Next Generation y la ciencia ficción

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Juan Carlos Barros

El programa de recuperación Next Generation tiene como misión hacer que Europa sea más ecológica, resiliente y digital, para lo cual va a dedicar una galáctica financiación, pero surge la cuestión de si la inmensidad de esa transformación puede afectar a su identidad, cuando ahora, al mismo tiempo, se plantea la primacía del derecho europeo sobre el constitucional.

Como no es fácil dar con una síntesis bidimensional y como en este mundo nunca se sabe lo que puede pasar ni lo que es mejor, vamos a recurrir a la predicción de la ciencia ficción, donde ya hubo un Star Trek Next Generation, como vamos a contar a continuación.

En el siglo XXIV la nave USS Enterprise (NCC-1701-D) de la Federación Unida de Planetas viajaba a lo largo del universo con la misión de dar una solución pacifica a catástrofes y conflictos diversos que el destino quisiera poner en su camino.

Los viajes entonces no se hacían ni mucho menos despacio sino a través del subespacio gracias a la tecnología warp drive o impulso por distorsión, gracias al cual se podía coger una velocidad varias veces la de la luz actual, sin que eso significase entrar en otra dimensión, sino que sucedía que la nave iba metida en una burbuja, que para alejarse de su origen distorsionaba lo que dejaba detrás y para aproximarse a su objetivo deformaba lo que se le pusiera por delante.

La Federación, con arreglo a criterios convencionales, tenía una democracia homologable, con una constitución y los tres poderes clásicos, y para integrarse en ella como miembro no era un requisito exigido, aunque sí encarecido, que el planeta candidato estuviera unificado bajo un solo mandato. Como condición se ponía, además, la abolición de cualquier sistema de clasificación de la población, evitar la manipulación genética con fines bélicos, no poner en práctica tratos inhumanos y respetar los derechos de los ciudadanos.

En cuanto a la legislación ordinaria regían allí las directivas, entre las cuales la fundamental era la “Directiva Primaria” que establecía que no se debía interferir en los planetas de bajo nivel tecnológico, evitando imponerles valores para ellos exóticos. Pero, luego tenían además la “Directiva Omega” que derogaba a la primera en el caso de las partículas omega, consideradas tan nocivas que había que acabar con ellas como fuera, cuya característica principal era su alta inestabilidad, tanta que la explosión de una sola anulaba por completo el subespacio por muchos años (luz) haciendo imposibles aquellos entretenidos y largos desplazamientos intergalácticos.

Su descubrimiento (el de las partículas), como suele pasar fue por casualidad, cuando la USS Enterprise, un día percibió una violenta explosión que no sabia de donde provenía, pero que hizo que toda la información de la cacharrería digital a bordo quedase extinguida y en las pantallas no se viese nada más que una ominosa letra omega.

Aunque tardaron, relativamente hablando en la magnitud del espacio-tiempo, al final dieron con la fuente de las afluyentes partículas, que no era sino un planeta que todavía tenía un núcleo incandescente tan ardiente que resultaba inhumano y que era el reverso del universo de la Federación, pues allí la civilización estaba cada dos por tres al borde del colapso y, según decían, tales partículas eran la única posibilidad de dejar algo de nutriente, macroeconómicamente se entiende, no al futuro abstracto sino a la generación siguiente.

En la USS Enterprise hubo, no obstante, alguna duda en aplicar la directiva sin consultar democráticamente, porque había quien creía que se podían aprovechar las susodichas partículas y llegar a un estado de infinitas partes movientes unidas unidireccionalmente, pese a la evidente contrariedad de impedimento de desplazamiento. Finalmente, empero, imperó la cordura y las omegas quedaron a la deriva, a las que se pudo ver, no se sabe cómo muy bien, que hacían, todas a la vez, un guiño antes de ellas mismas desaparecer.

Abogado, consultor europeo y periodista

Publicado originalmente en elimparcial.es