Del Pacto reformista al parto de los montes

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En uno de sus mejores cuentos, Juan José Arreola tomó una leyenda antigua y la reconstruyó como historia: un volcán comenzó a rugir con ruidos espantosos, la tierra se estremeció casi hasta quebrarse y los hombres murieron de miedo porque el cráter estaba en proceso de parto para dar a la luz… un ratoncito.

Horas después de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente de la república, el PRI, el PAN y el PRD firmaron un documento de compromiso para reformas y le dieron el nombre de Pacto por México. Se trató del primer gran esfuerzo en años para conciliar agendas legislativas de casi el 90% de las bancadas.

Sin embargo, los políticos mexicanos son expertos en pervertir las hazañas más nobles. El PAN y el PRD, basados en las tendencias electorales hacia las elecciones locales no estratégicas en trece estados de la república, comenzaron a manosear el Pacto para convertirlo en una moneda de cambio: o el PRI aceptaba ceder algunas elecciones –sobre todo la de gobernador en Baja California– o el Pacto se rompía.

Hoy el Pacto por México es sólo una anécdota: el PAN y el PRD, acicateados por severas crisis internas en sus organizaciones, usaron el Pacto para replantear los calendarios políticos y obligar al PRI a hacer concesiones que tranquilicen a las tribus panistas y perredistas. Por la debilidad propia de la lucha interna por el poder, los liderazgos del PAN y del PRD ya tienen claro que no podrán garantizar la profundidad de las reformas.

Sin embargo, el Pacto era una de las últimas oportunidades reformista para rediseñar el proyecto nacional de desarrollo. Aunque no era el proyecto necesario para potenciar el desarrollo mexicano y atender las demandas de pobreza, de todos modos era la salida volteriana del Dr. Panglós: “el mejor de los mundos posibles”; con las reformas el país podría crecer un poco más del tope de 2.5%-3% del actual modelo de desarrollo. Una verdadera reforma podría ir más allá reconvirtiendo al Estado en el potenciador del desarrollo, pero ninguna de las tres fuerzas cree ya en el papel dinamizador del Estado; por eso las reformas caminarían hacia una mayor inversión privada.

El Pacto quedó en un verdadero parto de los montes: no logró la construcción de un modelo de desarrollo conducido por el Estado ni logrará convertir al sector privado en el factor esencial de la economía; la preocupación del PAN y del PRD se agotará en la reforma electoral –ni siquiera política o de Estado– y al final las propuestas serían sólo procedimentales que tampoco ayudarán a esos dos partidos a ganar más votos porque al final sólo buscarán algunas pequeñas ventajas.

Los tres principales partidos aún no han querido entender –o a lo mejor lo están ocultando— que la crisis de México no es de coyuntura, que los niveles de pobreza no derivan de la corrupción y que los topes en el crecimiento económico no están correlacionados con el estatismo, sino que el país desde cuando que terminó el ciclo del proyecto de desarrollo del PRI, quizá con la crisis devaluatoria de 1976, y que el proyecto neoliberal de Salinas de Gortari quedó en un modelo sólo privatizador y de integración productiva en el primer nivel a partir de las necesidades de expansión de mercado de la economía estadunidense.

Sin embargo, México también tiene una crisis de pensamiento económico, de reflexión de Estado, de propuestas partidistas. En los partidos no hay esfuerzo por proponer sino que se agotan las posibilidades de mantener a sus respectivas oligarquías partidistas en el control de las organizaciones. Por esa razón tronó en Pacto.

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