Obrador –quien cumple tres años en el poder– cada vez cansa y deja un vacío. No hay duda de que seguimos anclados en el pasado. Como muchos de los que lo antecedieron en el cargo tiene semejanzas entre sí, que uno puede pasar de uno a otro y a otro sin sentir el cambio. La misma compulsión por hablar hasta llegar al fastidio. Sin embargo, con argumentos idiotas sigue hipnotizando hasta el hastío a la muchedumbre. ¡Claro! Con los recursos del Estado y lanzando arengas desde su púlpito de Palacio cuyas conferencias se han convertido en su plataforma política.
El remedo de sentirse la reencarnación de Juárez lo hace ver como un personaje insustancial. Su naturaleza política lo proyecta como un híbrido de Echeverría y Salinas. Aunque lo niegue, Obrador seguirá siendo priista hasta que no demuestre lo contrario. Ahora mismo se ha autoproclamado como el Gran Elector. Él pone las reglas del juego e invita a salir del partido a Ricardo Monreal si no se ajusta a ellas. Porfirio Muñoz Ledo intentó brincarse las trancas para liderar a Morena y fue marginado del partido. Lo jubilaron.
Morena es un trapecio pero sin red protectora. Quienes se ajustan a los caprichos del Gran Payaso de Palacio pueden hacer malabares de brinco en brinco de lo contrario pueden acabar como cadáveres políticos tres metros bajo tierra. Así, que en boca cerrada no entran moscas. No hay espacio para la autocrítica.
Las formas de gobernar y la tolerancia a la corrupción de sus colaboradores, provocó la renuncia de Jaime Cárdenas Gracia al Instituto para devolver al pueblo lo robado. “Me voy –dijo Cárdenas Gracia– porque no creo en la fe ciega”. “Se fue –respondió Obrador– porque tuvo miedo y falta de ganas para combatir la corrupción”.
La “cuarta transformación” es como vivir en un comic, estar entre tinieblas e ilusiones. Subir a un avión privado o viajar en primera clase es peor que un delito. Quienes desafían al Payaso de Palacio se arriesgan a sufrir las consecuencias.
Santiago Nieto –el fiscal de amplios poderes– fue aplastado como cucaracha. Lo fumigaron. Con veinte días de diferencia algo parecido le ocurrió a Arturo Herrera quien fue bajado del trapecio político y sus aspiraciones de gobernar el Banco de México se esfumaron. Obrador lo aplastó así como quien aplasta la colilla de un cigarro con la suela del zapato hasta dejarlo desecho.
Es el “estilo”. Quien discrepe, quien disienta, quien rompa las reglas no escritas de pronto puede ver cómo la trayectoria de toda una vida se va al cesto de la basura.
Obrador se mira en un espejo que distorsiona la realidad. Él mismo, en su ambición de poder, llegó a ocupar el lugar que no debió ostentar jamás para desgracia del país. La administración es un desastre, en el equipo de gobierno pocos o nadie saben lo que es un deber y haber y menos los fundamentos de la gobernanza. Para el tabasqueño sus colaboradores deben cumplir 90 por ciento de honestidad y 10 por ciento de experiencia.
Ante la corrupción familiar no hay ningún reparo moral.
Así han trascurrido los primeros tres años de la “cuarta transformación”.
Dieciocho años atrás Vicente Fox había prometido “ser honesto, trabajar un chingo y ser poco pendejo”. De nada valió haber sacado al PRI de Los Pinos. Fue una hazaña del tamaño del mundo pero su gobierno como el de Calderón y luego el de Peña Nieto con el regreso del PRI terminaron devorados por la corrupción.
Obrador prometió a los mexicanos que se prepararan para “el cambio”. De nada sirvió su gran popularidad. Los resultados de su gobierno dicen poquísimo frente a lo que prometió. Sobre la marcha ha ido improvisando, con más tropiezos que aciertos. Todo en su gobierno es un enredo. Muchos de los que votaron por él ya no lo soportan.
La violencia con sus resultados fúnebres será su legado. Lo mismo la pandemia que dejará en la impunidad a Hugo López Gatell, un asesino gozoso que trató de destruir la realidad con puras mentiras en sus mortíferas conferencias donde se mostraba fascinado con el poder.
Quien llegue en 2024 tendrá mucha tarea en armar el rompecabezas en que Obrador dejará convertido el país. Mientras tanto, seguirá jugando con sus marionetas, cuyos personajes se pasan de inocentes e ingenuos, ahí está la repulsiva Claudia Sheinbaum quien se deja manipular como muñeca de trapo en una obra de guiñol por el Gran Payaso de Palacio.
Y lo peor: un general de división, el secretario de la Defensa Cresencio Sandoval con su pancarta y su cachucha de Morena invitando a la función.