En los próximos días los mexicanos asistiremos a un deprimente espectáculo en el que contemplaremos un auténtico caso de eutanasia política ante la opinión pública.
Desde los tiempos remotos de nuestra historia, en la Biblia se hablaba de inmolaciones, como la que pretendía hacer Abraham al disponerse a sacrificar a su hijo Isaac y la cual fue impedida por un ángel.
Nuestros antepasados precolombinos solían cometer crímenes como parte de sus rituales. Los sacrificios humanos se realizaban sobre los altares de los templos ante la muchedumbre. En la edad media la Santa Iglesia Católica desató la cacería de brujas. Ya en otros tiempos se recurrió al uso de la guillotina. En Francia se utilizó durante 200 años para cumplir las sentencias de muerte.
En el Lejano Oriente los samuráis practicaban el ritual del seppuku que tiempos después en la Segunda Guerra Mundial derivó en el harakiri como un asunto de honor.
En los tiempos del salvaje oeste la horca era un espectáculo público. Mediante ese procedimiento fueron ahorcadas más de 19 mil personas desde el siglo XVII, y aún en los estados de Delaware y Washington se mantiene vigente la aplicación de la horca.
En tiempos más recientes en muchas partes del mundo se pasó a los fusilamientos en el paredón.
Lo que veremos los primeros días de diciembre será un espectáculo vulgar que ya se ha convertido en un ritual político.
Se trata de un caso de eutanasia política.
Asistiremos a la muerte del único partido de izquierda que pudo haber llegado algún día al poder. El Partido de la Revolución Democrática. Por el contrario, Morena, ya sabemos, no es un partido de izquierda. Morena es un galimatías que tiene más identificación con una organización fascista. Morena reúne los principales rasgos que caracterizan a las agrupaciones fascistas. Morena más que un partido es un movimiento político con una ideología totalitaria, antidemocrática y nacionalista.
Por tanto, el PRD es un barco que se hunde agitando la bandera de la izquierda. El PRD un partido que terminó devorado por la corrupción, y cuyos protagonistas de la corrupción pasaron a formar la columna vertebral de Morena.
Cuando se fundó, el PRD era visto como un partido grande y majestuoso. El partido con el que siempre había soñado la izquierda. En sus primeros años mantuvo una influencia en la sociedad pero terminó, para su desgracia, en medio del rechazo social.
El PRD vive sus últimos días como el otrora partido de izquierda. Sus actuales líderes decidieron anunciar aplicar la eutanasia a esta organización para dar paso un “nuevo” partido político.
Según sus líderes a partir de las discusiones del próximo Congreso Nacional (4 y 5 de diciembre) pasará a convertirse en un partido “socialdemócrata”.
Un partido moribundo que renacerá lamentablemente muerto.
El nuevo partido utilizará el registro del PRD otorgado por las autoridades electorales, cambiará de membrete, declaración de principios y estatutos, pero irremediablemente lo seguirán dirigiendo los mismos políticos de siempre.
El PRD nació de la fusión de la Corriente Democrática del PRI al que se sumó el Partido Mexicano Socialista, cuya simiente fue el Partido Comunista Mexicano. El PMS, a su vez había nacido de la unión de seis fuerzas políticas de la izquierda: Partido Mexicano de los Trabajadores, Partido Socialista Unificado de México, Partido Patriótico Revolucionario, Movimiento Revolucionario del Pueblo, Unión de la Izquierda Comunista y la estructura principal del Partido Socialista de los Trabajadores.
Los primeros años fueron cruciales para el PRD, que aún con los conflictos internos, gracias a las coaliciones con otros partidos llegó a representar la segunda fuerza electoral en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012.
Técnicamente el PRD debería de haber perdido su registro en las pasadas elecciones presidenciales de 2018. El partido obtuvo el 2.83% por ciento de la votación. Es decir, no consiguió el 3 por ciento de la votación válida establecida en el artículo 94 de la Ley General de Partidos.
Ni siquiera el PRD pudo contar un candidato presidencial propio. Los perredistas apoyaron al candidato de la derecha Ricardo Anaya, en la alianza “Por México al Frente”.
Desde entonces el PRD entró en un proceso de inanición.
Condenado a su desaparición por la falta de respaldo electoral, el PRD tiene los días contados. Las elecciones de 2024 serán un volado, a cara o cruz, en las que se determinará el futuro de la organización.
En las pasadas elecciones de junio de 2021 el partido perdió su registro en la mitad de los estados del país. Obtuvo 4 por ciento de la votación total, ese resultado le permitió su sobrevivencia a “nivel nacional”.
Es claro que el PRD es un navío que se va a pique y que sus dirigentes están dispuestos a hundirse con el resto de la tripulación. Los próximos 4 y 5 de diciembre tendrá lugar el XVIII Congreso que definirá su nuevo rumbo. La idea es que el PRD transite de un partido de ideología de izquierda a un partido socialdemócrata.
Aunque hasta ahora no hay una definición sobre su futuro inmediato, sus principales líderes están planteando un “relanzamiento”, aunque evitan hablar de una “refundación”, que incluye el debate sobre la viabilidad de continuar con los mismos colores y el logotipo del partido, e incluido el lema ¡Democracia ya, Patria para todos”.
Según la Dirección Nacional Ejecutiva, encabezada por Jesús Zambrano los congresistas tendrán a su cargo “la transformación profunda del partido”. El objetivo es “afianzar al PRD como un partido socialdemócrata”, para ello las tareas del congreso consistirán en reformar los documentos básicos, la declaración de principios, el programa y los estatutos del partido.
La “intuición” de sus líderes los obligó a echar andar una estrategia de “reposicionamiento”. Jesús Ortega, coordinador nacional de Nueva Izquierda, la corriente interna del PRD que mantiene el control del partido, lleva a cabo desde hace un par de meses un periplo a lo largo y ancho del país para evitar un resquebrajamiento mayor luego de los desastrosos resultados electorales de junio pasado.
En el Senado de la República el PRD cuenta con cuatro de nueve legisladores (cinco renunciaron al partido). Esa fragilidad mantiene en vilo a sus dirigentes quienes buscan una medida desesperada para salir de esa crisis que ha puesto en riesgo de extinción a los perredistas. Esa misma suerte la han corrido una treintena de partidos que en los últimos 30 años han perdido su registro por falta de electores.
El PRD de alguna forma se reniega a morir, aunque los datos de los últimos procesos electorales apuntan a que podría pasar de manera inevitable a formar parte del cementerio de partidos en el inventario del INE.
Como resultado de las elecciones de 2018, el partido del sol azteca contaba al inicio de la presente Legislatura con 20 diputados (nueve de mayoría relativa y once de representación proporcional). Sin embargo, en febrero de 2019 de esos veinte legisladores nueve de ellos renunciaron al partido, entre ellos Ricardo Gallardo Cardona quien fungió efímeramente como coordinador de los diputados perredistas.
Jesús Zambrano, un antiguo guerrillero que en su juventud fue participante de la Liga Comunista 23 de Septiembre y que a lo largo de su trayectoria política ha estado con Dios y con el diablo, fue electo como presidente del partido en agosto de 2020, con la esperanza de sacar al PRD de su postración.
Cuando asumió el cargo Zambrano tenía una percepción optimista respecto a los comicios que se avecinaban en 2021. En su toma de protesta prometió que su partido ganaría la “mayoría” en la Cámara de Diputados y el mayor número de las 15 gubernaturas en disputa y avanzar en la conquista de las alcaldías de la Ciudad de México y las diputaciones locales.
Los resultados fueron un desastre para su partido.
En las elecciones de junio el PRD ganó apenas 18 municipios de 2000 que estuvieron en juego y de las 15 gubernaturas en disputa el PRD no ganó nada, aunque el PRI fue el gran perdedor. En la renovación de las alcaldías de la Ciudad de México la alianza con el PRI y PAN les redituó 13 de las 16 alcaldías, pero en lo particular el PRD no tuvo una participación decisiva, su colaboración fue simbólica y testimonial. El PRD no ganó nada.
Ahora el líder del perredismo tiene que andar mendingando en busca de candidatos. El único estado del país que “gobiernan” es Quintana Roo. El escritor e historiador Héctor Aguilar Camín rechazó la invitación de Zambrano para ser candidato a la gubernatura, fue entonces que Zambrano decidió ofrecerla al personaje de la farándula Roberto Palazuelos.
El otrora guerrillero que sirvió lo mismo a dos personajes antagónicos. (Fue asesor de Andrés Manuel López Obrador durante su gestión como jefe de gobierno de la Ciudad de México y posteriormente coordinador de campañas locales de Ricardo Anaya en las pasadas elecciones presidenciales), es parte de la coalición “Va por México”, en la que destacan líderes partidistas del PRI y el PAN lo mismo que conspicuos representantes de las organizaciones empresariales que pretenden hacer un frente común contra Morena en las elecciones de 2024. Una alianza a la que el presidente López Obrador ha calificado como “promiscuidad política”.
De acuerdo Instituto Nacional Electoral el PRD es el segundo partido con mayor número de afiliados (un millón 242 mil) de acuerdo a la verificación del Padrón Electoral. El PRI, según dichas estadísticas ocupa el primer lugar con 2 millones 65 mil afiliados. Sin embargo, sus datos contrastan en relación al respaldo de los electores, frente a Morena que tiene registrados a 466 mil 931 afiliados pero con un impacto electoral mucho mayor que todos los partidos en su conjunto.
Los “Chuchos”, Jesús Zambrano y Jesús Ortega con el “relanzamiento” de un nuevo PRD pretenden cerrar un ciclo en la vida de ese partido que fue devorado por la corrupción, las pugnas internas y las traiciones.
Desde su nacimiento el PRD fue dividido por “tribus” que llevaron a su fundador y guía moral, Cuauhtémoc Cárdenas a renunciar al partido.
En julio de 2009, Cárdenas hizo un llamado a los militantes del PRD en una carta en la que hizo una autocrítica lapidaria del partido ante “el descrédito y la pérdida de autoridad moral del Partido de la Revolución Democrática frente a la ciudadanía y a la opinión pública en general”.
“En marzo del año pasado (2008)… plantee públicamente un camino de solución: la renuncia de todos los contendientes a los cargos de elección, la disolución de los cuerpos de dirección del partido y su substitución por entes provisionales, para permitir con ello la recomposición y reencauzamiento de nuestra organización”.
El tres veces candidato presidencial por el PRD (1988, 1994 y 2000) resistió paciente durante cinco años, hasta que en 2014 sobrevino la ruptura con el partido tras hacer pública su renuncia con carácter irrevocable en la que señaló, entre otros aspectos, los siguientes:
“Mantenemos profundas diferencias en nuestras visiones de cómo enfrentar los problemas internos del partido, en particular de las medidas que deben adoptarse para recuperar la credibilidad de la organización y de manera especial de sus dirigentes ante la opinión pública, indispensables para lograr su reposicionamiento como una verdadera opción política de carácter y alcances nacionales, única forma en que le sea útil al país”.
Dos años antes (2012) López Obrador se había ido del PRD sin despedirse, sin presentar una renunciar formal como Cuauhtémoc Cárdenas.
El PRD terminó devorado por la corrupción. En 2004 René Bejarano –el político más cercano a Obrador– fue exhibido recibiendo millones de pesos del empresario Carlos Ahumada. Lo mismo ocurrió con Carlos Ímaz esposo de Claudia Sheinbaum, quien recibió fuertes cantidades de dinero por parte de Ahumada. También contribuyó la corrupción de Rosario Robles y su amasiato con Ahumada. Obrador y la protección a narcos y mafiosos como el matrimonio de los Abarca, responsables de la masacre de los estudiantes de Ayotzinapa. La corrupción de los Monreal tanto en Zacatecas como en la Delegación Cuauhtémoc. La corrupción en el gobierno de Miguel Ángel Mancera, etc, etc…
Toda la podredumbre que acabó con el PRD está ahora representada en Morena con Obrador a la cabeza.
Al final de cuentas, Morena terminó como el drenaje del PRD.