Leticia Calderón Chelius
Desde el inicio de su gobierno López Obrador ha sido su propio escudo. En lugar de que los secretarios y los funcionarios en activo lo cubran ante cualquier error, omisión o pifia, ha sido el mismo presidente quien sale al quite ante cada estocada. Su popularidad, legitimidad y estilo dicharachero le han permitido salir a flote de la mayoría de los dardos envenenados que le han llovido durante sus casi 3 años de gobierno. Esta vez, sin embargo, parece que no solo no hay quien lo cubra, sino que parece que los que deberían ser sus guardianes, se están ensañado para dejarlo sin escudo protector. Me refiero naturalmente a las actitudes de miembros del Instituto Nacional de Migración (INAMI), videograbados en distintas escenas públicas violentísimas contra población migrante en el sur del país. Agentes pateando, arrastrando, acorralando entre varios a grupos y literalmente cazando a personas que tratan de escurrirse de los brazos de hombres fornidos que no parecen conocer ningún tipo de protocolo basado en los derechos humanos. Esas imágenes han levantado indignación hasta en los más fervientes seguidores del presidente y se han vuelto un festín para sus detractores. No ayuda el hecho de que el mismo presidente insista en negar la situación crítica en la frontera sur del país, cuando a los ojos de todos los agentes del INAMI vuelven a arremeter contra las personas migrantes como si el llamado del presidente no fuera una orden.
En este punto lo que impresiona es que en lugar de que algún secretario, subsecretario o jefe directo de estos grupos haga suya la responsabilidad de los actos de brutalidad, tenga que ser el mismo presidente quien acabe asumiendo el costo político que este tema le está generando. ¿Por qué lo permiten? ¿Por qué no lo protegen? y en su caso ¿por qué no se plantea una estrategia diferente? Es obvio que el guión establecido de invertir en los países de origen de la migración es correcto, pero de funcionar, lo hará en un mediano, largo y larguísimo plazo, por lo que ese proyecto no va a resolver por ahora la presencia constante de población en tránsito que apenas está empezando a circular luego de meses detenida debido a la pandemia que alentó la movilidad, aunque nunca la detuvo del todo. Hay que decirlo bien claro, el éxodo migratorio está apenas empezando a caminar de nuevo por todo el continente.
A diferencia de otros temas donde el presidente se siente cómodo y conoce como pocos, cada ruta, paisaje, referencia y hasta delicia gastronómica local, con los migrantes no tiene una brújula que le indique por dónde soplan los vientos. Para López Obrador los migrantes son nuestros compatriotas en el extranjero y hacia ellos dirige sus energías y plegarias porque conoce de dónde salieron, aunque no esté familiarizado con los lugares a donde llegaron. Con los extranjeros en cambio, su fuerza e ímpetu por caminar y llegar al norte contradice su apuesta de ayudarlos a que no tengan que dejar su terruño. “Nadie deja su país, su pueblo, su comunidad y familia de manera voluntaria”, ha declarado el presidente en distintos foros, pero la realidad es que muchos sueñan con irse y obligarlos a volver a su casa no siempre es su deseo ni mucho menos su mejor opción. La migración, incluso en condiciones extremas es una decisión y puede ser un plan de vida para algunos. Vale entender que quienes deciden migrar asumen en parte el riesgo que implica el viaje con la esperanza de tener mejores oportunidades o reunirse con sus familiares. Los migrantes no son víctimas, son actores de sus propias vidas y sus decisiones y eso es lo que los mantiene en la ruta. Es cierto que a veces la decisión de migrar carece de información suficiente para comprender cabalmente las adversidades que van a enfrentar y que hay quienes justifican su viaje con ideas mágicas o religiosas y algunos hasta arguyen supuestos que carecen de lógica desde la visión jurídica, “El Sr Biden es bueno, nos va a dejar pasar” por ejemplo, pero lo que es cierto es que migrar requiere valor y mantener un sueño para no desistir. Ante esta realidad hay que entender que la migración no se puede detener, en todo caso, que no sea el peligro inminente y el miedo más profundo lo que está detrás de la intención de huir ya sería un cambio verdadero.
Entender esto es clave para ajustar el diagnóstico y plantear una estrategia que reconozca esa voluntad como motor. Violar los derechos humanos de las personas migrantes al final no resuelven la situación porque atrás de los que llegan, vienen otros que van saliendo, porque en todo proceso migratorio se genera un circuito que genera una dinámica que tiene vida por si misma. Por eso, lo que importa en este movimiento humano es detectar el abuso criminal de las mafias organizadas que acechan y engañan a las personas que migran. Extorsión, secuestro, violencia extrema e incluso asesinatos. De eso es de lo que hay que defender a los migrantes, no de su voluntad por buscar una vida mejor.
En este momento en la frontera sur se ha generado una crisis por el hacinamiento, la tardanza en trámites que carecen de recursos sobre todo económicos para ser más ágiles, y la incapacidad de atención humanitaria bajo los principios internacionales que México ha firmado para atender a las personas migrantes. Para los adversarios del presidente este escenario ha resultado un argumento ni mandado a hacer, sobre todo porque es totalmente legitimo y políticamente útil exhibir la violación a los derechos humanos para dar un buen golpe a la imagen de la 4T. Aunque hay mucha hipocresía, por cierto, porque muchos que hoy se escandalizan de las imágenes de violencia contra los migrantes resulta que nunca oyeron que, desde hace meses, incluso años, organizaciones que acompañan a las personas migrantes han denunciado este tipo de arbitrariedades, sobre todo en las fronteras como en el aeropuerto de la Ciudad de México donde la autoridad migratoria parece que “se manda sola”.
Es tiempo de que se repartan responsabilidades y que los colaboradores del presidente lo acompañen como escudo no solo con discursos, sino con un comportamiento ejemplar como el que debería corresponder a cualquier funcionario y dejen de violar los derechos humanos de las personas migrantes. Basta de abrirle frentes de golpeteo al presidente, de exponerlo innecesariamente a problemas que se crean por no seguir lo más básico que es un protocolo de atención a población vulnerable y tal vez, una visita a algún albergue humanitario le permitiría ver al presidente que los migrantes, también son pueblo.