El próximo martes 9 de noviembre, el presidente Obrador hablará desde la más alta tribuna mundial (ONU) en su papel del sumo pontífice de la lucha anticorrupción. En su discurso “Urbi et Orbi”, el hombre que encarna la máxima autoridad del país, el representante del poder de los poderes, el dueño del monopolio de la verdad, dictará una cátedra sobre el tema de la corrupción.
Desde Manhattan Obrador con la investidura de un Quijote se propone agitar las conciencias del mundo.
Lo malo es que la sede de las Naciones Unidas no es un lugar donde se debatan principios morales. Como sea, pero el tabasqueño está decidido hablar a los cuatro vientos para que todo el mundo se entere de su cruzada.
Dice el refrán que el buen juez por su casa empieza. Para nadie es un secreto que la “cuarta transformación” es un nido de corrupción.
El pasado 15 de octubre se dio a conocer el Índice de Estado de Derecho, World Justice Project (que cada año se publica desde 2006) en el que México pasó a ocupar uno de los cinco lugares de los países más corruptos del mundo junto a Uganda, Camerún, Cambodia y República del Congo. Nuestro país en vez de mejorar, empeoró al retroceder 14 lugares.
El WJP tiene un reconocido prestigio y su evaluación sobre el Índice de Estado de Derecho se sustenta en la cuantificación de los siguientes ocho aspectos del imperio de la ley: 1). Limitación de los poderes del gobierno; 2). Ausencia de corrupción; 3). Orden y seguridad; 4). Derechos fundamentales; 5). Gobierno abierto; 6). Aplicación de la normativa; 7). Justicia civil y 8). Justicia penal.
Estos factores se desagregan a su vez en 47 indicadores que proporcionan conjuntamente un detallado panorama del imperio de la ley.
Los cinco países mejor evaluados en la ausencia de corrupción fueron los siguientes: Dinamarca, Noruega, Singapur, Suecia, Finlandia y Nueva Zelanda.
En la cancillería mexicana hay preocupación por el papelón (por decirlo de una manera amable) que vaya hacer el tabasqueño.
Ya sabemos que él se asume el mejor presidente del mundo porque una empresa demoscópica (Morning Consult) lo colocó en su reporte del pasado mes de julio como el presidente mejor evaluado y luego en octubre lo reubicó en el segundo lugar.
La “encuesta mundial” de Morning Consult solo monitorea los índices de aprobación (y desaprobación) de los presidentes de 13 países —Australia, Brasil, Canadá, Francia, Alemania, India, Italia, Japón, Corea del Sur, España, Reino Unido y Estados Unidos— y dichas calificaciones están basadas en un promedio móvil de las opiniones de residentes adultos en cada uno de esos países. En México se encuestaron a 2 mil 500 personas en un lapso de siete días y esa cantidad de personas decidió que Obrador era “el mejor presidente del mundo”.
Todos sabemos que el propio Obrador tiene en Morena su propia empresa demoscópica: la Comisión Nacional de Encuestas que está integrada por Pedro Miguel, Ivonne Cisneros y Rogelio Valdespino Luna.
Y cuenta además con fanáticos como Antonio Attolini quien ha comparado a Obrador con los más grandes líderes de la historia, por supuesto a Jesucristo, Mahatma Gandhi, Luther King y Mandela, está a ese nivel”, dijo Attolini, en una entrevista para la televisión. (https://www.facebook.com/publimetromx/videos/268013231614921/)
Ya sabemos que para Obrador hay dos tipos de corrupción: la buena y la mala. La primera es la que practica el gobierno de la cuarta transformación. La segunda, la de sus enemigos neoliberales.
De ello habla como un buen samaritano ante los 193 representantes que integran las Naciones Unidas, acaso quizás saque de su bolsillo y blanda su pañuelo blanco en señal de que está desterrando la corrupción, flagelo que se comprometió a erradicar durante su mandato.
El modelo de país para Obrador, nos ha dicho, es Dinamarca.
Lo que el tabasqueño ignora que los países como Dinamarca, Noruega, Singapur, Suecia, Finlandia y Nueva Zelanda, donde la corrupción es mínima -no existe ningún país en el mundo en donde esté desterrada– han demostrado que la corrupción decrece cuando el sector privado dispone de acciones de contrapeso hacia las presiones de los funcionarios públicos deshonestos. Entre esas acciones están el aumento del ingreso, la educación y la urbanización; medios masivos de comunicación con elevada presencia; una clase media creciente y fuerte; avances en comunicaciones, transporte y tecnologías; mejores habilidades de gestión; la creación o crecimiento de una clase capitalista y una nutrida fuerza laboral basada en las ciudades, y presiones sociales para un mayor gasto público. Además, la presencia de una sólida educación cívica y ética, pues la deshonestidad y la falta de confianza sociales surgen cuando aquellas no existen.
Se trata, pues, de todo lo contrario lo que significa la “cuarta transformación”, comenzando por la propia familia presidencial.