La tasa anualizada de inflación se acercó al 8% en abril y en el gabinete económico cundió el temor de que llegara a rebasar en este año el 10%. El problema con el alza de precios es que se retroalimenta a sí misma y suele enfrentar dificultades para bajar.
Aunque las cifras actuales son altas, hay que recordar el pasado: el ciclo inflacionario mexicano comenzó en 1973 con una tasa de 21.4% anual y llevó a su punto superior en 1987 con una inflación de 159.17%, la más alta en toda la historia, y entró en un periodo de control de 2001 a 2021 con tasas promedio de 3%-5%. Y las expectativas para el año 2022 ubican la inflación en un rango de 7%-10%.
La inflación refleja, en síntesis, la disputa por la riqueza entre trabajadores y sus salarios contra los empresarios y sus utilidades. Pero al mismo tiempo hay un mecanismo neoliberal que funciona, se quiera o no: los precios se fijan en función del dinero circulante; y como en esta administración han subido los salarios mínimos y contractuales sin un aumento en la disponibilidad de bienes y servicios, entonces el mercado acomoda oferta y demanda y fija los niveles de inflación.
Asimismo, los precios se determinan por la articulación de lo que se conoce como precios relativos: aquellos costos que influyen en la cotización final, tales como utilidades, impuestos, salarios y la propia inflación retroalimentada. De ahí la conclusión de que nada distorsiona tanto la economía como la manipulación de los precios finales por razones políticas, sin entender que el precio del consumidor es la sumatoria de elementos intermedios en la producción.
La única manera que se tiene de combatir la inflación sin distorsionar el sistema productivo es con el aumento suficiente en bienes y servicios, lo cual traslada la pelota inflacionaria al sector empresarial que prefiere la comodidad de subir precios para quedarse con el dinero y no producir más con menores utilidades.
En este escenario, la estrategia del Gobierno es limitada e incompleta.
@carlosramirezh
