¿Qué seguirá después de López Obrador?

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Todo ejercicio prospectivo sobre el futuro del país deberá considerar que, en muchos aspectos de la vida pública, habrá un “antes” y un “después” de López Obrador, sea para bien o para mal. Lo anterior implica, para empezar, que es imposible restaurar el país que había antes de 2018 si deseamos hacer las cosas mejor que en las últimas tres décadas.

¿Qué tan disruptiva será la figura del presidente durante las próximas décadas? Todavía no queda claro: apostó durante su sexenio por obras monumentales y algunas reformas constitucionales como la Guardia Nacional y la democracia participativa, pero está en duda que logre cambiar políticas de largo plazo, como las plasmadas en la reforma energética.

Cierto, piensa más en la trascendencia de su imagen, pero posiblemente será recordado como una especie de prócer, de quien la gente desconoce su legado real, como casi todas nuestras figuras patrias. En ese sentido, percibirá la idea de su carisma y discurso, más que un legado, como el de Plutarco Elías Calles o Lázaro Cárdenas. Y quizás solo ha pensado en lo primero durante toda su carrera política.

En todo caso, la construcción de una alternativa deberá reconocer que 2018 fue el final de una época, y que fracasó un proyecto de nación. Por mejores que hayan sido las reformas de las últimas décadas, no podrán replantearse si no hay autocrítica y se apuesta en serio por calibrarlas. Se requerirá más de capacidad prospectiva para imaginar futuros, imaginación para concebir alternativas y reconciliación para relanzar una idea de destino compartido para toda la ciudadanía, que insistir que algún día el proyecto de López Obrador caerá por su propio peso.

Si pensamos tan solo en el impacto simbólico del actual sexenio en el imaginario popular, es ingenuo creer que el próximo presidente volverá a vivir en Los Pinos, símbolo del viejo régimen, aun cuando sea inaceptable habitar Palacio Nacional. O si ya se ha hecho normal que López Obrador use vuelos comerciales, ¿será buena idea volver a usar un avión presidencial en todo momento, o solo para algunos vuelos, aunque sea logísticamente más seguro y eficiente?

Hay temas que deberían ser hasta de sentido común: es ilógico restaurar el NAIM, cuando la inversión para rehabilitar las estructuras será, de entrada, exorbitante. Aun cuando Santa Lucía demuestre ser inoperante, ambas obras son simbólicas para distintos grupos: habrá que plantear una alternativa distinta, si llegase a plantearse.

También será indispensable reconstruir instituciones desacreditadas por el presidente, asumiendo que sigan siendo necesarias. Eso implicará un ejercicio de calibración en lugar de simple restauración. Incluso habrá que retejer relaciones con grupos de poder, como las fuerzas armadas y los espacios que ganaron este sexenio.

Si deseamos hacer las cosas mejor, es indispensable que retejamos una idea de país para todas las personas, y todos tendremos que ceder algo en ese proceso. Hay que repensar discursos de identidad colectiva, acuerdos básicos sobre reglas del juego y tender puentes entre todos los grupos.

Muy probablemente tendremos estatuas de López Obrador en muchas plazas públicas, nos guste o no. Pero todos los países tienen próceres que no tendrían por qué serlo, y personas con grandes méritos propios hundidas en el olvido. En todo caso, ver que las cosas volverán a ser como eran en 2018 es una idea mágica que mantiene a la oposición en la marginalidad. Lamentablemente siguen sin darse cuenta de ello, con lo que abonan aún más al discurso del presidente.

@FernandoDworak

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