El México posrevolucionario ha tenido tres alternancias partidistas en la presidencia de la república, después de 71 años de dominio del PRI: el PAN en el 2000, el PRI de regreso en 2012 y Morena en 2018. Ninguna de esas fuerzas políticas o su liderazgo presentó algún proyecto de alternativa al sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional que fundó en 1917 el grupo armado que lideró la Revolución de 1910.
En los hechos, las alternancias se movieron dentro del modelo histórico del Estado como el agente regulador de las relaciones sociales y de los beneficios populares. Cada una de las experiencias tuvo su motivación ideológica: el PRI en el centro populista acomodaticio y pendular, Morena en la izquierda progresista sin clase proletaria y el PAN a la derecha desarrollista-integrista de la Revolución Mexicana.
El modelo de sistema/régimen/Estado no fue un invento del PRI, sino producto de la dinámica de las fuerzas sociales, del desarrollo histórico de las élites y del compromiso de bienestar social como un factor de cohesión de los grupos dominantes. Los monarcas indígenas se entregaron al conquistador, los independentistas buscaron la creación del Reino autónomo de la Nueva España y los liberales sólo se centraron en el desarrollo social vía el Estado como la estructura ideal de una economía de mercado.
El régimen consolidado de la posrevolución fue el punto culminante del modelo progresivo del desarrollo histórico de la nación: Estado, presidente de la república, élite dirigente profesional. La decisión de evitar que alguna de las clases productiva tomara el control total del Estado ayudó a la supervivencia del sistema/régimen/Estado. En la real politik histórica, la democracia nunca fue el motor de la historia del desarrollo político de las tres etapas nacionales: el México indígena, el dominio español y la república. El motor de la historia nacional ha sido el del bienestar social, cuando menos como coartada, ideología o cargo de conciencia.
Las tres etapas históricas fundaron una forma de gobierno. Y no puede haber una cuarta, a menos que se regrese a la monarquía, a la condición de colonia dependiente o a una dictadura sistémica. Por eso el PAN, el regreso del PRI y Morena no pueden ser –no pudieron haber sido– una propuesta de sistema/régimen/Estado. La Tercera transformación solo puede tener variantes del mismo tema: la república federal representativa.
Donde se está dando la batalla no es en la forma de gobierno, sino en el modo de producción: estatal o privado, en sus expresiones concretas, y algunas variantes mixtas intermedias. Y dentro del modo de producción, el tema central ha estado en la apropiación de la riqueza producida: privada, estatal o social. En este sentido, la lucha política en México desde 1917 ha estado en la configuración económica-productiva del Estado, en su papel regulador y en sus funciones productivas.
El PRI supo entender está lógica del desarrollo de la forma de gobierno y del modo de producción y encontró el equilibrio en el modelo de economía mixta, con un Estado en el doble papel de regulador y de productor. Este modelo duró hasta 1970; de 1971 a 1982 el Estado expandió sus actividades de forma desordenada y el déficit presupuestal estatista prohijó el neoliberalismo como privatización de la economía productiva y como factor de retraimiento de los objetivos de bienestar social de clase; hoy se busca el equilibrio productivo y estabilizador del pasado.
El Estado avanzó en economía y produjo la crisis de 1982, el neoliberalismo (PRI y PAN 1983-2018) estabilizó la macroeconomía y multiplicó la pobreza y el posneoliberalismo (2019) sólo quiere regresar al modelo del Estado propietario con funciones sociales.
El problema, sin embargo, ha estado en la disociación entre economía y política. El PRI fue hábil en definir un modelo económico y le dio relaciones sociales correlativas, aunque el colapso vino por la corrupción y la pérdida de la continuidad en las élites con la decisión del presidente Echeverría de poner como sucesor a un externo: José López Portillo. El tropiezo escalafonario rompió con la continuidad en las élites: el desorden en el modelo económico impuso la generación neoliberal y dentro de ella el sistema se la jugó con la alternancia política al PAN, aunque manteniendo el rumbo neoliberal con los Chicago boys en el control hacendario. El regreso del PRI en 2012 no fue, salvo un enfoque teórico, una alternancia, sino que se trató de una profundización de la fusión ideológica del PRI tecnocrático y modernizador neoliberal con el conservadurismo decimonónico del PAN.
Morena llegó a la presidencia como un desprendimiento de los priístas cardenistas –más como metáfora que como correlación de fuerzas sociales–, pero sin ningún nivel equilibrio de clases productivas ideologizadas. La definición del Estado morenista es similar al del priísmo cardenista: un modelo de capitalismo monopolista de Estado. Esta caracterización de modelo revela sus propias limitaciones: la contradicción entre los funcionamientos del Estado y del capitalismo, posiciones contrarias e imposibles de conciliar, como lo han revelado los fracasos de las diferentes formas de socialdemocracia o desarrollismo.
Aun con algunos éxitos de corto plazo, la propuesta de Morena no logrará la estabilización de la economía, sobre todo por la polarización de riqueza/pobreza y la incapacidad del modelo de desarrollo para generar una tasa de crecimiento económico de 6% sostenido a lo largo más de treinta años, como lo consiguió el populismo disciplinado del periodo 1934-1982.
Mientras el sistema político actual no logre –con otro nombre– un modelo de partido conciliador y equilibrador de clases como era el PRI, la crisis seguirá profundizando el empobrecimiento. La clave de la estabilidad 1929-1970, apenas cuarenta y un años, fue la existencia de un parido regulador de las contiendas de clase y de élites, en una disciplina burocrática de clases y grupos y a una transmisión del poder en un espacio pendular y basado en las reglas del escalafón.
El cumplimiento de esos requisitos era la tarea primordial del PRI como aparato de poder. Cuando el partido dejó de ser el sistema/régimen/Estado, la crisis por la disputa del poder desarticuló los factores de la estabilidad. Hasta ahora, la existencia del estilo PRI en el sistema/régimen/Estado ha permitido la existencia de hilos delgados de la estabilidad policía, social y de clases, con el riesgo de que se puedan romper por la dinámica de las propias luchas por el poder entre élites dirigentes sin canales de participación. Sin un PRI como partido mayoritario, el PAN, el PRD y Morena se han movido en los límites del modelo priísta de estabilidad. Los grupos políticos han merodeado las decisiones de ruptura, pero a la hora decisiva han preferido los acuerdos mínimos.
Sin ser una democracia, el modelo político mexicano se mueve por acuerdos de estabilidad en función de reglas democráticas extremas: la conquista del poder por la vía electoral. Pero el problema, en realidad, es que esa forma de democracia depende del consenso sobre todo de los dos extremos sociales: los ricos que crean estar en peligro de existencia y los pobres que se rebelen de manera directa (revolución) o indirecta (violencia criminal), sin que los liderazgos basten para atenuarlos.
El PRI construyó un modelo de sistema/régimen/Estado que no vivirá por siempre y que la lucha por el poder seguirá minando hasta demolerlo.
@carlosramirezh
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