Hay fatiga de pandemia. Vamos a entrar en el último mes del año si bien ha logrado fluir un poco más, porque 2020 lo sentimos casi como una losa en un cementerio que a todos nos estrelló contra una realidad aplastante: la muerte nos tocará a todos por igual.
No solo ha sido por la aparición del virus del SARS-CoV-2 rodeado además de un misterio en torno a su surgimiento, si es natural como los otros seis coronavirus hasta ahora descubiertos y clasificados (precisamente el Covid-19 es el séptimo) o bien es resultado de una manipulación en un laboratorio y escapó de manera accidental o intencionada.
Y además ha pasado en un momento tenso y muy agrio entre las relaciones de las dos potencias hegemónicas como son Estados Unidos y China confrontadas en prácticamente todos los renglones fundamentalmente en el ideológico: la Unión Americana defiende la bandera del capitalismo, la libertad y la democracia y China ondea la economía de mercado cocida al comunismo-marxismo y a la centralización plutopartidista en el poder.
No son pocos los conspiranoicos que dan pábulo a que el virus fue cocinado en Wuhan a propósito, para hundir a la economía norteamericana y con ella al resto del mundo. Y que para esconder al autor del crimen, China ha decidido cercenarse medio brazo delante del mundo para limpiar toda sospecha. Como diría, Agatha Christie, ¿quién es el principal beneficiario del crimen? En los argumentos de sus novelas, lo es precisamente alguien de bajo perfil.
Nadie duda que estamos en una guerra biológica, lo dijo el mismo presidente de Francia, Emmanuel Macron, sin tapujo alguno ante los medios de comunicación. Una guerra que ya cumplirá el 11 de marzo próximo su segundo aniversario y que como yo preveo, tras conocer la opinión de muchos expertos que he entrevistado de diversos países, a lo largo de estos meses… esta guerra nos llevará a un frente de mediano plazo –entre tres a cinco años– para derrotar al virus definitivamente.
El siglo XXI será muy complicado y complejo para la supervivencia humana pero allí están la ciencia y la tecnología como escudos protectores, como balsas en medio del naufragio.
A COLACIÓN
Lo malo es que también están los políticos ineptos para tomar decisiones por nosotros y muchas veces, como se ha demostrado a lo largo de esta pandemia, son erróneas y responden más a intereses políticos que a razonamientos científicos y médicos.
El mayor error de esta pandemia ha sido su politización. En la mayoría de los países dejarla en manos de imberbes que han escuchado más a quienes hacen las encuestas, buscando afianzarse políticamente, que a los investigadores y científicos que conocen la potencialidad de los virus.
El coronavirus es una potente arma de control social, el mejor elemento para meter el miedo en el cuerpo para obligarnos a acatar que te vayas a tu casa confinado o que no abras tu negocio por uno o varios días. El mejor pretexto para que no entren migrantes o extranjeros y para prohibir los vuelos de determinado país o países; en suma, para controlar, controlar y controlar.
Quizá la nueva mutación del virus del SARS-CoV-2, conocida como omicron detectada en Sudáfrica y Botswana, sea uno de los ejemplos más plausibles del manoseo alrededor de este patógeno.
El propio panel de expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) reunido el viernes pasado ha dicho que necesitará entre dos a tres semanas para tener una conclusión certera de si esta nueva variante es más contagiosa pero sobre todo más letal y qué tanto evade el escudo protector de las vacunas antiCovid.
Pero los políticos no han querido esperar a pesar de que los epidemiólogos sudafricanos señalan que la información recabada indica que esta nueva variante se propaga más pero no es más letal, ni sus efectos cambian. Los laboratorios Pfizer-BioNtech han querido calmar el pánico desatado (que llevó a la caída de las bolsas en todo el mundo el viernes pasado) aseverando que pueden producir una vacuna mejorada antiCovid en tres meses.
La alarma ha sido tan acuciosa, claro porque es África, que el pretexto está ahora servido para aislar más a un continente al que las vacunas le llegan de cuentagotas; un pretexto perfecto para obligar a los no vacunados en Europa a que acudan presurosos a hacerlo de por sí acorralados ya por una serie de medidas para que se inoculen con Pfizer o con Moderna. Menudo negocio.
Un pretexto además que nos obligará a tomar una tercera dosis de la vacuna, sin saber qué efectos nos provocará inmunizarnos ya no solo con una, sino con dos y hasta tres dosis de vacunas que a lo sumo cumplirán un año de haber sido puestas. No hay un historial de referencia.
¿Quién decide que se debe poner una tercera dosis? Es una decisión política más que científica; así como cerrar las fronteras, es una decisión más política que científica. Hay un virus sí, los propios virólogos expertos lo analizan y lo saben; hay gente que ha muerto de coronavirus lamentablemente la hay y la habrá. Pero lo que me parece intolerable y preocupante es que los políticos –dependiendo de sus siglas partidistas– digan qué es lo mejor o no para nosotros. Creo que están jugando a ser dioses con las letras del alfabeto griego en sus manos.
@claudialunapale