana futbolera en el ámbito mundial –por muy mediocre que sea su presencia futbolística por el círculo vicioso en que se halla inmerso aquí, le balompié– luego del descalabro de cachirules de 1990. Es preocupante la sordera de los aficionados, que nos recuerda la de gente que no usa cubrebocas o no sigue la sana distancia. No hay manera de que entiendan. A estas alturas FIFA ya lo determinó: el gritar “puto” es homofóbico –ergo, insultante– e inaceptable y acarreará sanciones cada vez más graves. Y eso es de verdad muy lamentable.

Post Scríptum: hablando del Mundial 2026, sin aeropuerto internacional renovado, con miras a que un nuevo gobierno cambie la sede otra vez en 2024 si no es de Morena, y con el Mundial a 5 años apenas – eso es nada para la envergadura de estos acontecimientos– y con la Línea 12 siniestrada e inservible y con el Estadio Azteca avejentado y con muy vagos planes de urgente cirugía mayor, es que todo en conjunto anticipa ser un megadesastre. En vez de invertir en una línea del metro nueva que ¡por fin!! te llevara a las puertas del Azteca –por el inservible tren ligero que no puede ir rápido desde el terremoto de 2017– todo se resume en calamidades alrededor del tema. Como política pública va fatal, pues ese dinero, de haberlo, será para rehacer una línea de metro ya existente y no para crear la otra necesaria. El colmo. Fatal. Y el Mundial debería de ser un aliciente para promover proyectos de infraestructura y no lo está consiguiendo y eso es un error garrafal por tratarse de una oportunidad irrepetible.

López Obrador no pidió el Mundial, se lo heredaron y solo tendría que atenderlo sentando bases. No hay más. Y no se ven acciones interesantes y prometedoras al respecto –desde promoción y alusión constante hasta infraestructuras necesarias y pensadas para un futuro de posmundial– lo cual es grave. La Ciudad de México hoy da su peor cara de presentación con el colapso de la Línea 12 siniestrada y las condiciones del coloso de Santa Úrsula. Qué pena por un estadio dos veces mundialista al que le han sacado jugo sin inversión interesante de vuelta, avejentándolo inexorablemente. Y encima, ahora, ya está insinuándose tambalear la sede mundialista con miras a perderla gracias a aficionados irresponsables, cuya única gracia es gritarle “puto” al portero contrario, lo que esboza un panorama patético. Hay quienes se repantigan en el sillón muy quitados de la pena. Deberían de desperezarse e involucrarse. Hay problemas serios en el horizonte.