Este año, 6 gubernaturas cambiarán de titular y –por el momento— la suposición es que al menos 5 de éstas pasarán a manos de Morena… si es que algunos militantes de dicho partido no dicen otra cosa, pues las inconformidades –como se ha mostrado en el pasado— son la antesala de una derrota para el partido que no procesa adecuadamente las desavenencias de sus militantes.
Cambio de camiseta, otra vez
En la historia política del país, las salidas de militantes que se sienten desplazados por los institutos políticos en los que militaban ha provocado la derrota de los partidos que no supieron arreglar el conflicto que se gestó.
Desde 1988 en que Cuauhtémoc Cárdenas salió del PRI en el que había sido senador y gobernador de Michoacán, se demostró que renunciar a una militancia ya no era un obstáculo para obtener el triunfo en una elección.
El mismo camino fue recorrido por Ricardo Monreal, Jaime Rodríguez, Gabino Cue, como ejemplos de una lista bastante larga que incluye a expanistas, expriístas o experredistas que ahora compiten por las siglas de partidos contrarios o, actualmente, por Morena.
El principal antecedente de este tipo de conflictos es la manera en que se procesó la definición de una candidatura, pues no es lo mismo que el candidato surja de una elección abierta y transparente, aceptada por todos los participantes, que éste sea postulado por un acuerdo de la dirigencia en turno, por aclamación en una asamblea cuestionable, por designación directa o por una encuesta que deja insatisfechos a algunos.
Precisamente este último instrumento está provocando que renazcan los temores de que el actual proceso electoral pueda tener candidatos que compartan una militancia, pero enfrentados en la campaña.
Así, en Tamaulipas, Oaxaca y Durango empiezan a darse los primeros escarceos en esta pugna por la candidatura luego de que se hicieran públicas las inconformidades.
En la primera entidad, Alejandro Rojas Díaz Durán –quien es senador suplente de Ricardo Monreal— dio a conocer que solicitará la sustitución de candidato y que buscará registrarse en el proceso interno.
En Oaxaca, la senadora Susana Harp ha estado en medio de polémica al rechazar el resultado de la encuesta por medio de la cual se perfila la postulación de Salomón Jara, incluso con la versión de que está en pláticas con la oposición para participar en los comicios.
En Durango, Ramón Enríquez impugnó el proceso para definir la candidatura a gobernador, bajo el argumento de que ganó la encuesta, pero el resultado no se respetó.
En Aguascalientes y Quintana Roo, también se han dado protestas por los abanderados nominados en Morena, en tanto que en Hidalgo los que sufren son los de la oposición por la polémica que desató la candidatura de Carolina Viggiano.
Si esto se traducirá en cambios de bando y en una eventual derrota del partido señalado en estos momentos como favorito, no se sabe por el momento por lo temprano en que estamos en el actual proceso electoral, además de que no se ha presentado una derrota de Morena en las últimas elecciones a gobernador debido a deserciones a favor de la oposición, dato que hay que tomar en cuenta al momento de realizar el análisis.
También hay otro factor a tomar en cuenta al momento de evaluar la posibilidad de que algún militante del actual partido en el poder decida cambiar de camiseta: el desprestigio que aún llevan a cuesta los partidos de oposición es tal que ya no son garantía de triunfo, por lo que cambiar de instituto político en un proceso electoral que está iniciando equivale a un suicidio político.
Y es que dejar al partido que garantiza el triunfo es algo para pensarse y no cualquiera está dispuesto a correr esa aventura.
Otro argumento para que no sea tan atractivo este cambio es lo que ofrecen los partidos de oposición. Sin cambios que demuestren que entendieron la lección recibida en el 2018, sin un discurso propio o atractivo para la ciudadanía, la apuesta sería dividir a Morena y atraer el voto de los inconformes, el cual podría no ser suficiente para ganar la votación.
Así, aunque estamos viendo muchas protestas y conociendo versiones de supuestas negociaciones entre los aspirantes desplazados y representantes de los partidos de oposición, es probable que la decisión de los frustrados precandidatos sea esperar a una nueva oportunidad, quizá haciendo una campaña de brazos caídos –como sucedió en la alcaldía Cuauhtémoc en la CDMX— que sí represente una muy posible derrota de Morena, en especial si la oposición va en alianza con un candidato competitivo.
Tal vez el marcador final no sea ese 5 a 1 que muchos anticipan, sino un 4 a 2, pero lo interesante será saber hasta dónde están dispuestos a llegar candidatos desplazados y partidos de oposición para ganar una elección o si en Morena ya detectaron este problema y están dispuestos a corregir el rumbo.
En 2023, como antesala de la elección presidencial de 2024, veremos que tanto se aprendió la lección y si el rompimiento que muchos esperan en el partido oficial se hace realidad, frustrando la continuidad del lopezobradorismo.