Pepe Montero y otro mundo posible solidario

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Diego Medrano

José Montero García es un veterano socialista cuyas novelas son arañazos en la dermis de la sociedad del bienestar: Inma, Ladridos al cielo (Camelot Ediciones). Escribir no es un privilegio –lo digo siempre- y con voluntad y ganas se convoca al talento en la hoguera lenta de la espera. Pepe Montero me recuerda al Bustarviejo de Umbral en El socialista sentimental, siempre entre la desesperanza contemporánea y la creencia en los valores eternos del partido. Umbral creía que el socialismo hizo aguas cuando renunció al marxismo, y más todavía cuando Felipe González tiró el crucifijo por la ventana del santo barbado, para abrazar por entero a la socialdemocracia europea. Montero discrepa, nunca fue comunista y la moderación es su seña de identidad dorada ajena a cualquier otra filiación.

En sus novelas (Inma, Ladridos al cielo) hay siempre algo al final que titila como la mejor estrella: el yo colectivo. Hubo una generación, sí, que fueron los últimos del porro compartido, del chato de vino entre todos, de los libros sin dueño, porque aquí pensamos que todos fuimos ricos pero no es así. La generación del todo a pachas. Montero desarrolló su carrera profesional dentro de Renfe/Feve, ascendiendo en el escalafón hasta ocupar responsabilidades directivas. Fue, políticamente, desde Concejal de Cultura en el Ayuntamiento de Ripoll hasta diputado por el Parlamento de Cataluña. Nadie mejor que el Pep cuenta lo insaciable del Independentismo, lo excluyente del Independentismo, el inmenso negocio que fue el Independentismo para tantos. Salva, curiosamente, al propio Pujol, a quien trató, y forma parte de las miradas largas y acusadoras, muy negras, sí, que la señalan a ella, Marta Ferrusola, como la matriarca del tomate entero. Los libros de Pepe son un viaje luminoso de una España en blanco y negro, donde salir fuera era colorearse, hasta la bohemia divertida en una Inglaterra donde las manifestaciones de entonces eran casi una discoteca, aunque el azumbre de hostias frescas de la mañana nos peinasen flequillo y chorra.

Tal vez, el Capitalismo cree empresa, pero es una máquina de picar carne. No hay otra que produzca tanta desigualdad. Ni hay ni habrá trabajo para todos, y la Renta Básica, sí, lo único que evita es que a la gente de bien les pongan una navaja en la barbilla cuando sacan a la mascota al jardinillo frente al portal de casa. Pepe Montero vio como nadie instalarse al obrero del siglo XXI frente a una pantallita por cuatro migajas y sin posibilidad de ascenso. El de la construcción o la pala todavía ganaba para homenajes y ligues urbanos. Profundamente honesto, tanto que renunció incluso a emolumentos desde sus puestos políticos, los libros de Montero nos dan una lección de civismo. Entró en el Socialismo, con mayúsculas, desde el Sindicalismo activo, y vio a estos corromperse por unos cuantos fajos a tocateja. Lo dijo Almudena Grandes, madre de esa militante de Falange tan simpática, en una de sus conferencias: “Antes las trincheras de la izquierda eran los sindicatos pero ahora están vacías y desprotegidas”.

Hay algo en Pepe que no me dice, cuando me invita a cenar, pero yo detecto: está bien toda esta izquierda de ecologismo, movimiento gay, renta básica, derechos sociales y demás, pero para vencer a la Ultraderecha hacen falta nuevos mimbres para el cesto, de lo contrario el ridículo puede llegar a ser espantoso. El fascismo duro, intransigente, Hitler y Mussolini, no desaparece, tan solo se oculta, como decían los últimos refugiados de Mauthausen, y así los nuevos hijos de Orban, Le Pen o Salvini apalean al diferente, por el hecho de serlo, en cualquier metro o plaza pública poco iluminada. Apalean al pobre, cuyo odio ya genera palabras nuevas: Aporofobia. Sin trabajo, ni esperanzas, son víctimas del terrorismo islamita, que promete un mundo mejor, sin quedarnos claro si es aquí o tras la sucesiva inmolación.

Pepe Montero, a la manera de Caballero Bonald, hace literatura de la memoria. Repasa el país y vida propia. Sus gratitudes a Felipe González no caducan. Es un republicano sin la menor grieta y pide coto, caza, medidas, para evitar que un rey trinque de lo público o privado. Ve humo, y lo explica, a todo el botafumeiro sobre Adolfo Suárez, franquista con pedigrí. Es un europeísta ciego: sólo los Estados Unidos de Europa (se ve ahora con los Pertes y ayudas) pueden salvarnos. Tampoco caducan sus lealtades a la Constitución del 78, ni a una Transición que fue admirada y admirable, donde el abrazo de los discrepantes hacia dentro es lo contrario a la actual política de la crispación de todos hacia fuera, a ver si rompe el cesto. Pepe Montero hace las novelas de un hijo de su tiempo que nunca quiso ser un traidor a su época. Peina ochenta canas. Sus novelas, aromadas de hipotaxis y subordinación, embridadas de adjetivos luminosos, le visten como un escritor excelente. Es una buena persona porque, en todo lugar y tiempo, padece siempre simpatía por el débil. Su concepción política de servicio a la comunidad es incompatible con el lucro desmesurado o todas aquellas bocas sin otra forma de sustento. Sabe cuánto la envidia muerde para no comer.

Escritor

Publicado originalmente en elimparcial.es